Quédate y desnudemos nuestras dudas

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Mini maratón 1 de 2

Amelia

Supe que estaba completamente perdida en el momento exacto en que esos irises oscuros me observaron como si fuese ese deseo prometido que habían esperado desde el principio de la humanidad a que se cumpliera.

Y es que hasta ese momento nunca había visto unas pupilas tan centelleantes como lo eran las de la rubia quien con una parsimonia delirante no dudó en dejar que aquel beso rompiera todas las leyes de la física y del tiempo y que durase como mínimo dos vidas y más de cien años luz.

Es por esto que cuando nuestros labios dejaron de buscarse por la fuerza de la gravedad que ejerció nuestro lado más racional entre ellos y ambas fuimos conscientes de lo que había sucedido, un leve mareo pintado con los tonos más claros de la confusión fue el primer signo de alerta que nos regresó al planeta Tierra.

Pero para nuestra sorpresa no fue ese tipo de confusión que atrae dudas de si es correcto o no lo que acabas de hacer, sino que más bien era esa que te hacía preguntarte seriamente qué habías hecho en tu vida pasada para tener la jodida suerte de coincidir con esa persona.

Tu persona.

Luisi separó lentamente sus labios de los míos dejando que nuestras mejillas provocaran un roce que desató un incendio de magnitudes inexplicables, el cual no solo quemó todo mi rostro, sino que también arrastró consigo nuestras pieles, deseos, miedos y esa valentía que ninguna de las dos creía que tenía hasta esta noche.

«Deja de mirarme como si fuera tu todo, que no sé qué hacer con tanto», pensé mientras sentía que mi corazón iba a estallar en cualquier momento.

Ambas reímos como dos tontas por esa confusión que pasó a ser admiración en su estado más puro como pudimos comprobar en los segundos que le siguieron a aquel beso, porque de un momento a otro sentimos que estábamos caminando sobre un campo lleno de hielo donde necesitábamos pisar con calma por el miedo de que este se rompiera y nos hundiera.

Ninguna de las dos le dio voz alguna a nuestros pensamientos pero tampoco la necesitamos ya que estábamos tan en sintonía que no se nos hizo difícil saber que aquella mirada que ambas nos regalamos, no eran dudas sino que más bien era esa lectura mental que nuestras almas realizaron para reconocer que definitivamente no era la primera vez que coincidíamos en este mundo, sino que llevábamos esperando a la otra desde el fin de nuestra vida anterior.

Lo que provocó que una segunda sonrisa apareciera en aquella escena tan torpe como lo era de memorable, interpretando ese saludo de antaño en el que nuestras vidas pasadas habían anhelado durante tantos siglos y que hoy al fin estaban viviendo.

Luisi —susurré como si mis labios intentaran comprender el peso que tenía su nombre en mi corazón.

Como si tratasen de entender que ella estaba aquí conmigo y no era un espejismo ni obra de mi imaginación.

—Amelia —me respondió con el último soplo de vida de su corazón, lo que me causó más ternura que otra cosa porque eso me daba la certeza de que ella se sentía igual de tonta que yo por no saber cómo llevar la situación.

Así que le regalé una sonrisa que me supo a valentía y posé mis dedos sobre su rostro como si toda la historia de su vida estuviese escrita en braille y mi deber fuese descubrirla.

Por lo que no dudé en crear caminos improvisados desde cero con la punta de mis dedos, llenando de delicadeza y dulzura cada rincón sombrío de sus noches taciturnas. Me tomé todo el tiempo del mundo en explorar las pesadillas marcadas en las bolsas debajo de sus ojos y liberarlas de esa jaula milenaria en donde llevaban encerradas por décadas como si fuesen las golondrinas de las que hablaba Bécquer.

Del amor y otras enfermedades sin curaWhere stories live. Discover now