Es una tarde de sábado y tempestad

1.4K 134 130
                                    

Luisa


—Luisi...—fue el llamado que hizo que mi sueño donde Chris Martin me subía al escenario para cantar junto a él a sky full of stars, mi canción favorita de toda la vida, se desvaneciera para siempre.

Entreabrí levemente mis párpados para ver de dónde nacía aquel llamado aunque sabía a la perfección a quien le pertenecía aquella vocecita, ya que esta provenía del demonio de tasmania que a sus cinco años recién cumplidos me hacía la vida imposible, con la misma facilidad con la que se había ganado mi corazón desde la primera vez que supe de él en un test de embarazo.

—Luisi, ¿estás despierta? —susurró contra mi oído, lo que me hizo reír ante el hecho de que al menos intentaba ser lo suficientemente considerado conmigo como para preguntar si estaba despierta o no.

Sin embargo, no abrí mis ojos ante su llamado sino que dilaté el momento lo más que pude con la esperanza de que se rindiera al notar que no respondía y volviera a su cama.

Pero para alguien tan cabezón como lo era Santi, rendirse no era una opción. Es por esto que ante mi falta de respuesta, comenzó a removerme empecinado como solo él podía, para que le hiciera caso porque si no estaba despierta, él ya podía levantarme con las sacudidas que ejercía contra mí.

Así que después de un par de mini terremotos que borraron del todo el recuerdo alegre de estar en el concierto de coldplay, decidí abrir mis ojos y lo primero que me encontré fue a un mini hombre araña con el cabello castaño ondulado revuelto y un puchero que me hizo sentir culpable por ignorar su llamado.

—Ahora sí que estoy despierta —respondí adormilada mientras sentía que la luz del pasillo me daba justo en la cara—, ¿qué pasa, Santi? —pregunté en un bostezo a lo que el pequeño no dijo nada sino que solo agachó la mirada tímidamente hacia sus pies.

Cualquiera que no lo conociera y lo viese en aquella escena podría pensar que era el niño más bueno que habían conocido, pero la verdad es que él sabía perfectamente cómo ganarse a cualquier persona que le echaba el ojo ya que le encantaba jugar con las emociones de tu corazón.

Cosa que definitivamente había heredado de mí.

—Es que no sé mimir, Luisi —aseveró en un hilo de voz que formaba parte de su repertorio especial sobre cómo convencerme de cualquier cosa.

«Tu madre debería meterte en clases de actuación porque la pasta que ganaríamos contigo», pensé divertida.

—Venga, solo cierras los ojos y ya está —murmuré a lo que el menor puso un puchero lastimero y negó ante mi respuesta—, Santi venga, te prometo que si cierras los ojos vas a volver a mimir, no es tan difícil.

—Puedo...¿puedo mimir contigo, Luisi? —dijo finalmente a lo que suspiré porque desde el primer Luisi supuse que eso era lo que quería.

«Este niño se juega todas sus cartas porque sabe que va a ganar»

—Si quieres te leo un cuento pero en tu camita —solté en un intento de negociar con él.

No obstante, como era de esperarse, a sus cinco años él tenía todas las herramientas posibles para doblegar el corazón de cualquiera con solo una mirada, así que al ser un experto en el chantaje emocional, no dudó en mirarme con los ojos del gato con botas.

—Porfi...prometo no molestarte, Luisi.

«Cabrón el porfi no», bufé mentalmente.

Suspiré ladeando la cabeza hasta que finalmente me moví de mi lugar en la cama para abrir las mantas y que él se recostara conmigo.

Del amor y otras enfermedades sin curaМесто, где живут истории. Откройте их для себя