Voy a rogarle sin descanso al tiempo que esta canción dure mi vida entera

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Amelia

—Porque desde que estás aquíiiii, aquí cerca de míiii que tú eres mi babyyyy y ese recuerdo de tenerte sin ropa que no me deja dormiiiir —canté a todo pulmón en medio del coche mientras Luisita tan solo rodaba los ojos cansada de escucharme ya que ella odiaba con todo su ser la música de Aitana y aunque a mí en un principio solo me entretenía sin ningún tipo de admiración, ahora que era consciente de que podía molestar a mi novia cada vez que quería con sus canciones, la cantante había pasado a ser parte de mi repertorio musical preferido ya que amaba la forma en que su ceño fruncido combinaba a la perfección con su rostro exasperado donde lo único que deseaba es que terminara con aquella tortura.

—Vaya canción de mierda Amelia, de verdad que te voy a quitar el control de la música —me advirtió mientras yo solo reía tarareando el final de Formentera—, es que es una mierda decir en una canción vuelo directo a Formentera cuando la isla ni siquiera tiene un aeropuerto porque si no lo sabías con suerte tiene un puerto —se quejó dejando a la luz ese lado racional e inquebrantable que tenía hacia ciertas cosas y que para ser sincera era de mis cosas favoritas en ella porque me encantaba ver cómo defendía sus ideas a capa y espada con ese tono testarudo que siempre se disolvía entre mis labios ya que era mejor estar en paz que liberar una guerra sin sentido que no fuese en nuestra cama—, ¡que el aeropuerto está en Ibiza, coño! —determinó antes de bufar frustrada como si aclararme aquel detalle fuese de vida o muerte pero yo solo pude morder mi labio ante lo hermosa que se veía enojada, así que apenas nos marcó rojo el semáforo, no dudé en acercarme a su rostro y besarla dilatando ese latido apresurado que gobernaba mi corazón cada vez que nuestra distancia se reducía al mínimo y nuestras miradas se impregnaban del rocío en los irises de la otra—, esto no quita que sea una canción de mierda —sentenció apuntándome con su dedo índice mientras sus facciones se relajaban ante mi tacto al reconocer mis manos.

Lo que provocó como efecto colateral que riera por la presión de su mirada sobre mí y que me comiera sin escrúpulos sus labios, una, dos y quinientas mil veces más hasta que ella misma apartó su rostro muerta de vergüenza, ya que a pesar de que le encantaba mi lado romántico, Luisita aún combatía por liberarse de sus propias reglas en donde tantas demostraciones de afecto la agobiaban de sobremanera y la hacían sentirse nerviosa al no saber cómo reaccionar frente a ellas.

—Guapa —solté finalmente antes de sentarme en mi asiento y que amour plastique de videoclub sonara de fondo, lo que provocó que la rubia riera animada por el cambio abrupto de escenario donde al fin Aitana llevar la batuta en aquel concierto para darle espacio a una de las canciones favoritas de la menor.

Por lo que fue cuestión de segundos para que una sonrisa se instalara entre los labios de mi novia y con un francés que era fácil de envidiar comenzó a cantarla, utilizando en primera instancia un tarareo vergonzoso como quien no quiere ser escuchado pero tampoco quiere perder la oportunidad de cantar una de sus canciones favoritas hasta que finalmente ese susurro tomó voz y se convirtió en un canto de verdad en donde parecía que su vida dependiera de ello lo que provocó que mis pupilas se posaran en su semblante tranquilo, repasando en silencio cada uno de los versos que existían en el poema desnudo de su rostro.

Disfrutando desde la forma en que sus hoyuelos me invitaban a recaer una y otra vez en sus labios rojizos hasta el bailecito alegre que atrajo el estribillo y que no tardó en derretirme de amor porque los gestos de la rubia eran adorables.

—Tengo que aceptar que tu francés me pone muy cachonda —comenté mordiendo mi labio porque no había ni una sola mentira en ello a lo que la rubia solo lanzó una carcajada nerviosa mientras seguía con la letra de la canción.

Y en aquel momento sin importancia en donde solo estábamos cantando una canción sin más en mi coche fui testigo de cómo la rubia se parecía a ese diente de león que arrancabas del pasto con la esperanza de que al soplarlo se cumplieran todos tus deseos, pero a pesar de lo tentador que era dispersar sus semillas no me atreví a hacerlo sino que más bien lo admiré en silencio cuidando que su vilano se quedase intacto porque no necesitaba que mis deseos escalaran hasta el cielo para ser escuchados ya que con solo una sonrisa de su parte, Luisi me confirmaba que ella era incluso más grande que todo lo que alguna vez había soñado.

Del amor y otras enfermedades sin curaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum