Epílogo parte 2

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Amelia

—¿Qué tal Pelayo? —me preguntó Luisi mientras terminaba de lavarme los dientes antes de dormir—, es un nombre bonito y original, por lo que no es repetitivo así que es casi imposible que cuando vaya al cole un niño se llame igual —comentó a lo que fruncí el ceño porque no me imaginaba poniéndole a mi hijo un nombre tan antiguo.

—¿Quién quiere que su hijo nazca con 200 años encima, Luisi? —solté saliendo del baño a lo que la rubia rodó los ojos por mi respuesta—, no le voy a poner Pelayo a uno de nuestros hijos... es como darle paso libre a que le hagan bullying—determiné recostándome en la cama a lo que mi esposa no dudó en acercarse y acariciar mis labios con sus dedos como si por un segundo hubiese olvidado del todo cómo eran y necesitase re conectar con ellos antes de besarme y con ello sembrar una sonrisa en mi rostro porque incluso después de cuatro años de casadas, ella seguía recibiéndome con la misma ternura cada vez que me acostaba a su lado—, igual no vas a convencerme de que uno de los nombres sea Pelayo —aseguré ganándome un bufido de su parte y que la menor se decidiera a bajar sus manos hacia mi tripa para luego ubicarse junto a ella y comenzar a besarla como hacía cada vez que podía.

Acto que no solo me confirmaba que estaba con la persona correcta sino que además me derretía de amor porque si ya estaba enamorada de la Luisi que era capaz de bajarme el cielo y las estrellas solo para verme feliz, verla en esa faceta tan adorable de mamá, me desbordaba emocionalmente a tal manera que tenía que aceptar que antes de saber que estábamos embarazadas tenía una definición simplista del amor, ya que desde que la rubia me había bautizado como mami y a ella como mamá sus ojos se iluminaban incluso más que cuando me miraba y su rostro cambiaba por completo a uno consumido por la misma ilusión eterna que encendía mi alma cuando era consciente de que estábamos en el Ecuador de nuestro embarazo y cada vez quedaba menos para al fin conocerlos.

—Yo quiero saber la opinión directa de mis platanitos —comentó hacia mi vientre a lo que reí, ya que desde hace unas semanas, Luisi había tomado la costumbre de buscar en internet qué fruta o verdura correspondía con el tamaño de los bebés, por lo que al estar en la semana 20 de embarazo, les correspondía la imagen de un plátano y con ello había desatado el sobrenombre de llamarlos platanitos—, no le hagan caso a mami, ella no sabe de nombres, ¿qué opinan de Pelayo? —susurró suavemente mientras yo rodaba los ojos, porque desde el día uno que le había contado sobre nuestro embarazo, Luisita siempre le había hablado a mi barriga con toda la fe del mundo de que el bebé iba a escucharla, pero desde que nos habían certificado que no solo esperábamos uno sino que eran dos, aquello se había multiplicado por cien con miles de conversaciones de su parte que en más de una ocasión me habían hecho llorar porque definitivamente estaba enamorada de esa chica que no solo me hacía sentir la mujer más afortunada del mundo por haberla encontrado sino que además me regalaba a diario la certeza de que no podía haber mejor mamá en el mundo que ella.

—¿Y quién te asegura de que sean niños? —resolví enarcando la ceja, debido a que sabía que su preferencia era hacia los niños para que acompañaran a Santi mientras que yo al contrario quería niñas, aunque ambas sabíamos que lo que fuesen estaría bien porque sin siquiera conocerlos ya estábamos completamente enamoradas de ellos—, pueden ser platanitas —solté divertida a lo que la rubia solo me miró como si estuviese loca por considerar aquella opción y devolvió su mirada hacia mi vientre mientras renegaba con el ceño fruncido luciendo como una niña enfurruñada de tres años cuando no le daban la razón.

—Bueno si son niñas entonces tú les pones nombre, yo me encargo de los chicos —afirmó.

—No va a pasar, yo soy la embarazada así que tengo que aprobar cualquiera de tus opciones, ¿eh? y Pelayo no está ni entre la opción 100.

Del amor y otras enfermedades sin curaWhere stories live. Discover now