Estaba perdido en la oscuridad hasta que te encontré

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Luisa

El silencio ensordecedor que recorrió cada rincón de la oficina del oncólogo nos golpeó como una tormenta de invierno llena de miedos y de incertidumbre mientras el doctor se encontraba revisando en su portátil los resultados de los nuevos exámenes que le había pedido a María que se realizara para evaluar su cáncer y determinar una fecha próxima de cirugía.

Suspiré nerviosa ante la forma en que el rostro del médico no expresaba nada más que fascinación en su estado más puro mientras balbuceaba emocionado palabras que ninguna de las dos podía comprender porque más que seriedad o preocupación, parecía que él estuviese viendo la final de la champions mientras susurraba a que su equipo favorito ganase más que analizar los resultados de una paciente.

Y es que aunque llevase un año visitando a distintos doctores aún no era capaz de comprender cómo no eran capaces de darse cuenta de que detrás del escritorio existía algo más que un caso clínico e incluso más que una persona porque detrás de mi hermana también existía toda una familia que deseaba saber qué estaba pasando.

«Vaya mierda de situación», pensé mientras posaba mis manos nerviosas sobre mi falda hasta que sentí cómo María tomó mi mano provocando que todos esos gritos pintados con colores terroríficos se condensaran de un segundo a otro en ese gesto de desesperación total, ya que ambas éramos plenamente conscientes de que dependíamos de esos exámenes para saber cuál era el siguiente paso a tomar y ver el camino que aún nos tocaba por recorrer.

Ninguna de las dos se atrevió a darle voz a ninguno de nuestros pensamientos pero no fue necesario, debido a que era tal el miedo persistente en nuestros cuerpos que sentíamos que nuestras palabras se acumularon de tal manera que crearon en un par de segundos nebulosas que fueron expulsadas de nuestras cabezas y recorrieron cada metro cuadrado del despacho transformándose en una cacofonía que retumbó en nuestros oídos generando incluso más incomodidad que la que teníamos desde que habíamos pisado esta oficina.

Pero ni el ruido ni el miedo ni mucho menos el silencio fueron tan terroríficos como lo fue la mirada del médico al terminar de ver los exámenes y observarnos con sus ojos verdes resplandecientes y llenos de júbilo.

—Bien María me han llegado los resultados de tus últimos exámenes —comentó con una sonrisa que desentonaba completamente con nuestras miradas llenas de angustia—, como te he dicho en más de una ocasión, tienes un cáncer de mama HER-2 positivo muy interesante porque la mayoría de los casos son de tipo ductal pero el tuyo más bien es uno lobulillar lo cual es fascinante porque por lo general solo aparecen en un diez por ciento de los casos y a mí me ha tocado muy pocos de estos así que tener el privilegio de verlos nunca está mal —sentenció mientras nosotras intentábamos entender o rescatar alguna de las palabras que pronunciaba porque a pesar de que llevábamos un año con el diagnóstico, las palabras técnicas seguían siendo como un idioma impenetrable.

Pero como era de esperarse al oncólogo no le importó en lo más mínimo nuestras caras de no entender nada, sino que más bien se explayó hablando sobre receptores y traducciones de señales que con mi hermana simplemente asentimos ante el miedo paralizante que teníamos en aquel momento como para preguntarle alguna de las definiciones que nos estaba relatando como si estuviese dando una cátedra con otros dos médicos.

—La sobreexpresión de este gen y de su proteína se ha visto en un diez a un treinta por ciento de los cánceres de mama invasivos, con una gran relación entre la proliferación celular, la motilidad celular, el grado de invasión del tumor, las metástasis regionales y a distancia, la angiogénesis acelerada, la disminución de la apoptosis, la relación con un grado histológico intermedio o alto, la carencia de receptores de estrógeno y progesterona —continuó antes de volver a sonreír entusiasmado ya que al parecer hablar sobre este cáncer era de sus cosas favoritas en el mundo—, en fin es un tipo de cáncer que en lo personal me gusta mucho porque siempre trae sus desafíos detrás ante el hecho de que esta proteína se comenzó a detectar hace tan solo treinta años, por lo que aún nos queda mucho camino que recorrer en términos de tratamiento y aumentar la sobrevida de los pacientes —mencionó dejándonos igual de aturdidas que en un principio hasta que finalmente terminó con su charla sobre lo que era el cáncer de mama de mi hermana y giró su portátil para que pudiésemos ver las imágenes que nos había pedido—. En fin volvamos a lo que es importante —concretó antes de enarcar la ceja y señalar con la flecha del computador una zona más blanca que parecía una pelota —, aquí podemos ver la mama de María la cual es la derecha donde esperábamos que con los meses de tratamiento que lleva de quimio estos círculos que pueden ver acá disminuyeran de tamaño pero lamentablemente no lo hicieron —afirmó provocando que todo el aire del lugar se exiliara mientras el balde de agua fría de la realidad no tardase en golpearnos la cabeza—, de hecho como pueden ver aquí si comparamos la mamografía realizada al comienzo del tratamiento y la última que tenemos, se puede ver que ahora tenemos al menos cuatro tumores diferentes en la zona y antes solo teníamos tres —sugirió mientras sus palabras flotaban en la habitación como cuchillos creados con la única intención de herirnos y dejarnos a la merced de toda la ira acumulada por una enfermedad que nos había destruido por completo—. La cirugía sigue siendo nuestra opción pero el problema ya no está tanto en la mama afectada sino que lo está en esto —determinó cambiando de imagen para mostrar un hueso y que con mi hermana nos miráramos contrariadas en un intento de comprender algo de lo que se dibujaba ahí—. Este tipo de cáncer tiene metástasis por todo el cuerpo pero nos preocupamos principalmente por las que se producen en el sistema nervioso central, óseo y pulmón porque son las que comprometen más la vida del paciente —dijo mientras la palabra metástasis comenzaba a taladrar en mi cabeza y fue la causante de que María finalmente rompiese en llanto ya que ambas éramos más que conscientes que de un año de charlas, términos médicos y visitas al oncólogo, el mayor temor de todo esto existía a través de aquella palabra tan simple como lo era de aniquiladora.

Del amor y otras enfermedades sin curaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt