Pero un miércoles en un bar todo comenzó de nuevo

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Mini maratón 2 de 2

Amelia

—Vamos Héctor muéstrame con tus placas cómo van tus pulmones —musité mientras entraba en el sistema del hospital buscando la radiografía de tórax que había pedido para mi último paciente quien por sus síntomas de seguro tenía una neumonía, pero de todas formas necesitaba la confirmación en imágenes de ella.

Tamborileé mis dedos impacientes ante el hecho de que el nuevo sistema con el que funcionaba el hospital era más lento que el anterior con la excusa de que supuestamente era mucho más tecnológico, así que solté un bufido mientras cargaba la página.

Sin embargo, antes de que encontrara la radiografía, mi mirada recayó en Paula quien se encontraba frente a mí con una sonrisa de revista, dos cafés en sus manos y con la disposición de que sus ojos oscuros me dejaran sin respiración alguna.

—¿Qué tal el turno Ledesma? —me preguntó dejando los cafés que llevaba en la mano sobre el mesón frente a nosotras para luego sentarse a mi lado con el fin de utilizar el computador junto a mí—, ¿muy colapsada la urgencia de adultos? —inquirió divertida a lo que solo asentí sintiéndome intimidada por lo que me provocaba aquella mirada segura que siempre estaba pintada en su semblante.

Y es que desde que había salido casi corriendo de su piso no me había atrevido a volver a dirigirle la palabra porque los nervios me consumían con solo tenerla frente a mí, de hecho, llevaba semanas escapando de cualquier tipo de encuentro casual ya que cada vez que la veía me cubría por completo la vergüenza de aquel momento y empezaba a tartamudear de tal forma que la pediatra siempre terminaba riéndose divertida a sabiendas del efecto que provocaba con facilidad ante cualquiera que se topara con ella.

Por lo que era mejor escapar de ella a parecer una gilipollas.

—Todo bien, solo tengo a dos en los box —respondí nerviosa a lo que la rubia asintió estirando su mano hacia los dos cafés que había traído—, ¿tú llegando recién a la guardia? —solté desviando mi mirada hacia mi computador para no tener que verla.

Paula rio.

—Amelia que son casi las doce de la noche —comentó divertida, dejándome completamente impresionada ante el hecho de que ni siquiera me había fijado que ya llevaba cuatro horas trabajando—, pero he ido a la cafetería por un café y he recordado que te encanta el capuchino, así que te he traído uno —sentenció amablemente dejando el vaso de café a mi lado.

—No tenías por qué —manifesté sin saber qué decir pero la pediatra solo se encogió de hombros y tomó un sorbo de su café—, de verdad, Paula que yo...

—Tranquila no pasa nada, va sin intenciones pero si quieres quedar un día no me enojaría —aseguró con esa templanza que envidiaba por completo ya que yo nunca podría pedirle algo así a nadie sin que me dé un infarto de camino.

—Yo...

—Bueno que no pasa nada, al menos lo he intentado —sentenció sin darle mayor importancia—, disfruta tu café —dijo guiñándome el ojo antes de devolver su mirada hacia el computador para entrar al sistema del hospital—, ¿qué te ha tocado hoy?.

—Una posible neumonía —contesté notando que ya se habían cargado los exámenes de radiología de Héctor, por lo que hice click y me encontré con una neumonía de campeonato en el pulmón derecho—, bueno es una neumonía gigantesca —determiné ganándome la mirada curiosa de la pediatra quien asintió dándome la razón.

—Bonita neumonía, está como para sacarle foto y mostrárselo a tus colegas —comentó divertida—, yo hago eso siempre con las radios de mis niños —sugirió tomando un sorbo de su café—, ¿Héctor está muy malo o se va a casa con amoxicilina? —preguntó al leer el nombre que había en la radio, a lo que chasqueé la lengua porque probablemente lo dejaría un par de horas en observación, ya que su saturación estaba algo baja y aún le costaba un poco respirar.

Del amor y otras enfermedades sin curaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora