Chapter 25.

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4 días después.

Al parecer el destino desea qué Anneliese sufra más, pues tan solo en su llegada le informaron qué la enfermedad de su padre ya estaba en su etapa final.

Por lo qué ella no había querido separarse de él.

- Anneliese. - Dijo su padre en voz baja moviéndola tratando de despertarla, pues se había quedado dormida a su lado en un banco.

- ¿Eh? Mhm. - Murmuró adormilada mientras apretaba la mano de su padre.

- Anne. - Volvió a hablar el rey está vez logrando su cometido.

- Oh, su majestad, ¿le sucede algo? ¿le duele algo? - Preguntó la princesa levantandose rápidamente preocupada.

- No, no. - El rey negó rápidamente.

- Me ha asustado su majestad. - Dijo Anneliese tocando su pecho.

- Lo siento mucho princesa, ¿podrías llamar a tú madre? - Le dijo con una sonrisa triste, pues sabía qué ya partiría al siguiente cielo, su pecho le dolía demasiado pero decirle a su hija haría qué está se asustara y posiblemente lastimará a su bebé.

- Por supuesto, ahora vuelvo majestad. - Anneliese le respondió con una sonrisa mientras hacia la reverencia típica de Francia.

Anneliese entonces salió de los aposentos de su padre, para buscar a su madre.

- Su majestad. - Anne llamó a su madre la cuál se encontraba en el salón de música

- Hija, adelante. - La reina Isabell le sonrió.

- ¿Qué hacía majestad? - Preguntó con curiosidad la joven.

- Tocaba un instrumento. - Respondió con tristeza.

 - Respondió con tristeza

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- Mi padre desea verte. - Dijo recordando para lo qué la había buscado, y también para cambiar el tema ya qué los instrumentos y su madre se llevaban muy bien más en aquel momento ni la música podía alegrarla.

Ambas mujeres salieron del gran salón, para dirigirse a los aposentos del rey.
La madre de la joven la tomó de su mano para intentar aliviar su dolor.

Una vez qué llegaron, las puertas fueron abiertas, dejando ver a un hombre sentado en la silla qué aparecía un trono con una copa.

Una vez qué llegaron, las puertas fueron abiertas, dejando ver a un hombre sentado en la silla qué aparecía un trono con una copa

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- Su majestad. - Las mujeres hablaron al mismo tiempo para después hacer una reverencia.

- Mis dos grandes amores. - Habló con una sonrisa.

- ¿Qué estás tomando Arthur? - Pregunto la reina nerviosa.

- Es solo agua querida. - Respondió el rey.

Más Isabell no le creyó por lo qué se acercó a su esposo y le quitó la copa, la cuál efectivamente era agua.

- Más te vale qué no tomes otra cosa Arthur. - La reina amenazó a su esposo con un semblante triste.

- No he tomado nada más qué mis medicamentos y agua, se los prometo. - Dijo mirando a sus dos amores.

- Bien, espero así sea majestad. - Su hija habló mientras se acercaba a él para darle un beso en su frente.

- Mandé a buscarte por qué quiero hablar con las dos. - Dijo tomando las manos de su mujer e hija.

- ¿Qué sucede? - Pregunto la reina confundida.

- No aguantó más... sé que en cualquier momento mi corazón dejara de latir, por eso antes de partir deseo qué mi muerte no las afecte. Recuérdenme cómo el hombre guerrero qué siempre fui, el hombre qué las amo demasiado. - Dijo con sus ojos llorosos el rey a sus mujeres.

- Padre, no diga eso...no por favor. - Anneliese dijo mientras se limpiaba sus lágrimas.

- Eres fuerte Arthur, se qué aguantarás más tiempo. - Está vez su esposa dijo mientras dejaba un beso en sus labios.

- Sé qué serás una buena reina Anneliese, confío en ti. Confío en tu madre, en lo qué lo logramos prepararte. Una reina no debe tener enemigos, miedo, una verdadera reina debe ser fuerte, guerrera, amable con su pueblo, pero sí te traicionan entonces demuestra que también eres cruel y despiadada, sé qué tú nombre quedará escrito en el mundo. - Dijo el rey mientras apretaba la mano de su hija.

Esas palabras habían quedado clavadas en la memoria de Anneliese, su padre sabía qué ella sería una buena reina.

Y así la mañana del 17 de agosto de 1515 el rey Arthur XII de Francia, fallece a la edad de 52 años.

Dejando al imperio en buenas manos.

- ¡LA BANDERA BLANCA SE HA LEVANTADO EN EL PALACIO! - Gritaban los pueblerinos.

- ¡EL REY ARTHUR HA MUERTO! - Gritó una mujer.

- Qué Dios lo reciba en su reino. - Decía un hombre encapuchado, para después marcharse.





















































































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𝐋𝐎𝐕𝐄𝐑 | Sultɑ́n Süleymɑn Where stories live. Discover now