CAPITULO 2

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-¿Esto es lo único que tienes?-le pregunté aguantando el extremo de la toalla a la altura de mi pecho. El agua que se escurría de las puntas de mi pelo se escabullía consiguiendo entrar entre la toalla y mi piel. La situación era vergonzosa, dado que no me atrevía a mirar a los ojos a Andrew y él parecía que no quería hacerlo tampoco.

Habíamos hecho un pedido rápido en Roastery. Me había convencido para salir, dejando de lado el coche y caminando las cinco manzanas que nos separaban de la mejor cafetería del distrito; lo cual era una mentira de Andrew. Para él, la mejor cafetería de la ciudad dependía del momento. Había dicho lo mismo en la segunda cita de Dafne y Louise. Esa tarde habíamos pasado del helado al aire libre y nos habíamos refugiado en Aloha, un bar con falta de luces y ambiente peligroso. Te dejan elegir la bebida que quieras, había dicho Andrew con una sonrisa de un niño.

Y en efecto, le habían permitido elegir un vaso de zumo de naranja que no estaba en la carta siquiera. Yo me había reído, mientras Louise le reprochaba que la cerveza que vendían costaba menos de cuatro dólares la jarra.

La puerta del baño se cerró al mismo tiempo que su grito hacía eco dentro del baño. Buscaré algo para ti, dijo y recé para que no me diera nada de Samantha. Dafne se reiría del panorama, yo me avergonzaría más de lo que estaba. Por lo que, dejando de lado los contras que me decían que a Simon tampoco le molaría aquello me metí en la ducha. El gel blanco hizo espuma sobre mi piel y me quedé trazando círculos rigurosos sobre mis hombros más tiempo del que necesitaba. El agua caliente me estremeció y para hacerme sonreír, cambié rápidamente a la fría.

-Siento no tener nada de la talla 38, Lea.

Su sonrisa era sarcástica y el tono de voz tenía un matiz desconocido. No me dio tiempo a entender sus ojos verdes. Los apartó y me encogí de hombros.

-Creo que no estoy en condiciones de quejarme-. Susurré, bajando la mirada.

Su mano se elevó hacia mi mejilla, pero no hizo nada más. Una caricia fue lo que dibujó sobre mi cachete y levanté la mirada, recibiendo una sonrisa de tranquilidad, de que todo iba a estar bien.

-Vamos. Ve a cambiarte. Me muero de sueño.

En el chándal cabíamos dos Leas Sanders. Mis rodillas no llegaban a rozar la tela siquiera y el suelo estaba siendo limpiado por el dobladillo del pantalón. Aun así, me lo levanté lo más que pude, y me lo remangué, dirigiéndome una mirada a través del espejo. Mis ojos azules estaban apagados, como si una sombra invisible se hubiera instalado en ellos y me peiné el pelo encrespado. Era un desastre que no podía quejarse.

Cuando regresé a la habitación, la espalda de Andrew se contraía mientras organizaba el desorden que había montado. Una hilera del armario estaba vacía, su cama recibía toda aquella tela que no sabía cómo doblar. Me aclaré la garganta, originado que su mirada me recorriera.

-¡Te queda... decente!-dijo, intentando no reír. Sus ojos brillosos me indicaban que no aguantaría mucho reteniendo la carcajada.

-La palabra correcta creo que sería más 'saco'-. Dije, hundiendo las manos en los bolsillos, indicándole cuánto de grande era aquello. -Me queda como un saco.

Su carcajada inundó la habitación y el perro se colocó al borde de la cama, pisoteando todo el armario de su no dueño. Drew le dirigió una mirada curiosa. Se sentó a su lado con las manos entre los muslos y me miró de nuevo.

-Estoy seguro de que si participaras en los juegos de atrapar la bandera dando saltitos con el saco, ganarías.

-¡Oh, sí! Eso sí. Aquí dentro hay sitio para dos piernas más.

Durmiendo a su ladoWhere stories live. Discover now