Cantándole a las estrellas

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Viéndola allí dormida, tan cómoda ocupando la mitad de la cama con su cuerpo extendido de par en par, preferí no molestarla. Claro, tampoco cambiaría de habitación con Noah. Por supuesto que no.

Me puse los zapatos y salí del cuarto para ver a los demás. En el ala oeste estaban Benjamín y Paula, junto a Christopher y Noah que tenían la habitación de al lado.

Inspeccioné lo que pude del lugar hasta que me aburrí. Era enorme. La casa tenía dos piscinas y tres salas de juegos. También contaba con una cancha de tenis, por supuesto que no podía faltar. Tenía una caballeriza, y el gimnasio.

Cuando me disponía a salir al jardín, me topé con mi hermanito. La mamá de la rusa lo llevaba de la mano, habían bajado a la cocina por un vaso de leche.

-¿Podemos llamar a Julie? -fue lo que preguntó al verme.

La madre de la rusa se lo llevó rápido antes de que pudiera decir nada. Le pidió que me dejara descansar, que mañana sería otro día. Él quería ir a ver los caballos y pensé en la paciencia de la señora, que pudiendo encargárselos a las niñeras, se encargaba personalmente de ellos y su amor era sincero.

Abrí las ventanas de vidrio y salí al jardín. Necesitaba despejar mi mente, o a tratar de apagar mis pensamientos en donde cada uno de ellos los protagonizaba Julie. ¿Por qué no había ido a verme? O quizá eso podía entenderlo, pero una parte de mí pensó que llegaría.

Supongo que nos engañamos pensando aquello que queremos que sea, y en realidad es nuestro corazón anhelando lo que ya no será jamás. Ella ya no tenía porqué ir a buscarme cuando me pasara algo. Ya no podía pretender que la encontraría, que sería la cura para mis tristezas. Ahora tenía que empezar a curarme sola... pero hubiese dado todo, porque estuviera aquí.

Seguí caminando sin ningún rumbo, hasta que a lo lejos vi a Christopher con su guitarra. Estaba alejado de la casa, sentado en el césped que se expandía a más de treinta metros de distancia. En esa parte de la casa solo había grama, y él estaba allí, en el piso, con el cielo sobre su cabeza. De haber apostado que estaba componiendo, habría ganado.

Caminé hacia él y me senté a su lado. Chris no se desconcentró, seguía en lo suyo, jugando con los acordes inspirándose en la naturaleza y en todo lo que observaba. Para él la música era lo que para mí pintar. Así que abrí mi bolso, ese que siempre llevaba a todos lados y saqué mi cuaderno de dibujo y un lápiz para comenzar a dibujar.

Nos acompañamos en silencio. Mientras él tocaba, yo iba retratando esa escena. Dibujándonos a ambos, en medio del césped y lejos de cualquier indicio de civilización. En una casa apartada de todos, menos de nuestros pensamientos. Él había sido mi ángel y probablemente la persona que más me ha entendido.

-¿Cómo te sientes?

Esta vez fui yo quien que pregunté.

-Sintiendo la magia de no ser nadie.

-Eres un ícono musical -ironicé.

-Y al final soy nadie, igual que tú. Cuando observas todo lo que nos rodea, solo puedes aceptar que eres insignificante, que eres minúsculo y que hay más magia en ello, que en sentirte superior. Es lo mágico de entender que incluso teniéndolo todo, cuando te miras por dentro es donde está el verdadero mundo, o el verdadero vacío, depende de cómo lo veas.

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora