La Lágrima

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Negro. Eso fue lo que vio por unos largos segundos.

Luego, una luz insistente que aclaró su visión y cuando se dio cuenta, tenía los ojos fuertemente cerrados.

Abrió un ojo, luego parte del otro y le tomó un momento antes de realizar que estaba en la cámara de Gaius.

Mientras más entraba en sus sentidos, más intenso se hacía el dolor de su muslo.

Mierda. Si, mierda. No era un pequeño raspón después de todo.

El gran dolor de la herida le recordó a cuando se la hizo, aunque en ese entonces ni siquiera había dolido tanto.

Pero claro, la vez que se lastimó estaban las ágiles y gentiles manos de su sirviente quien lo vendaba con cuidado, y ahora no estaban porque él-

Oh.

Su sirviente. Merlin.

De repente su vista se volvió a nublar, mostrando imagines de velas encendiéndose solas, palabras que no tenían ningún sentido y azul convirtiéndose en dorado.

Azul que se convierte en dorado.

Su respiración se volvió más rápida al recordar lo que había pasado en ese silencioso pasillo, o más bien lo que había escuchado. Lo que había visto.

En su repentina confusión, pensando y pensando apareció una ancha silueta de pelo blanco quien tapaba la luz que lo despertó.

-Señor, ¿Está bien?- La frágil voz de Gaius resonó mucho más fuerte de lo que debería y lo asustó.

Pero no respondió más que con una mirada de miedo e incredulidad que se reflejaba perfectamente en sus ojos.

-Está despierto. No se preocupe, solo se le ha abierto la herida que ya tenía.- explicó el médico, intentando calmarlo. -Puede que duela bastante, pero pronto se le pasará. Por ahora debe descansar y luego podrá volver a sus tareas.-

Arturo no dijo ni una sola palabra, pero una gota de sudor rodó por su frente y su pecho subía y bajaba con agitación.

Gaius suspiró, frunciendo los labios. -Tiene fiebre, señor. Iré a buscar una jarra de agua.-

Entonces el médico desapareció de la habitación, dejando a un Arturo inseguro solo en el cuarto silencioso.

No pasaron mas que minutos cuando la puerta se volvió a abrir. El príncipe apenas notó la presencia de la persona entrante, tan sumergido en sus pensamientos que estaba, hasta que ella habló.

-¿Cómo te sientes?- y esa voz, conocida como la palma de su mano pero ahora se sentía extraña, como si no la hubiera escuchado en años.

Merlin.

Arturo volteó rápidamente su cabeza para encontrarse con una figura alta acercarse a la cama en donde estaba acostado, y juró que su corazón nunca latió tan rápido.

-Arturo. ¿Qué pasó?- preguntó Merlín preocupado. Al mismo tiempo, se sentaba sobre un pequeño banco al lado de su camilla.

La boca de Arturo, sellada como sobre.

Las palabras de Merlín resonaron un largo rato en su cabeza, volviéndose menos y menos familiares.

Su nombre, dicho por ese ser enfrente suyo ya no sonaba como antes.

"Un mago." se dijo Arturo a si mismo, fijando su vista en donde el chico en cuestión se encontraba.

Alto, pelo negro. Mechones indomables. Labios gruesos y hombros anchos, la mítica bufanda roja colgando de su cuello y sus hipnotizantes ojos azules como el cielo.

Dios mío, si es que ese era el hombre que conocía hace diez años. Desde ese extraño día de julio.

Sin embargo, ese no era Merlín. Ese ser, parado en frente suyo, era un hechicero.

Al pensamiento se le heló la sangre.

Y no, por mucho que Arturo quisiera convencerse de ello, el hecho de que fuera un mago no le asustaba. Era un extraño pensamiento, pero su corazón latía rápido por otra razón.
Era el saber que Merlín nunca le había contado.

¿Porqué no le había dicho? ¿Porqué a Julieta y no a él, de todas las personas?

-Arturo. Por favor, respóndeme.- Una voz firme, unos ojos mirándolo directamente. Ojos que ya no podía mirar.

¿Nunca más podría volver a verlos? Ese pensamiento le hacía revolver el estómago.

Su respiración ya se había calmado relativamente, pero sus ojos eran lejanos y estaban ampliamente abiertos.

-Oye—

-Lo se.- fue todo lo que Arturo dijo, dejando la habitación en un silencio sepulcral.

Lo único que se alcanzaba a escuchar eran sus propios latidos del corazón.

-¿Qué?- preguntó Merlín.

Otra vez, luego de mucho tiempo, se atrevió a mirarlo a los ojos.

Merlin estaba sentado recto sobre la silla, mirándolo como si hubiera dicho la cosa más extraña del mundo.

-Ya lo se. Se sobre ti.- anunció, pero su voz salió más débil de lo que quería.
Estaba estático sobre la camilla, mirando al hechicero.

-No entiendo.- dijo en respuesta con una expresión confundida.

En cualquier otra situación, hubiera rodado los ojos. Le hubiera dicho a su tonto sirviente lo despistado que era y le hubiera reprochado no prestar atención, pero no.

Todo lo que hizo fue mirarlo, esperando que su mirada fuera lo suficientemente intensa para hacerle entender a Merlín.

-¿Qué es lo que ya sabes, señor?- preguntó extrañado, pero su mirada que se escapó de la suya lo delató. Se estaba haciendo el tonto.

-¿Pero porqué no me lo dijiste?- lloriqueó angustiado, ya olvidándose de ignorar los ojos azules del mago.

-No... No se a lo que te refieres...-

-Que eres un maldito hechicero, Merlin.- respondió entre dientes, pero la voz le tembló y sus ojos se cristalizaron. -O como quiera que te llames.-

Silencio. Todo en esa habitación fue silencio.

-¿Yo?- dijo con una risita nerviosa. -Eso es ridículo.-

-¡Te vi, carajo!- su voz se elevó en un grito, pero no pudo esconder el quiebre en ella.
-Tus ojos. Cambiando de azul a dorado... ¿Nunca me ibas a contar? ¿A Julieta, quien conociste hace tres semanas, le dijiste, pero a mi no?-

Merlín no respondió, simplemente frunciendo el ceño y dejando que su visión se ponga borrosa por las lagrimas.

Entonces se levantó, repentinamente inquieto.

-¿Nunca me ibas a contar?- repitió, esta vez más desesperado. Con la poca fuerza que le quedaba, se sentó sobre la camilla e intentó buscar la mirada del mago, pero esta no le correspondía.
-De todas las personas, Merlín. En todo el mundo, pensaba que yo era en quien más confiabas. Lo pensé, porque ese eras tú para mí.- El príncipe, en un desesperado intento de ser escuchado, se levantó de su camilla, cojeando y gimiendo por el dolor pero sin quitar la vista de su sirviente. -¿No sabes que te confiaría la vida? ¿No sabes...? ¿No sabes que no me importa lo de tu magia? Por Dios, podrías ser un jodido ogro y seguirías siendo mi persona favorita. Pero nunca me lo dijiste. Nunca confiaste en mi. Ese... ese es mi verdadero dolor.- Otra vez el familiar sentimiento de esa mariposa le llenó en pecho con su aleteo, recordándole lo mucho que quería decir pero nunca se atrevía.

-Arturo...- se escuchó con una frágil voz, pero de ella no salió nada más.

Lo vio alejarse unos pasos, lo suficiente para ocultar su cara pero también para que Arturo escuchara sus fuertes respiraciones.

La lagrima salada del príncipe rodó por su mejilla al no obtener más respuesta.

-¿Confiabas en mi siquiera?- le preguntó con un hilo de voz, pero la pregunta mantuvo su eco en la habitación, ya que Merlín, al escuchar esas palabras, huyó del lugar así dejando solo de rastro a las lagrimas que cayeron y quedaron marcadas sobre el frío piso de pierda.

Avec tout mon cœur -MerthurWhere stories live. Discover now