La Adivina

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Los encuentros de Merlín y Julieta fueron cosa de cada día; la rubia le encantaba enseñarle al hechicero todo lo que sabía sobre las hierbas especiales de medicina, y Merlín admiraba el talento que la sirviente tenía para explicar las cosas. Además, las historias locas que el pelinegro le contaba eran muy interesantes para ella. Disfrutaban pasearse por el bosque y hablar de sus vidas.

De hecho, había pasado una semana y media desde que se habían encontrado y parecía que podían confiarse la vida.
Por ejemplo; Merlín sabía de Julieta que ella era una aficionada al arte. Incluso le mostró algunos retratos y bocetos que había hecho y al pelinegro casi se le cae la mandíbula. Sin mencionar que no solo era artista, si no que tenía una voz impresionante.
Pero por supuesto, los sirvientes tenían una cosa de muchas en común: no les gustaba tomar crédito.
Así que por esa razón, la rubia no le había mostrado a nadie más que a sus hermanas lo buena que era con el arte y su angelical voz.
Ahora, Merlín también lo sabía.
Y había quedado impresionado.

Aunque el chico no se quedaba atrás:
Tenía un talento natural por la cocina y se le daba muy bien estar con los niños.
Eso Julieta lo sabía al Merlín contarle la peculiar historia del niño Mordred, aún que por supuesto, omitiendo las partes mágicas.

También habían hablado sobre sus familias, las cuales a los dos le faltaban mayormente.

La rubia le había contado que su padre había muerto a mano de unos bandidos y de que su madre se había marchado por la falta de dinero y la había dejado a unos padres que buscaban hijos; ella fue adoptada con siete años, y aún que fue duro al principio, admitió que sus padres adoptivos eran su verdadera familia.

Julieta también supo sobre Hunith y Balinor y como aman y amaron a Merlín, aunque no siempre estuvieron presentes.

Dejando todo el tema familiar de lado, ellos también empezaban a disfrutar de hablar sobre amoríos y si había alguna persona especial para ellos.

-¡Te digo que no, Julieta!- carcajeó el hechicero. La rubia le había preguntado a Merlín si tenía o alguna vez tuvo algo con una señorita, y casi no le creyó cuando la respuesta fue negativa.

-Sinceramente no puedo creerte. Eres el chico más dulce que conocí en mi vida, en serio. Además, se nota a leguas de que eres un romántico. ¿Nunca tuviste nada de nada de relaciones?

Merlín sonrió nostálgico y miró hacia la profundidad del bosque.

-Bueno... una vez. Con una chica que no provenía de Camelot. Nadie la entendía, y sentí como si fuéramos iguales. Ella abrió su corazón conmigo. Pero terminó antes de que pudiera empezar.

Julieta captó el tono triste del pelinegro.

-Suena como que de verdad te gustaba, ¿Que pasó?

Merlín giró la cabeza y agachó la mirada, ya que la sirviente era bastante más bajita que él y tenía que mirar hacia abajo.

-Ella no era bienvenida en Camelot. Así que se fue... A un lugar bonito con un lago.

Ella supo que había lago más detrás, pero no quiso forzar nada y decidió que las cosas que no querían ser contadas, no tenían porqué.

-Suena encantadora, honestamente.- sonrió suavemente la sirvienta. -Yo una vez me enamoré de un habitante de mi reino. No era de la realeza ni nada, pero él me dijo qué era la mujer de su vida. Supongo que eso fue lo que le dijo a todas las otras.-

Merlín levantó las cejas sorprendido.

-Lamento eso. Debe haber sido un idiota.

Ella rió negando.
-Fue hace muchos años. De hecho, yo era adolescente. No es de extrañar que yo haya caído tan fácilmente. El tipo casi me doblaba la edad-

-Seguramente sea miserable ahora y piense la increíble chica que se perdió.- Le sonrió Merlín.

-No lo dudo... Dicen que lo metieron al calabozo por intentar espiar el cuarto de la reina mientras se cambiaba- Julieta carcajeó acompañada de Merlín.
-¿Entonces, dices que no hay nadie especial en estos momentos? ¿Ni siquiera una pequeñísima pizca?-

El pelinegro portaba una suave sonrisa y un luminoso brillo en sus ojos. O tal vez sólo fue el reflejo de la fogata que estaba en frente de él.

-¡O por Dios!- rió la rubia, dándole un golpe juguetón en el hombro del hechicero. -¡Tienes a alguien especial! Ahora no puedes no decírmelo.

Merlín rió junto a ella, tomando un tono de color en sus mejillas.

-Bueno, no creo que me corresponda... Además, lo nuestro es imposible.

Julieta lo miró, mordiéndose la mejilla interior.
-¡Déjame adivinar quien es!

Merlín dudó, pero finalmente aceptó entretenido.

-Vamos a ver... Me contaste sobre esa chica, Gwen, creo se llama. Como hablas de ella, le tienes mucho aprecio.

El pelinegro rió, negando rotundamente.

-Tal vez hace unos años hubiera sido... Pero ya no. Es realmente como una hermana para mi ahora.

-Si no es Gwen, seguramente es la Lady Morgana. Dijiste que tiene una gracia impresionante y que era la mujer más carismática que hayas conocido.

-¡Y lo es!- apresuró a decir Merlín. -Ella es muy valiente. Siempre le hace frente al rey cuando nadie más se atreve. Es una chica increíble, pero jamás la vería de esa forma.

-Bueno, si es alguien del personal o algo así, no cuenta. Tienes que decirme si no conozco a la persona.

-No, no. Te he hablado sobre esa persona. No creo que la hayas olvidado.

Julieta se llevó un dedo a su barbilla, pensando seriamente.
Ella lo inspeccionó, mirándolo de arriba a abajo con una mirada lenta y calculadora.
No era Gwen, la chica que una vez lo besó... No era Morgana, la joven más carismática de Camelot ni tampoco era una habitante o alguien del personal.

¿Podría ser que este chico tan peculiar...? No, seguramente no. Tendría bastante sentido, de hecho... En realidad, Julieta no creía que preguntar fuera un pecado.

-Una vez me contaste sobre alguien muy noble... Que se había llevado tu respeto. Dijiste que era valiente, amable y confiable, todo en un paquete. Aunque mayormente te quejas sobre su comportamiento, nunca faltaba la pequeña sonrisa. Debo decirte, Merlin, que nunca escuché hablar a nadie de la forma en que tú hablas del príncipe Arturo.-

El hechicero parpadeó, dándose cuenta de que no lo había hecho desde que Julieta empezó a hablar. También se dió cuenta de que ella nunca había utilizado una voz tan dulce y delicada con él.

-Bueno, Julieta. Si todos fueran inteligentes como tú, honestamente, estaría acabado.-

Los dos se miraron un par de segundos, justo antes de caer en la tentación de estruendosas carcajadas que retumbaban en todo el bosque.

Y en medio de las risas, Julieta miró a Merlín y con los ojos marrones tan peculiares suyos le dijo que sí, que todo estaba bien y que lo entendía. Porque tenían tantas cosas en común que eso ya era difícil de evitar. Le dijo con la mirada que ella no lo juzgaba y que lo apoyaría en todo, ya fuera hacer papel de cupido y emparejarlo con cierto príncipe de ego alto.

Avec tout mon cœur -MerthurWhere stories live. Discover now