XXXII. Nuestra verdad Capítulo 6

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Japón
Época desconocida

Los días seguían transcurriendo, había poca esperanza en el general de cabello negro, la situación empeoraba cada vez más; la joven albina cada vez caía más en depresión y esa ansiedad que la consumía era casi palpable, y aquella desesperación que tenía en su corazón era más profunda que un abismo.

Todos aquellos que intentaron ayudarla trataban de no rendirse, intentaban apoyarla lo más que podían, pero, ella no cooperaba; su mirada estaba tan vacía que parecía un muerto andante, incluso hasta las mismas manos que en algún momento fueron cálidas que llegaban a brindar esperanza, habían perdido ese calor. Poco a poco su ausencia era más que notoria, ya que la ayuda que ella proporcionaba a los heridos y enfermos se había desvanecido, todos lo intentaron e incluso el futuro monarca, él era quién estaba más angustiado por aquella qué siempre sería su amor imposible, pero, también estaba esa Guerra interminable y sangrienta, en la cual perecían sus tropas o lo que quedaba de ellas; no sabían cómo darle fin a una persona tan cruel y despiadada cómo lo era aquel gobernante de otro reino, estaba tan lleno de ira, odio y oscuridad qué se llegaba al enorme cuestionamiento de sí seguiría siendo humano, una pregunta qué claramente no tendría respuesta alguna.

Una noche tan fría la joven albina se acercó a la ventana de su alcoba hincándose y entre sollozos expresó a la luna:— Sé que quizás no tenías una elección real al escogerme, no sé porqué fui yo o porque simplemente me ha tocado vivir cada una de estas experiencias tan amargas y dolorosas. A mi corta edad perdí a mi madre y ahora lo único que me queda en esta vida, el amor de aquel ser que amo con mi propia vida, al cual he entregado mi alma, está debatiéndose entre la vida y la muerte; el tiempo ha transcurrido y yo ya no soy la misma, mi corazón se siente frío y mi mente ya no puede pensar más, este suplicio me ha consumido por dentro y por fuera, siento que ya no quiero luchar más, desearía que esta agonía sólo fuera un mal sueño y creo que quizás mi propio dolor me está llevando a perder la poca cordura que aún me queda, ya no me quedan fuerzas para seguir. —Derramaba gruesas lágrimas cargadas de dolor y sufrimiento.

— Shiro... realmente no sé que podría contestar ante estas palabras que emiten tanto dolor que lo siento hasta en mi propia alma, me cala los huesos... Lamento que tú hayas tenido este lamentable destino, te escucho llorar, puedo palpar tus pensamientos y el amor que sientes por ese hombre para mí es tan tangible... es un amor tan etéreo qué pocos humanos han amado como tú lo has hecho; el destino muchas veces es incierto y sé que no podemos hacer mucho ante ello, porque incluso para nosotros los dioses es algo que cambia constantemente, ya que los humanos son tan impredecibles y está por demás decir que sus sentimientos cambian siempre, pero... los tuyos no, son lo más puro que yo haya podido conocer. — Decía con tristeza y remordimiento aquella mujer. 

Quiero creer en estos momentos me has llamado para darme una respuesta y acabar con esta guerra interminable o ¿me equivoco?

— En realidad no, debo decirte y aclararte que solo tengo una condición y sé que tú me la puedes cumplir.

De acuerdo, yo intercederé para que tu esposo despierte y te daré unos breves instantes para despedirte de él, pero, no podrás darle más explicaciones, no pierdas el tiempo que te concedo.

Qué palabras tan fáciles de decir, pero, como tú lo has dicho, es precisamente lo que yo pido, es justo ¿no lo crees?

En efecto mi pequeña albina, no tengo más que decir y un simple perdón jamás podría ayudar a menguar tu dolor, realmente lo lamento.

— Bien, ahora dime ¿qué tengo que hacer?

— Deberás llevar a tu amado a la pradera verde, aquella a la que llaman sagrada, yo apareceré en ese momento y me llevaré tu alma.

Out of timeWhere stories live. Discover now