XIV. Un buen día (especial)

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PREVIAMENTE

Época moderna

9:30 AM

Tokyo

Los jóvenes partieron de la casa de los Higurashi para dirigirse al centro de Tokio donde tomarían un tren y comenzaría su aventura [...]

Época moderna

Tokio

10:00 a.m.

—Extraño al señor Sesshomaru, ojalá pudiese ir con él— musitaba en tono melancólico la pequeña Rin, quien se encontraba sentada en el sofá con los pies al aire. —Yo también quisiera ser de ayuda para Kagomesita, Rin— opinaba el pequeño demonio de fuego, —pero sé que no soy lo suficientemente fuerte para ayudarlos —balbuceó el niño con cierta pesadez en sus palabras.

Los pequeños se encontraban platicando entre sí, suspirando y dejando que el peso de sus cuerpos se hundiera en los cojines del sofá de la sala. Ambos expresaban sus pesares y la forma de cómo se sentía cada uno por ser pequeño y no ser de mucha ayuda para los mayores.

Al poco rato la Higurashi mayor observó a los infantes con miradas decaídas, sabía de ante mano que era lo que tenía en ese estado a los menores; sentía cierta pena por los niños y decidió hacer algo para levantarles el ánimo, subió las escaleras llamando a su hijo, cuando este se presentó frente a la mayor, esta le externó una idea maravillosa a la que el menor accedió sin respingo alguno, corrió a su habitación cambiando su muda de ropa por una más cómoda.

Mientras el azabache menor se vestía, la mayor decidió sacar un poco de ropa cómoda y agradable para que los niños pudieran moverse con facilidad en el lugar al que irían. Minutos apenas pasaron cuando la mujer llamó a los pequeños de otra época, estos subieron apenas con ganas de moverse, pero sabían que no podían ser desconsiderados con la señora.

Los pequeños al entrar en la habitación vieron a la sonriente mujer con un poco de ropa en la mano, esta se las entregó y les pidió que se cambiaran; los niños se miraron entre sí, la niña entró al baño para vestirse y la adulta apoyó al pequeño zorrito. Algo de esa escena hizo que se removiera en el interior del niño llenando su corazón de nostalgia, él sabía perfectamente que sentía un amor especial por la sacerdotisa, algo muy similar al cariño que profesa un hijo a su madre, concluyendo así que a la adulta podía verla tal vez... Como a una abuela, esto infló de calidez el pecho del zorrito mágico.

Pasó un rato en que la familia Higurashi y los pequeños niños habían partido así es misterioso lugar. A llegar al tan esperado lugar, la mayor y el pequeño azabache tomaron de las manos a los infantes del Sengoku, invitándolos a entrar al parque de diversiones. Los menores no cabían del asombro, estaban maravillados con tantos colores formas y luces sobre todo veían como la gente disfrutaba de los dulces, curiosos a su parecer, eso era lo que más les llamaba la atención; instantes después la mayor dejó que los menores se divirtieran juntos, tomando así un pequeño respiro y bien merecido descanso cerca del lago donde familias y parejas felices navegaban en sus pequeñas balsas.

Mientras tanto los más jóvenes eran guiados por el pequeño Sota, que divertido y riendo les explicaba con lujo de detalle lo que era cada una de las máquinas; la niña impaciente pidió por favor el poder subirse a unos monísimos caballos, a lo cual el pequeño azabache respondió y argumentó que aquellos caballos eran parte de un carrusel, uno de los juegos más tranquilos de la feria. Corriendo a través de la multitud los tres niños se subieron a la fila de los caballitos, subieron alegremente y en el instante en que la máquina comenzó a moverse los jóvenes del Sengoku gritaban emocionados, alzando los brazos de manera eufórica, estaban realmente emocionados y sobre todo estaban impresionados con aquellas extrañas máquinas.

Out of timeWhere stories live. Discover now