El cielo y el mar

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Antes de irse, Victoria me recordó que debía estar presente en una asamblea dentro de nueve horas. Se iba a discutir la decisión de pagar o no el impuesto que nos estaba poniendo la cuadrilla del Urabá. Si nos negábamos, le daba una oportunidad de migración a toda mi cuadrilla, pero nos ganaríamos de enemigos a un grupo más. Si aceptábamos, estaría dejando atrás a mucha gente que no podría transportarse con nosotros hacia Popayán o hacia Lima. Pero necesitaba leer mi carta. Me senté en la cama y la extraje del sobre. Había escrito una especie de introducción en la que hablaba de ciertos detalles acerca de mi vida en la cuadrilla, pero no me interesó, por lo que leí con rapidez buscando lo único que quería saber en ese momento: ¿qué diablos era este túnel y por qué yo podía controlarlo? La carta no daba más espera:

... todo eso significa que es de vital importancia que estés pendiente de cada una de las personas que hacen parte de la cuadrilla, sin fijarte en si son cercanos o no. Siempre he creído que cada uno de ellos es primordial en nuestra lucha, pero últimamente no he sido bueno demostrándolo. Puedo reconocer que he sido muy autoritario. Esto ha hecho que tenga pesadillas en las que mis colaboradores más cercanos se rebelan y me ponen una bomba debajo de la cama. Pero en mi pesadilla no muero, sino que mi cuerpo, destrozado, resiste el impacto, y recorro los pasillos del edificio buscando ayuda, mientras que todos se apartan al ver que de mis huesos caen trozos de músculos y de mi boca se salen, uno por uno, cada uno de mis dientes. Es aterrador.

Pero pasemos a lo que de verdad quieres saber. Te lo contaré todo tal cual sucedió.

Necesito que abras tu mente o no podrás entenderlo.

Quisiera empezar diciendo lo que he sentido cuando he estado en el mar. Nunca olvido el poema de Borges en el que dijo que cuando miras el mar, siempre lo estás viendo por primera vez. En varias de mis primeras veces he sostenido la mirada sobre las aguas y he podido percibir una conexión con ellas, que me llama, que me lleva, que me obliga a escudriñar su superficie en busca o de enigmas o de respuestas. Creo que todos hemos sentido esa conexión en alguna de las muchas ocasiones en que hemos visto el mar por primera vez. Realmente lo miramos buscando respuestas, aunque ya no haya preguntas.

La brisa, el movimiento de las olas, las huellas de la fauna, los rumores del agua contra las peñas, el olor de las maderas... y el sabor de la sal en nuestros labios. Tantas cosas. Ciertamente, el mar nunca está solo. Pero al estar en soledad frente a él, hay una vaga melancolía que impide quitarle los ojos de encima, como si desde lejos estuviéramos contemplando un muy, muy antiguo hogar que alguna vez nos amó.
Tal vez le pertenecemos al mar, al agua, al hidrógeno, y por eso anhelamos volver allá sin saberlo. La vida y nuestra esencia están en el agua, por lo que al asomarnos al mar se nos devuelve nuestro reflejo, se nos muestra nuestro hogar: mirarlo es volver a la semilla. Diría que no es lo mismo cuando miro el mar de día que cuando lo hago de noche. Mirarlo de día es asombrarse por su grandeza, por su silenciosa sabiduría, es recibir en el corazón un gran impulso. Pero cuando lo miro de noche, siempre, en todo momento, me estoy mirando a mí.

Eso que siento cuando dirijo mi alma hacia las aguas es lo mismo que siento cuando la dirijo hacia los cielos, en los que veo las estrellas, algún planeta y una oscuridad espesa e indescifrable. El fondo del mar es tan aterrador como lo profundo del espacio. Allí es hacia donde debemos mirar.

Hace algunos años, cuando la guerra estaba cerca, regresé a la casa después de una reunión con Emmanuel. Me dijo que me fuera temprano porque tenía el presentimiento de que algo agradable me pasaría en el camino. En parte tuvo razón. Esa noche, después de tomar una sopa fría, decidí salir a caminar por el barrio. Quizás tardé demasiado tiempo en darme cuenta de que las calles estaban vacías por completo. El silencio de la avenida se hizo muy ruidoso. Contemplé el paisaje y era como si yo fuera el único ser viviente en cientos de metros a la redonda. Con cierto temor, me dirigí hacia la casa, pero en el camino, junto al enorme árbol cuyas raíces están dañando las rejas de la iglesia, noté algo extraño sobre el suelo.

Atraviesa el túnel o muere en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora