Mirando al abismo

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Fue un impulso que nunca había tenido. Conociéndome, cualquier persona habría pensado que yo me devolvería de inmediato a mi casa después de haber salido de esa locura. Pero sentir el reconocimiento de ellos dos era gratificante, incluso cuando no era merecido. Íbamos en la camioneta a toda marcha. Natalia, que parecía estar cansada y querer dormir, también se animó con mi idea. Yo no mentía cuando les dije que quería ver lo que el túnel tenía para ofrecerme. De verdad quería saberlo esa misma noche. ¿Qué se habría podido mejorar en mi vida? ¿Qué error pudo haber mejorado las cosas? Creo que en general he tenido una vida tranquila, en un buen colegio y con todo lo que podría pedir. Mi familia no era millonaria, como la de Gustavo, pero podíamos darnos ciertas libertades por las que yo vivía muy agradecido.

Habíamos llegado al lugar. Todo fue igual a la primera vez: el ingreso, la luz, la apertura de la grieta y la oscuridad. Lleno de motivación para hacer las cosas bien, mantuve en calma mi mente, ahora consciente de que los ataques de Gustavo y Natalia no fueron reales. Tenía que tener claro que iba a ser atacado usando mis propios miedos, con la condición de que perdiera la calma. Es más fácil mantenerla cuando sabes que afuera alguien podrá curarte. Es más fácil cuando sabes que tienes una segunda oportunidad esperando. El plan era simple: iba a estar en un lugar oscuro, donde sería tentado para que perdiera la calma. Si recibía un ataque e intentaba acercarme a la segunda puerta, el ataque empeoraba. A pesar de que no había dolor, era bastante traumático. Todo se trataba de fortaleza mental.

Ocurrió como me lo había imaginado. Más o menos. Yo estaba esperando más patadas, más golpes o incluso varillazos, pero no fue así. Esta vez, en medio de la oscuridad absoluta, sentí los pies más fríos de lo normal: estaba rodeado de agua que al llegar al borde de las botas me mojó la ropa y la piel con unas aguas heladas, que hacían sentir el frío como punzones. Con rapidez el agua subía y subía, no había cómo detenerla, no había forma de huir, pues ya no podía ver las puertas sin luz alguna. Calma. Mantener la calma. Pensé que el agua subiría hasta el cuello y, de no haber reacción intranquila, comenzaría a bajar. No fue así. La inundación continuó hasta que sobrepasó mi cuello y luego mi rostro, lo que me obligó a patalear para mantenerme respirando. Sentí cómo se aceleraba mi corazón por el miedo. "Si no me tranquilizo, empeorará en cualquier momento", pensé muchas veces. Lo dije muchas veces, como si estuviera rezando, casi con fe.

Cuando fui consciente de que así me ahogaría, me tranquilicé y traté de flotar acostado boca arriba. Pensé en que debía estar quieto todo el tiempo que pudiera para no gastar energía y esperar hasta que se terminara todo. Intenté nadar, pero no se divisaba absolutamente nada en ninguna dirección, por lo que fue inútil seguir intentándolo. Esta vez no busqué ni una sola vez a Gustavo, ni esperaba verlo. Tampoco pedí ayuda. Iba bastante bien.

Prontamente esa tranquilidad se fue: sentí algo en el brazo. Lo levanté con brusquedad y de nuevo me puse en posición vertical, pataleando y braceando para no hundirme. Volteaba a ver en vano para todas partes. Ahora sí estaba seguro: ya no estaba tranquilo. Poco a poco las luces de las puertas se encendieron, lo cual me dejó ver que las aguas eran profundas y cristalinas: la luminosidad venía, como antes, desde dos direcciones diferentes, pero esta vez muy debajo de mí, como a unos ocho metros. Perdí la tranquilidad. Para mí, ir de viaje al mar no incluía la opción de estar en un lugar donde no pudiera tocar la arena con los pies. Si la tocaba, todo estaba bien; si me movía un centímentro por encima de ella, sentía que debajo de mí había animales peligrosos, y debajo, otros animales más grandes, más peligrosos. Aterrador. Siempre había tenido mucho miedo de ser herido accidentalmente por un vez vela o uno de boca triangular, que me embistirían y sería atravesado como un pedazo de trapo. Sí, por ese miedo me encontraba en esa situación.

Pataleé y nadé con fuerza, buscando instintivamente acercarme a las paredes de donde sea que estuviese. Mientras lo hacía, vi lo que parecía ser el lomo de un pez atravesando la superficie del agua con una rapidez pasmosa. Ya no había ninguna calma de nada en mí. Me tocó la pantorrilla. Grité aterrado. El pez se movió con violencia e intentó alejarse, pero nuevamente sentía potentes golpes de agua producto de un cuerpo enorme y oscuro que se batía con fuerza a pocos centímetros debajo de mí. Había logrado ubicarme sobre la luz, pero era imposible nadar hasta abajo: estaba muy profundo. No era capaz. Ver a ese pez me quitó toda la valentía que me quedaba y solo pude quedarme sobre la luz sin buscar llegar a ella. De todas formas, no estaba seguro de que esa fuera la salida. Mis movimientos eran sin pensar; no tenía ningún plan.

De pronto, sin que pudiera volver a verlo, me mordió el brazo izquierdo, justamente en el codo. Su cuerpo era largo y delgado, con una cabeza de forma triangular y tan huesuda que parecía un cráneo fosilizado. Casi no recuerdo su color. Entre gris y verdoso, o blanco, no lo sé. El pánico fue intenso. Me quedé totalmente paralizado mientras sentía que me iba hacia el fondo. El pez me sostuvo con unos dientes grandes y separados entre sí, apenas haciendo la fuerza necesaria para sujetarme sin lastimar mi brazo. Del agua sobresalían su boca y sus dientes. Pero algo sucedió cuando me fijé en su ojo: profundo y brillante, me miró durante un segundo en el que sentí que el tiempo se congelaba, tal como lo hicieron las aguas y el sonido, seguido todo por una intensa paz. 

En medio de esa aparente calma, sentí que mi cuerpo se iba hacia el ojo, como si este fuera un agujero negro tragando todo a su alrededor con una horrorosa lentitud. A medida que me acercaba a este demonio, totalmente hipnotizado por el brillo de su iris, o mi cuerpo se reducía para entrar en el ojo o el ojo se agigantaba para tragarme a mí, y en su parte más oscura pude ver, como en una especie de ensueño, las escenas por las que había decidido volver a entrar al túnel: la revelación de lo que podría hacer por mí si lo atravesaba. Y fue jodidamente épico.

Atraviesa el túnel o muere en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora