Victoria

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Mi habitación lucía muy acogedora. Tal vez era porque yo mismo la había adecuado. Tenía una cama doble, con dos mesitas de noche de madera oscura. Las paredes estaban llenas de cuadros y afiches, y junto a las mesitas de noche había varias pilas con todos mis libros y algunos más. Había puesto dos repisas de vidrio colgadas en la pared, sostenidas por un pie de amigo en cada uno de sus extremos. Sobre ellas, estaba mi colección de carros y aviones a escala, que estaban acompañados por botellas de licor pequeñas que nunca destapé.

Junto a un tapete verde que estaba a los pies de la cama, había un sobre tirado. Era mi carta. Me tiré a recogerla, aunque no tuve el valor ni las ganas de acceder a ella de inmediato. Fue necesario sentarme por un minuto para procesar tanta información. El colchón era cómodo. Fui hasta el baño otra vez. ¡Dios, todo estaba tan limpio! Era un alivio librarse de tanto polvo y ceniza.

Después de dar un par de vueltas por el lugar, tratando de descifrar cada una de mis pertenencias, volví a sentarme en la cama con la carta entre mis manos. Justo en ese momento fui interrumpido por un golpe en la puerta. Al preguntar quién era, reconocí la voz de la médica, anunciándose como la doctora Galvis. Me dijo que tenía que limpiar mis heridas. Yo las había olvidado por completo. Al asomarme a mi pierna, encontré dos agujeros hechos por los clavos del bate con el que pensaban matarme. Podía ver las heridas a través de los agujeros que tenía en el pantalón. En total, fueron cinco puntillazos, pero tres de ellos no rompieron la piel. Solté la carta junto a la almohada y me senté en el borde de la cama. Ella fue hasta la otra habitación, en la que había una pequeña sala y una cocina, y de un lugar que ya conocía sacó un taburete plegable, sobre el que se sentó frente a mí.

—¿Ya conocías acá? —le pregunté.

Me miró y me sonrió.

—Sí, ya había venido.

—¿A qué?

—¿De verdad no recuerda nada, señor? ¿Es cierto que perdió la memoria de los últimos ocho años?

—¿Por qué me sigues diciendo así? —pregunté con algo de molestia—. De verdad, suena tan falso. Como que siento que no me lo están diciendo a mí.

—Cierto. Solo "Juan".

—Sí, por favor.

—Debe ser muy impactante que lo último que recuerde sea de antes de la guerra. Y luego despertar y ver todo así. Si yo misma quedé impactada de ver cómo quedó mi ciudad, Bogotá, no me imagino cómo habrá sido para usted.

—Todavía sigue siendo muy impactante... Ahora esto es mi casa.

—Sí, ahora lo es.

—¿Cómo es tu nombre? —le pregunté.

De una pequeña maleta extrajo implementos médicos con los que fue limpiando mis heridas a medida que hablábamos.

—Soy la doctora Galvis.

—No. El nombre.

—Victoria. Pero todos me dicen la doctora. Los más cercanos me dicen Vicky.

—¿Eres doctora?

—Sí. Me estaba especializando en pediatría cuando estalló la guerra. No alcancé a graduarme.

—En esta situación, el diploma es lo de menos. Lo importante es tu aporte profesional. Debes ser una de las personas más importantes en este equipo.

—Ha sido una de las muchas cosas de las que usted ha sido capaz de convencerme.

—No me gusta Vicky. Victoria es un nombre con una carga semántica demasiado poderosa, ¿no crees? Decirte Vicky le quita mucho peso a tu nombre.

Atraviesa el túnel o muere en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora