La luz del sol

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Leer el folleto del inicio de la guerra me hizo sentir en la época del túnel. Ya había perdido la costumbre de recibir estas noticias tan extrañas cargadas de tanta información nueva. Lo que estaba leyendo era difícil de creer, pero me lo confirmaba el paisaje, el olor a plástico quemado y una neblina grisácea que se regaba a lo largo de todo el camino. Una guerra que destruyera el mundo era algo probable, pero, según mis estimaciones, tardaría mucho más tiempo en suceder. Pensé que era mucho mayor el sensacionalismo que las probabilidades reales de que se dispararan los misiles.

—¿Entonces el mundo se fue al carajo en menos de ocho años? —pregunté.

—Eso depende de cómo lo mirés —me respondió Gustavo—. Si nos ponemos a ver nuestras circunstancias, el mundo todavía no se ha ido al carajo, todavía estamos muy bien, así que en realidad tomará más de ocho años para que eso pase. Todavía nos queda luz del sol.

Me quedé absorto mirando por la ventana después de escuchar su respuesta. ¿Todavía estamos muy bien? La entrada a la ciudad estaba llena de plantaciones de caña de azúcar que le daban a la vía un resplandor esmeralda. Ya no era así. A través del vidrio trasero solo se podía ver la nube de polvo espesa que dejaba a su paso nuestro recorrido, y hacia adelante, con dificultad, podía adivinarse el camino siguiendo la ceniza que quedaba amontonada a ambos lados de la carretera. ¿Todavía estamos muy bien?

—¿Por qué hay tanta ceniza? —pregunté sin dejar de mirar hacia afuera.

—Es un invierno nuclear, señor —habló otro de nuestros acompañantes, un hombre al que se referían como Gómez—. Las explosiones nucleares levantan tantas partículas que el viento ya no puede disiparlas y permanece una nube de ceniza en el cielo, que bloquea la luz del sol.

—No es necesario que me digan señor —contesté—. Me suena tan ridículo. ¿Qué pasó con mi familia, Gustavo? ¿Sabés algo de mi mamá?

—Nosotros no sufrimos de ningún bombardeo —respondió Gustavo—. Pero la nube de ceniza y las lluvias ácidas nos han causado muchos problemas. La ciudad está casi totalmente saqueada. No es recomendable para nadie estar en la calle mucho tiempo. Pero no te preocupés por tu familia. Todos están bien. Tu mamá es la que mejor está. Vos mismo los evacuaste y también hiciste lo mismo por las familias de nosotros.

—Y se lo agrademos mucho, señor —dijo la médica.

—Se lo agradecemos mucho, Wantu —corrigió Gómez.

—Wantu es peor. Solo Juan —les dije.

El silencio incómodo que había en el carro dejó de importarme. Creo que eso lo hizo volverse cómodo: si yo no hablaba, nadie hablaba. Habíamos pasado por los escombros de un puente en el que podía leerse un escalofriante mensaje escrito con pintura azul y roja: "All gringos will be shot", que se encontraba unos metros más adelante del siguiente mensaje: "No home for rats". Tardaría poco en darme cuenta de que las amenazas y los grafitis violentos, muchos escritos en inglés, hacían parte del paisaje. Toda la avenida Simón Bolívar, por cuyo centro atravesaba una extensa zona verde, estaba convertida en un cementerio de árboles.

En ese punto até varios cabos. No era gran tarea deducir, según los acontecimientos del folleto, que el gobierno estadounidense había invadido nuestro país y, por alguna razón, se habían convertido en invasores de la sociedad civil, los detestaban y los querían, cuando menos, muertos. De ser cierto esto, la razón estaba, con seguridad, en el invierno nuclear: el grueso de los bombardeos no cayó sobre el hemisferio sur, sino en el norte, donde la nube de polvo sería más espesa, negándole una mayor cantidad de luz a unas tierras ya devastadas por las explosiones. Tal vez a la intromisión del gobierno se le sumaban olas de ciudadanos que vienen del norte buscando el sol.

Atraviesa el túnel o muere en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora