La soledad

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Anoche vomité. La sensación del vómito es realmente desagradable, sobre todo porque la razón del mismo es algo que te causa mucho asco. Anoche no tenía asco como tal, sino una mezcla de miedo, rabia, soledad, amargura, tristeza y asco. Eran las 6 AM, me estaba alistando para ir al colegio y en mi cabeza no había nada más que todo el problema relacionado con Gustavo y con este maldito túnel. 

Era de esperarse que no durmiera nada. Me la pasé toda la noche revisando redes sociales, metiéndome al perfil de Gustavo, de Natalia, de los amigos de Natalia y en general de todo el que fuera cercano a Gustavo, a ver si encontraba alguna pista acerca de lo que estaba pasando. No encontré nada. De repente ir a estudiar parecía algo tan absurdo cuando en este momento estaba sucediendo algo increíblemente extraño, sobre todo por lo que pasó cuando llegué al colegio: Gustavo estaba en el lugar de siempre, con el uniforme impecable, sonriente como siempre y dándose un abrazo con una de las del salón. ¿Es en serio?

Cuando entré al salón y lo vi allí, como si nada hubiera pasado anoche, lo primero que se me ocurrió fue que yo me estaba enloqueciendo. Me senté en mi silla a tratar de recordar paso a paso lo sucedido, a ver si es que yo me lo estaba inventando. No. Yo no me estaba inventado nada. Hace algunas horas Gustavo estuvo en mi casa, con una herida en alguna parte entre el vientre y el pecho, que lo estaba haciendo desangrarse. Natalia me pidió que recordara las palabras que él había dicho porque necesitaban regresar a un túnel que solo ellos conocen. 

No me sentía capaz de llegar a preguntarle por todo lo que estaba pasando, puesto que el mismo día del incidente, pero en la tarde, me había dado un puño en la cara por una razón que yo consideraba que era de mucha injusticia. De modo que estuve en todas las clases sentado en mi silla, mirando a Gustavo cada minuto para saber si quería explicarme algo de lo que estaba sucediendo. Pero nada. Ni siquiera volteó a mirarme. Ese día fue eterno. 

Antes de continuar es necesario que admita que cuando se trata de amistades, en realidad no tengo muchas opciones a las cuales recurrir. Nunca me ha sido nada fácil hacer amigos. En algunos momentos siento que no tengo nada interesante de qué hablar, pero los demás sí. Sobre todo una persona como Gustavo. Él es uno de los más populares por dos razones fundamentales: ha peleado varias veces y todas están enamoradas de él. O sea, básicamente todo lo contrario a mí. 

Gustavo terminó siendo mi amigo porque un día le tocó hacerse conmigo en un trabajo de Lenguaje en el que debíamos leer un texto bastante largo. Él lo leía varias veces y no entendía nada. Yo, en cambio, con la primera vez que lo leí tuve suficiente para entenderlo. Sentí algo de culpa al verlo tan frustrado. Me acerqué a su silla y le dije en dos o tres frases el resumen de todo el texto. Con eso que le dije logró salvar la nota. Pensé que después de eso me olvidaría para siempre y seguiría con su vida de rockstar, pero no fue así. Me entregó al día siguiente un pastel de pollo y una gaseosa. Y se quedó conmigo casi toda la mitad del descanso hablándome de lo difícil que había sido la actividad de Lenguaje. Yo traté de darle un buen consejo: Cualquier estudiante puede entender cualquier texto que le dan, solo debe aprender a separar las ideas y no tratar de entenderlas todas de un solo tirón. Después se acercó una de sus novias y se lo llevó. 

Todo habría quedado hasta allí si no hubiera sido por el inepto de Ramiro Andrés. Él y yo nos odiamos desde que yo estaba en sexto y él, en séptimo, que fue cuando me hizo su primer ataque. Un día, por razones que no vienen al caso, yo estaba muy triste y estaba llorando en el salón. La psicóloga me vio y me regaló un globo con helio que traía amarrado a su muñeca (ella estaba en una fiesta infantil con los niños de preescolar). Y me dijo: "Este globo eres tú, alegre y contento". Me sentí muy bien con eso que ella me dijo, tanto que me quedé mirando el globo y pensando en que yo de verdad debía ser alegre y contento, y en ese instante llegó Ramiro Andrés corriendo, me quitó de la mano la cuerda del globo e inmediatamente la soltó al aire. Me quedé mirando cómo mi globo subía lentamente hasta quedarse atascado en un árbol espeso, que lo hizo explotar al primer contacto. Sentí muchas ganas de llorar, pero me las aguanté. Ramiro Andrés me dijo: "fue jugando. Qué pena, mano" y salió corriendo riéndose. Como dije antes, él y yo nos odiamos. La diferencia es que yo a él nunca le he hecho nada. 

Atraviesa el túnel o muere en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora