Una herida invisible

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El "Buena suerte" al final del reglamento era escalofriante. El túnel lo sabía todo. Yo no me iba a arriesgar a que me expulsaran, así que ni siquiera volteé a mirarlos ni les dije nada para evitar que de alguna manera buscáramos ponernos de acuerdo. Tal vez ellos estaban pensando igual, porque ninguno habló. Gustavo guardó la hoja. Nos quedamos sin movernos durante unos momentos, mientras asimilábamos el reglamento y los riesgos a que estábamos expuestos.

Cuando miramos hacia arriba, frente a nosotros se encontraba de pie uno de aquellos hombres sin rostro. Se acercó a Gustavo y con la mano lo invitó a que se sentara frente a uno de los computadores que estaba apagado. Con su lento andar, el hombre fue a encender el aparato. Natalia y yo permanecíamos de pie, esperando por si recibíamos instrucciones. Ella me habló:

—Gustavo me contó lo que el túnel le mostró —dijo con mucha seriedad.

—¿Y qué fue?

—No estoy segura de que hubiera sido buena idea que él hiciera eso, pero ahora yo ya lo sé, y, si nos vamos a meter en esto de lleno, pues me parece bien que vos también lo sepás para que entendás la importancia de lo que estamos haciendo.

—Sabés algo, Natalia... lo que yo vi fue tan...

—No me interesa —dijo cortante—. No me voy a seguir contaminando de los sueño de los demás.

—¿Por qué le decís 'contaminar'? ¿Acaso es algo malo saber?

—Se supone que estamos aquí para alcanzar el sueño de cada uno, y al conocer lo que Gustavo busca es imposible que yo ahora piense solamente en el mío; ahora yo tengo atravesada la idea de que él tiene que alcanzar lo que vio, tiene que llegar al escenario A.

—Todos queremos llegar ahí —le contesté con seguridad.

—Pero la situación de Gustavo es diferente. Gustavo no lo hace para mejorar algo en su vida. Él lo hace para corregir un error, pero hay un inconveniente con eso.

—¿Cuál?

—Él quiere corregir algo que no le corresponde. Quiere librarse de una culpa que él no debe cargar.

—Sí, eso alcancé a entender con todo lo que él dijo y cómo se puso a llorar cuando pensó en eso. ¿Qué es? Me da mucha curiosidad.

—¿Vos sabías que el hermano mayor de Gustavo estudió literatura y es escritor? Creo que a ustedes el año pasado les tocó leer un libro de él.

—Sí, yo sé. Era una novela sobre la violencia en Colombia. Gustavo decía que le parecía estar leyéndola con la voz del hermano. Es que incluso a la familia le va bien en todo. Contame bien qué pasa y cuál es ese problema.

—Cuando el hermano estaba estudiando en la universidad, en una materia le pidieron que escribiera una crónica sobre alguna historia de su familia.

—No —interrumpí—. No me digás que la familia está involucrada en problemas de violencia por política y narcotráfico, así como en la novela que leímos. Claro. De ahí sacó toda la historia. ¡Mierda! No me lo esperaba. Yo nunca había escuchado nada así de él.

—Mirá —retomó ella con un gesto de impaciencia—, dejame terminar de hablar, ¿sí? No es nada de eso. No tiene nada que ver con eso. Parecés vieja chismosa. Controlate, ¿sí?

—¿Entonces qué es?

—Cuando el hermano escribió eso, Gustavo tenía como diez años. Y se supone que esa crónica no era para que la leyera nadie por fuera de la universidad. Pero un día, sin que el hermano se diera cuenta, Gustavo la encontró, impresa y rayada con los comentarios del profesor. Fue sin querer. Empezó a leerla y allí comenzó todo su sufrimiento... desde los diez años.

Atraviesa el túnel o muere en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora