Un esfuerzo por perdonar

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Mi mente y mi vista estaban nubladas y sentía en todo mi ser el olor de la pólvora. Estaba en un lugar que parecía un quirófano improvisado en una zona de guerra: me habían acostado sobre una camilla de metal cubierta por una sábana sucia de color verdoso. Estaba desnudo, cubierto solo con un recorte de tela blanca. Frente a la camilla habían ubicado una especie de tubo que apuntaba hacia mí. El otro extremo del tubo estaba anclado a una máquina tosca, una especie de motor con una pantalla rudimentaria que colgaba de varios cables. La máquina en su totalidad se veía hechiza y para nada tecnológica.

No pude contener mi terror. Mi cuerpo, debilitado, tembló sobre la camilla. Uno de los hombres sin rostro tomó las mantas con que hacían curaciones. Las pasó suavemente por mi rostro y me dijo al oído: "Es solo un viaje en el tiempo. Vas a viajar por partes". La frase era aterradora, pero yo ya había vuelto a la paz total cuando me retiró la manta. Todo el proceso se volvió cómodo. El tubo vibró intensamente. Con extrañeza, intentando comprender lo que veía, fui testigo de cómo mi pie se desintegraba, convertido en un polvillo, que era aspirado por la boca del tubo. Al girar un poco el pie hacia mis ojos, pude ver los cortes transversales que lo formaban: las capas de la piel, el músculo envolviendo el hueso, tendones que se escondían entre la carne, y siempre la sangre brotando de cada corte, sin alcanzar a regarse puesto que de inmediato era aspirada por la manguera. Era un espectáculo visual que en otras condiciones me habría hecho desmayar en un segundo.

En medio de mi delirio no pude darme cuenta de que mis compañeros se encontraban en la misma situación que yo, cada uno con tubo que los pulverizaba. Gustavo abrió los ojos enfocándose durante un segundo en comprender por qué su pierna desaparecía. No tardó mucho en vomitar. Dado que no podía moverse a gusto por estar aún somnoliento y debilitado, su torso se movía con violencia expulsando líquidos amarillos que se regaron sobre la tela que lo cubría. Al instante, uno de los hombres sin rostro se acercó a él, lo cubrió con la manta y regresó a la máquina. Pude adivinar en Gustavo, lleno de vómito como estaba, una mirada de paz y de aceptación a lo que estaba ocurriendo. Uno de los hombres detuvo su trabajo y se giró hacia nosotros. Su falta de ojos y boca ya era usual para mí, y me había acostumbrado a escucharlos hablar sin ver que su rostro realizara el menor movimiento. Con una voz solemne, dijo así:

—No es posible viajar en el tiempo como si fuera entrar a una máquina a través de una puerta y luego por esa misma puerta salir al pasado. Un cuerpo que quiera viajar en el tiempo debe pasar por un proceso de transformación para el viaje. Se debe hacer una redisposición de las moléculas que conforman el cuerpo viajante. Toda la masa del cuerpo, con todos los estados de la materia que se hallan en ella, se reconfigura para que se desplace en forma de cordón, un cordón de átomos y moléculas, que viaja a través de un campo de energía tubular que genera la máquina central. La energía blinda el cordón para que el movimiento, que se da a velocidades cercanas a la de la luz, no afecte la masa que viaja, evitando que esta, en primer lugar, se erosione, y evitando que la masa crezca proporcionalmente a la fuerza y a la aceleración a que se ve sometida, de tal modo que la masa, que viaja encauzada por el campo de energía, no se vea afectada en gran medida por el proceso, logrando que pueda configurarse nuevamente al llegar a destino, sin perder una sola molécula. Nuestra máquina está conectada al cuerpo de la persona en el pasado. Este cuerpo del pasado desaparecerá tan rápido como se comenzará a formar el nuevo. Esto significa que el viaje en el tiempo es el reemplazo de un cuerpo por otro, así que no se dará la situación de encontrarse con un yo del pasado...

Poco entendí después de eso. Empezaba a perder la calma al ver que mi cintura estaba desapareciendo y podía contemplar mi cuerpo partido a la mitad por debajo de la sábana, que se escurría hacia el suelo. A Gustavo le ocurrió lo mismo. Natalia, un poco más lejos de nosotros, se hallaba recostada en quietud con los ojos cerrados. El mismo hombre que hablaba se acercó, manta en mano, hacia Gustavo, cubriéndole el rostro con ella y haciendo que cayera en un sueño profundo. Luego lo hizo conmigo. Antes de perder el conocimiento, lo escuché decir:

Atraviesa el túnel o muere en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora