🎸Capítulo Cuarenta y Cinco

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Un calidez me recorrió el pecho y me puse en cuclillas para acariciarlo, de cerca observé que sus ojos eran de color verde y que en realidad era hembra.

—Me gustan tus ojos —le susurré—. Eres muy linda.

Escuché las pisadas de Mitchel acercándose.

—Su nombre es Niebla.

—¿Cuántos años tiene? —indagué sin dejar de acariciarla.

—Un año.

Me extendió la copa y la tomé entre mi mano.

—Se parece a ti —añadió divertido.

—¿Lo dices por los ojos?

—No es lo único, ambas tienen una forma muy extraña de expresar su amor —comentó resentido —. Tú me insultas y ella disfruta de rasguñarme y morderme, pero luego se va a dormir conmigo como si no hubiese pasado nada.

Solté una risa.

—Me agradas, Niebla —le aseguré.

—Y al parecer es mutuo.

Aproveché cuando se alejó para saludarlo y me levanté con cuidado de no tirar el vino. Me abracé cruzando mi brazo izquierdo sobre mi pecho mientras que con la mano derecha sostenía la copa. Avancé curiosa hasta una mesa alta color negra, en la que habían tres retratos y unos objetos que no llamaron la suficiente atención como las fotografías que me dejaron paralizada. Mi corazón dio un vuelco y extendí una mano para agarrar uno. Éramos Mitchel y yo besándonos con nuestros disfraces de Halloween en aquel bar de Los Ángeles.

—Tenían que servir de algo —dijo a mis espaldas.

Me volví hacia él para notar que me observaba con un brillo en los ojos. No sabía que había hecho para que un chico tan extraordinario como él me amara del modo en que lo hacía. De pronto me encontraba mareada y no era por el vino, ni siquiera lo había probado. Ese último año me pregunté cuánto tiempo era necesario y cómo sabríamos cuándo buscarnos. La oportunidad llegó a nosotros sin saberlo ni planearlo

Nunca se trató de alejarnos hasta esperar a que fuésemos perfectos el uno para el otro. Era para sanar cosas que solo dependían de nosotros mismos, que aprendiéramos a tener la suficiente madurez emocional para darle lucha a nuestras batallas. Siempre iban a existir los problemas y momentos tristes, era parte de la vida. Y días en los que nos haríamos las personas más felices del mundo, porque teníamos demasiado amor por ofrecernos. Se trataba de permitirnos sentir y vivir cada una de nuestras emociones sin reprimirnos nunca más.

Me volví para seguir caminando hasta que mi mirada se quedó fija en el piano negro de cola. Era realmente precioso. No dude en acercarme, con él siguiéndome los pasos de cerca y situé la copa a un lado, luego me senté en el taburete de madera con un cojín acolchonada de color negro. Deslicé mis dedos por las teclas sin sentido alguno y sonreí al darme cuenta de que no era tan fácil como parecía. Mitchel se recargó en la caja del piano, con los brazos cruzados sobre su pecho y observándome divertido.

—¿Y si en lugar de burlarte me enseñas alguna melodía que no sea tan complicada? —le pregunté ofendida.

—¿Cuál te gustaría?

Sonreí.

—Una de las que escribiste sobre nosotros.

Se enderezó para acercarse, y lo perdí de vista cuando se ubicó atrás de mí. Un tornado de aleteos se desató en mi estómago por la emoción y miré sus manos posarse sobre las mías. Su cabeza estaba a la altura de la mía del lado izquierdo y comenzó a mover sus dedos, presionando los míos para que tocasen las teclas. La melodía llenó la estancia, pero no fue la única, ambos nos reíamos cuando se me iba una tecla de más. Suspiré hondo por todo lo que ocasionaba dentro de mí.

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