🎸 Capítulo Treinta y Nueve

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Tatto - Loreen

DESTINY

A veces hacía falta que se te cayera la venda de los ojos para ver esos pequeños detalles que siempre estuvieron a la vista, pero que antes no fuiste capaz de notar. Un ejemplo eran las medialunas oscuras bajo sus ojos, la palidez en su piel, el que su cuerpo estuviese más delgado a diferencia de la primera vez que lo vi y esa energía que siempre lo acompañaba. El no frecuentarlo todos los días había influido en no percatarme de su estado y también el hecho que no pudiese ver más allá de mi propio dolor.

Íbamos de camino al aeropuerto en el auto de sus tios, sentados en la parte trasera y nadie se había atrevido a decir algo, pero la tristeza flotaba en el aire. Me mordí el labio inferior para reprimir las lágrimas que amenazaban con descender por mis mejillas. Sentía como si mi corazón estuviese siendo aplastado y me dolía el centro del pecho. No aparte los ojos de la ventanilla mientras él sostenía mi mano sobre su pierna. Sabía que el llorar haría las cosas más difíciles para los dos y con eso solo confirmaba que no me gustaban las despedidas. Me seguí reprimiendo el resto del trayecto e intenté distraerme escuchando las gotas de lluvia repiqueteabdo contra el techo.

¿No era la vida un misterio?

La lluvia que lo trajo aquí era la misma que se lo estaba llevando.

A primera hora de la mañana se había comunicado con su manager para avisarle que regresaría y los planes que tenía. Ella no tardó en conseguirle un boleto de avión y organizar todo lo de la clínica para que estuviese listo cuando llegase. Y sobre sus tíos, a pesar de que al principio se negó, terminó aceptando que lo trajeran al aeropuerto. Por mucho que me doliese, nunca le pediría que se quedase. No después de conocer la razón por la que necesitaba irse. Él tenía que sanar sus heridas internas y externas, retomar su camino.

Su hogar no estaba en Inglewood. No sé cómo fui capaz de olvidarlo, solo era una parada de las muchas que le esperaban, pero es que me acostumbré a tenerlo merodeando a mi alrededor que no me di cuenta de que los días eran contados. Aprendí que no puedo cambiar el pasado, sin embargo, me hubiese gustado haberlo aprovechado por más tiempo y no haberme dedicado a alejarlo cada que intentaba acercarse. Me dolía saber que aún me faltaba tanto por descubrir de él.

Nunca estaremos preparados para despedirnos de las personas que amamos.

Cuando el auto se detuvo supe que habíamos llegado sin tener la necesidad de preguntar. Mitchel abrió la puerta y tiró de mi mano para bajarnos. Nos ubicamos en la orilla de la acera para esperar que su tío bajara la maleta y guitarra, que después extendió esa última con la intención de que se la colgara en el hombro. El pecho me ardía de lo caliente que lo sentía al notar que no soltó mi mano en ningún momento. Nos quedamos esperando junto con Corinne a que su esposo fuese a dejar el auto al parking. A pesar de lo que había sucedido en la escuela no le guardaba ningún tipo de rencor, aunque no podría decir lo mismo de su sobrino, podía notar lo tenso e incómodo que se encontraba.

—Te ves adorable.

Elevé mis ojos hacia él.

—¿Qué?

—Tu nariz esta roja —dijo tocándola con la punta de su dedo índice.

Mis hombros se relajaron.

—Igual que la tuya —apunté.

Se veía tan atractivo que me dolía el corazón.

Iba vestido con una camisa y pantalón de vestir, una trenca con capucha y sus botas de combate. Cada prenda de color negro. Su loción era tan fuerte que la percibía hasta donde estaba y las mariposas de mi estómago revoloteaban. Lucía tan imponente de ese modo que pondría nervioso a cualquiera que lo viese. Aún no se iba y ya comenzaba a envidiar a todas las personas que lo tendrían cerca de ahora en adelante y esperaba que supiesen aprovecharlo.

No olvides mi voz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora