Todo el mundo se quedó cerca de las viviendas mientras los bomberos luchaban por apagar el fuego. Valerie, casi sin darse cuenta, ejerció de psicóloga de emergencias. Se sentó al lado de una de sus vecinas, al borde de un ataque de pánico, y se quedó con ella hasta que llegaron el resto de servicios de emergencias. Algunos voluntarios de la zona repartieron comida y mantas para sobrevivir a la gélida madrugada de aquel día. 

En cuestión de minutos, los bomberos anunciaron que habían extinguido el fuego. Se escucharon aplausos, vítores y, sobre todo, muchos suspiros de alivio. No había que lamentar muertos, aunque sí un par de heridos y daños personales. 

Valerie estaba dispuesta a volver a su cama cuando, de repente, un hombre anunció: —¡Los vecinos del bloque 2 no pueden volver a sus viviendas hasta que se elimine el peligro de derrumbe! Repito: los vecinos del bloque dos no pueden volver a sus viviendas hasta próximo aviso. ¡Hay peligro de derrumbe!

La de melena azabache suspiró, viendo cómo el vaho que salía de su boca se disipaba igual que lo hacía la débil columna de humo que ascendía hacia el cielo. Un policía y varios bomberos tomaron sus datos, le repitieron que existía riesgo de que el bloque se viniera abajo y que por eso, hasta que los ingenieros y arquitectos encontraran una solución, debía buscarse otro lugar para pasar la noche. Y, probablemente, el resto de la semana.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que realmente estaba sola.

Si estuviera en Nueva York, podría haber ido a casa de Benny. O a la de su hermano, o a la de sus padres, o a la de sus amigas del instituto, o podría pasar la noche en vela en el piso de estudiantes de su ligue. Pero allí, en Boston, aquello no era factible.

Quizá debía reanudar su conversación con el chico que, según su perfil de aquella aplicación, era abogado. Tal vez no era tan mala idea enviarle un ''hey, ¿te apetece ver una peli en tu casa?'' y así poder tener, al menos, un techo y cuatro paredes donde cobijarse. Pero a lo mejor era demasiado arriesgado. 

Valerie aún no conocía Boston como conocía Nueva York. Y eso le hacía sentir insegura.

No quería pasar la noche con un desconocido, aunque ya lo hubiera hecho varias veces; con tanta incertidumbre encima, lo único que quería Valerie era sentirse a salvo, no estar alerta en el apartamento de un abogado que, seguramente, simpatizaba con los protagonistas de películas misóginas. Además, no tenía la cabeza como para pensar en escenas eróticas. Solo le preocupaba una cosa, y era que toda su vida y todo su trabajo no se derrumbaran con los cimientos del edificio. 

Encontrar una habitación en un hotel cercano a un precio razonable tampoco era algo viable: los Celtics habían jugado aquella misma noche contra los Bulls y la ocupación rozaba el cien por cien. Valerie maldijo a la liga de baloncesto entre dientes y optó por su ultimísima opción.

*****

Valerie habría preferido pasar la noche en su coche, muerta de frío, a tener que presentarse en uno de esos rascacielos del Downtown. Puso el freno de mano, agarró sus cosas y salió del aparcamiento situado en los bajos de un enorme edificio, altísimo, de aquellos que daban vértigo con tan solo mirarlos y en los que solo vivían brókeres de bolsa, magnates y médicos con mucho, mucho dinero. Caminó hasta una puerta de cristal que tenía una cerradura digital. Tecleó el código que le habían indicado y pasó hacia el interior del edificio, cuyos pasillos, anchos y con suelo de mármol, estaban plagados de cámaras. Sin saber muy bien cómo, Valerie encontró un ascensor. Lo llamó y se subió. 

Durante todo el camino a la septuagésimo cuarta planta estuvo preguntándose qué hacía allí. Cuando las puertas del ascensor se abrieron con un suave pitido, Valerie supuso que no había vuelta atrás.

A matter of heartWo Geschichten leben. Entdecke jetzt