🎸 Capítulo Cuarenta y Uno

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Sentí mis mejillas calentarse.

—¿Por qué haces esto? —le solté con molestia.

—¿Qué cosa?

—Que si las personas no son como quieres que sean no tardas en descartarlas, pensar que son inútiles y que no merecen tu tiempo, incluyendo a tu hija —escupí dolida.

La mesa se había quedado en completo silencio. Mi madre me veía a mí y yo a mi padre. Su expresión se fue ensombreciendo conforme pasaban los segundos. Tenía mis manos en forma de puños sobre las piernas y clavé mis uñas contra las palmas.  El escuchar cómo se reía de Mitchel hizo que me enfureciese y no me arrepentía de haberle dicho eso. Soltó los cubiertos de sus manos y los ubicó a los costados de su plato. Cerré mis ojos para inhalar con profundidad, y después levantar la mirada hacia él.

—Me abandonaste cuando más te necesitaba... —susurré con la voz entrecortada—. Yo solo quería un padre que se mantuviese a mi lado a pesar de que todo gritara que no era de ese modo. No quería que lucharas mis batallas, solo saber que estabas ahí por si en algún momento llegaba a caer.

Mis palabras lograron dejarlo callado, aunque mi plan no haya sido ese. No me di cuenta de que estaba llorando hasta que sentí el sabor salado en mis labios. Mi pecho se sentía comprimido y dolía mucho. Necesitaba sacar todo lo que llevada atorado por meses y que me estaba asfixiando sobre papá.

—Me cansé de esperar a que un día llamaras a mi puerta e hicieras una simple pregunta: ¿estás bien? Y yo te dijese que no... —confesé. Él seguía viéndome con la misma expresión indescifrable en su rostro—. Sin embargo, tuvo que pasar todo eso para que entendiese que las personas pueden abandonarme en cualquier momento de mi vida, pero lo único que en verdad importa es que jamás me abandone a mi misma.

»¿Por qué sabes una cosa? Está bien no estar bien. Reprimir nuestras emociones y pensar que la felicidad es la única que debemos sentir es lo que está mal. Porque nos pasamos la vida invalidando las demás que olvidamos que también son parte de nosotros. —Me limpié las lágrimas con la manga de mi jersey que llevaba debajo del vestido—. Mamá fue la única que llego a buscarme y que me encargué de alejar. ¿No te parece que somos injustos con las personas equivocadas? Alejé a la persona que me quería cerca y yo quería cerca al que me quería lejos. Pero te lo agradezco, porque me hiciste entender que nunca seré lo suficientemente buena para ti.

Me levanté de la mesa arrastrando la silla hacia atrás y caminé hasta donde estaba mamá. Envolví mis brazos alrededor de ella desde atrás y recargué mi mejilla contra su espalda.

—Lo siento.

Ella empezó a sollozar y el corazón me dolió.

—También lo siento —susurró con tristeza.

La vida real no es como en los cuentos de hadas. No diré que gracias a mis palabras mágicamente mi familia volvió a ser la misma. Aún existía tensión entre nosotros, nos volvíamos torpes cuando se trataba de hablarnos y es porque nos habíamos encargado de romper la confianza que algún día nos tuvimos.

El tiempo no cura corazones rotos y mucho menos arregla las relaciones entre la familia. Somos nosotros quienes lo hacemos. El compromiso y esfuerzo que le dedicamos a las personas que nos importan son las cosas que hacen que haya una diferencia. ¿Qué sí mis palabras habían funcionado para que mis padres despertaran de la ensoñación en la que se encontraban? Podría decirse que sí.

A pesar de todo, no odiaba a mi papá, pero mientras él siguiese sin disculparse, yo no lo perdonaría. No por el hecho de llevar su sangre tenía el derecho de tratarme como lo hizo. Tenía que entender que ambos podíamos equivocarnos y que no éramos perfectos.

No olvides mi voz Where stories live. Discover now