XXIII. Crepare

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Jueves 15

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Jueves 15.

08:32 horas.

Una notificación en su teléfono resonó e hizo vibrar la superficie de la mesa.

Angelo Ricci bajó la mirada y observó la vista previa, justo por encima del mensaje de Nikolai de más temprano que le avisaba que estaría trabajando: era el banco. Le habían depositado una suma considerable. Pasó saliva. Porque justo abajo, otra notificación de un mensaje llegó junto al pago y brilló como una cuchilla contra su cuello:

"Buen trabajo, ángel"

El número no estaba registrado porque Angelo temía que al guardar a Dios en sus contactos cualquiera pudiese descubrirlo en cuestión de nada, como si ya no estuviera lo suficiente al borde del precipicio pero ¿qué más podía caer a esas alturas? llevaba cayendo al vacío por demasiado tiempo, jamás tocaba fondo ¿Qué tan hondo era su pecado? ¿Qué tan abajo quedaba el noveno círculo y por qué aún no conseguía llegar a él luego de todos los pecados que había cometido?

No era momento para pensar en ello, se dijo mientras colocaba el sello de la galería de arte sobre un papel y le devolvía su pase a la adorable señora que le deseó la bendición al irse. A su alrededor el mundo seguía su cauce normal sin saber que estaban frente al propio Judas Iscariote.

Wentworth había cumplido con su parte: su ángel ahora tenía un trabajo estable en la galería de arte como asistente, le pagaban salario mínimo y él podía mentir diciendo que era feliz al estar rodeado por obras de arte todo el tiempo, de poder enterarse de los eventos que ocurrían en La Massana para los amantes del arte, pero el saber por gracia de quién estaba ahí arruinaba todas sus buenas intenciones. Se sentía sucio.

Luego de días ahí su trabajo no era muy exigente. Solo debía sonreír y cumplir con lo que la gente le pedía, entregaba folletos, tarjetas de visitas y resolvía dudas a todos los que llegaban; su jefe, un hombre viejo que siempre olía a aceite de linaza, estaba sorprendido que un jovencito como él tuviese basto conocimiento en la materia, así que estaban contento con él. No podía quejarse.

Salvo que la culpa seguía pisándole los talones y respirándole en la nuca. Aún a esas alturas se preguntaba si había elegido correctamente, aunque diese igual porque ¿cómo echarse para atrás justo ahora?

Lo hecho, hecho estaba.

Se sentía como una asquerosa rata que se arrastraba en un desesperado intento por no morir de hambre, la mañana siguiente del cumpleaños de Ekatherina esa rata alada no hizo más que buscar a la deidad corrupta que lo acechaba en sueños y le soltó absolutamente todo lo que había oído, visto...y leído. Con las marcas de los besos en su cuello y los dedos de Nikolai aún alrededor de sus caderas, Ithuriel le dijo todo, incluido lo de aquel papel que seguía sin parecerle relevante.

Tan solo quería acabar con todo. Le contaría todo, lo mantendría feliz y pronto todo acabaría ¿verdad? Debí ser así. Tenía el pensamiento de que mientras más le contara, más estaría cubriendo su deuda.

Como viven los ángelesWhere stories live. Discover now