IV. Malum

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Al abrir los ojos fue recibido por una cama desordenada, con su cuerpo envuelto en sabanas suaves y los rayos del sol calentando su piel

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Al abrir los ojos fue recibido por una cama desordenada, con su cuerpo envuelto en sabanas suaves y los rayos del sol calentando su piel. El gran ventanal de la habitación estaba abierto, las cortinas de par en par y el cristal echando hacia un lado para dejar ver un precioso balcón que Ithuriel no se fijó existía la noche anterior. No había tenido oportunidad, pero ahora con la calma flotando por la habitación y la extrema paz en su interior, pudo darse el lujo de admirar lo bonita que era.

Estaba solo en cama, y desparramado sobre ésta se dio cuenta que hacía falta el calor de aquel hombre. Todos sus huesos tronaron al moverse, se fijó en los moretones que los gruesos dedos de ese hombre habían dejado en sus caderas, alrededor de sus muslos y sus brazos, y por primera vez en largos meses Ithuriel sonrió complacido. Por primera vez no sintió asco de las marcas en su cuerpo, pues los labios de ese hombre habían suplantado el mapa de golpes y rasguños de otros clientes; por primera vez en tanto tiempo, Ithuriel adoró estar marcado ¿Era raro por ello? Debía de odiarlos a todos por igual, no era la primera vez que alguien pagaba un cuarto caro o le daba muchos billetes por abrir las piernas. Quizás era el primero en la lista en ser tan guapo, pero aquello era ser muy selecto. Había compartido cama con otros igual de bien parecidos.

¿Era sincero? Ninguno como ese.

Con una sonrisa en labios se levantó, fue al baño a lavarse la cara y encontró un cepillo dental de paquete junto a crema dental que no dudó en usar, al salir a la habitación recordó las palabras de su papi el día anterior sobre haber ropa limpia en el armario. Revisó, por supuesto, pero encontró algo mejor tirado en el suelo: la camisa de su papi. Solo con eso bajó.

El suelo estuvo frio a sus pies y a mitad de las escaleras captó el delicioso olor del desayuno haciéndose en la cocina, y se decantó con la visión de su señor cocinando usando un par de jeans y nada más, con el elástico de su ropa interior sobresaliendo por encima de la cinturilla del pantalón. Que espalda tenía ese hombre, que cuerpo y que buenas marcas le había dejado.

No era inocente. Y la primera noche que abrió su boca no había dejarlo de serlo tampoco, pero si debía admitir que luego de sus días en la calle su lujuria y deseo sexual había casi desaparecido por completo. Solo hacia las cosas por hacerlas, por el dinero detrás de éstas, no por placer. Pero lo de anoche había sido placer puro, en su más grande expresión y es que ese hombre desprendía algo que le hacía querer aferrarse a él y jamás soltarlo.

Misterioso, como si estuviese dentro de una estúpida novela rosa para adolescentes maricones como él; alto, fuerte, adinerado. Seguro tendría alguna esposa esperando por él en otro lugar, quizás hijos que podían tener su edad ¿En que trabajaría? ¿Sería un poderosísimo CEO? ¿Doctor? ¿Abogado? ¿Bienes raíces? ¿O era alguien de la mafia, peligroso? Podía ser cualquiera y él ni siquiera sabía su nombre. No sabía nada de él y así estaban bien.

Aunque bueno, estaban a la par. Él tampoco pensaba darle el suyo, por muy guapo y caliente que fuese; esa polla no le iba a hacer soltar lo único que lo mantenía anclado a su realidad, tenía cosas que proteger.

Como viven los ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora