XVIII. Periculum

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Angelo Ricci siempre tuvo una vida complicada.

Era difícil recordar los momentos de calma, o aquellos que se parecían a esas idílicas escenas de telenovelas o películas que relataban preciosas familias funcionales porque él no recordaba tener una alguna vez. Recordaba los besos y los abrazos de sus padres, recordaba las risas, los paseos en el parque, las manchas de pintura que le ayudaban a sacar y los halagos de ambos ante un talento demasiado gigante para un cuerpo tan pequeño.

Pero también recordaba los golpes, las deudas, los gritos que jamás intentaron esconder, los rostros de las mujeres que nunca fueron su madre. Recordaba el desastre, ese que había llegado a resquebrajar la falsa ilusión de un niño.

Tampoco podía olvidar el momento en el que ese cristal estalló. Había sido una tarde como cualquier otra, su libro de deberes abierto de par en par en la sala principal, tenían otro hogar, pequeño y precioso muy cerca del centro, pero con una vista increíble al parque del otro lado de la calle. Su madre había estado leyendo novelas rosas en cama, llevaba días enferma, con náuseas y mareos, su padre veía televisión.

Un segundo había calma.

Al siguiente, se estaban gritando.

Y al siguiente, su padre tomaba una maleta y se marchaba para jamás volver.

Dejó a una mujer llorando en el suelo, con un moretón en la cara, una prueba de embarazo positiva entre las manos, y la acusación que ambos se habían hecho aún haciendo eco entre las paredes de su hogar:

"Sé que no es mi hijo. No sería capaz de tocarte ni con un puto palo"

Los había abandonado.

Angelo no le volvió a ver. Ni aunque lo llamó por teléfono mil veces luego de eso, ni aunque le envió correos, ni aunque lo fue a buscar a su trabajo otro centenar de veces más; su padre desapareció y ahora dudaba que volviese alguna vez. Aunque él, esperanzado, aún esperaba por su regreso.

Quizás era estúpido, habían pasado años. Los querubines tenían ya una buena edad, él era mayor, su madre había caído en una depresión de la que jamás pudo sacarla... se preguntaba qué sería de su padre, si estaría bien, si tendría otra familia, si pensaba en ellos, en él. Sobre todo en él, que llevaba su apellido, su rostro, su apariencia, y el peso de un hogar que se vino abajo en el momento que Federico Ricci decidió no volver.

Había sido un hombre despreciable en una relación donde ambos, tanto él como su madre, se destruyeron mutuamente. Pero a Angelo su padre jamás lo tocó, jamás le gritó, jamás le profesaron algo que no fuese cariño... así que era difícil no extrañar a su padre.

Lo extrañaba ahora, mientras sus pies se movían lentos sobre el pavimento mojado de las calles de Rivershire, el amanecer se veía por detrás del alto techo de la iglesia cerca de casa y cuando levantó la mirada, los ángeles lo juzgaron.

Como viven los ángelesحيث تعيش القصص. اكتشف الآن