VI. Dimidium vera

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—La próxima vez deberías morderle los huevos, cariño

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—La próxima vez deberías morderle los huevos, cariño.

Ithuriel bajó la cabeza avergonzado, dejando que Uriel, aquella preciosa mujer, le colocase una bandita de colores sobre su mentón lastimado. El algodón manchado con su sangre y el alcohol que le había hecho rechinar los dientes hace segundos seguía descansado a un lado del lavamanos roñoso del local; Steven Tyler cantaba alguno de sus más grandes éxitos fuera, pero su voz amortiguada por las paredes del baño permitían que Ithuriel fuese regañado por un arcángel sin necesidad de que éste elevase la voz. Las noches a veces iban mal, esa era una de ellas.

Lo sorprendente no era que Uriel guardase con ella un botiquín bastante improvisado de primeros auxilios, lo sorpréndete era que había llegado a ayudarle en el momento justo. El ángel aún se avergonzaba de ello, con la cabeza gacha y el espíritu por el suelo, sabía que el mundo era una jungla de animales hambrientos dónde sólo el más fuerte era capaz de vencer y sobrevivir, se enfrentaba a ello noche tras noche con la esperanza de ser uno de los sobrevivientes...pero al final de cuentas, ángeles como él no eran más que simples presas para depredadores más grandes.

—En mi defensa, el golpe vino luego de la mamada —murmuró por lo bajo, incapaz de mirarla a los ojos.

—Pero lo idiota se le notaba a kilómetros. Podrías haberte negado.

Apretó los labios ¿podía? Uriel tenía una voz suave, le trasmitía tanta calma pero casi nunca tenía la oportunidad de hablar con ella. Solo era una figura que iba y venía por las calles, taconeando con sus stiletto por doquier y ondeando sus caderas con seducción cuando las miradas caían sobre ella. Pero cuando hablaban, Ithuriel sentía ese poco cariño que añoraba en todos lados. Negó.

—¿Tú te negarías?

Las cejas oscuras de Uriel se alzaron y su rostro lleno de maquillaje se mostró confundido ante la pregunta, demostrando así que no se la había esperado. Claro, nadie ponía en duda a Uriel. La mujer sonrió quedamente mientras guardaba en un pequeño neceser el alcohol, las banditas y el alcohol; le tomó un rato contestar, pero lo hizo cuando las cosas estuvieron de vuelta en su bolsa.

—Hay muchas cosas a las que no podemos negarnos, Ithuriel —con pausa y suavidad, el arcángel buscó las mejores palabras para traer calma al corazón lleno de zozobra de un ángel que buscaba con desespero el consejo de sus superiores, pero obtuvo algo mucho mejor: una mano que se apoyó con delicadeza sobre su mejilla —. Sé que no podemos rechazar lo que nos da de comer, cielo, pero nuestro orgullo e integridad es más importante y tenemos derecho a rechazar lo que nos plazca. Lo que creamos que no nos conviene. Venga ángel, a volar de nuevo, la noche es joven.

¿Eso había sido un sí o un no?

Aunque Uriel le palmeó la mejilla y le motivó, Ithuriel continuó dudoso. Un par de palabras eran capaces de dejarlo pensativo y curioso ¡Y joder si él no era curioso! Se miró al espejo, arrugando el rostro, no había quedado tan mal, el golpe había sido en su mentón y solo había necesitado de una bandita para tapar la herida que los anillos del cliente habían ocasionado. El resto de su rostro continuaba igual, labios blancos, piel pálida, ojeras hundidas y un alma por los suelos por tener que venderse como último recurso. Era un ángel precioso, ¿por qué se sentía desdichado entonces, si se supone que debería tener la gracia de algún Dios?

Como viven los ángelesOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz