III. Consummatio

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Se encontró sorprendido cuando descubrió que temía no volverlo a ver

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Se encontró sorprendido cuando descubrió que temía no volverlo a ver. Pasó todo el día siguiente pensando en ello y así transcurrió la noche, con temor a que los siguientes billetes que se guardasen en sus bolsillos fuesen de otra persona; era algo que esperaba, en realidad, pocos repetían y si lo hacían eran clientes muy especiales. Los putos como él, los que trabajaban en esa calle, eran los baratos, esos que servían solo para pasar el rato; los caros venían de mejores lugares, los que eran exclusivos y vivían de un solo cliente o de varios pero que valía la pena sufrir por la buena vida detrás de sus carteras. Ithuriel sabía que ese no era su lugar. Sin embargo, el hombre apareció.

Fue en el mismo lugar, la misma calle y quizás a la misma hora. Lo hizo subirse al auto, lo llevó a Ambrose y le pagó otra comida que no permitió fuese agradecida con una mamada, sino que en su lugar lo llevó por chocolate caliente a un puesto cercano y luego lo bajó de auto en el mismo sitio y se despidió. Ithuriel no entendió demasiado, porque al día siguiente pasó lo mismo, solo que con otro recorrido, el lado bueno es que esa noche si terminó con su boca roja por los besos y húmeda por el trabajo que placentero hizo entre los pantalones de su papi.

A la tercera noche, Ithuriel ya le esperaba impaciente. Había aparecido dos noches seguidas ¿habría una tercera? ¿O ya estaría cansado? Ithuriel solo estaba parado a un lado de la avenida, rezando por tener suerte aquella noche. Quizás no debió de ir a trabajar, después de todo la primera noche le había ido excelente y sus bolsillos estaban llenos de dinero solo por batir sus pestañas ante su papi, ser un buen niño y darle una increíble mamada.

No hubo sexo luego de eso, no más de lo que ya había hecho. El hombre le entregó dinero antes de bajar del auto cada noche que le siguió, se tocasen o no, y lo dejaba dónde indicaba. Se iba sin decirle más, e Ithuriel pensó que debía despedirse de eso cada vez que pasaba, porque acostumbrarse le haría mal a la poca esperanza que aún le quedaba. Se preguntó si sería la última vez que lo vería, que jamás cruzaría miradas con aquel hombre nuevamente y que viviría frustrado por nunca haberlo tenido entre sus piernas. Supo que se equivocó cuando, esa noche, un auto cromado se detuvo frente a él. La ventana bajó, e Ithuriel reprimió la sonrisa que amenazó con formarse cuando lo vio del lado del conductor. Solo le bastó un simple movimiento de cabeza para que Ithuriel entrara al auto.

¿Te has portado bien, Ithuriel? —preguntó el hombre, tomándose el atrevimiento de irse sobre Ithuriel para colocarle el cinturón de seguridad.

Pensé que no volvería a verte.

No le pesó admitirlo, la vergüenza ya no era parte de él y si tenía que usar toda la artillería con ese hombre...la usaría. No le importaba.

¿Dejar de ver a mi niño? —el hombre bufó —. Jamás. ¿Ya comiste? —Ithuriel asintió —. Bien, pero volverás a comer cuando lleguemos.

No preguntó a dónde, solo se quedó en silencio mientras éste conducía. Ithuriel iba nervioso, nervioso por los recuerdos de la noche anterior, por la sensación de la polla de su papi en su boca, caliente y amargo. Le había encantado, y le había encantado escucharlo gimiendo, gruñendo como un animal mientras él trabajaba entre sus piernas. Estaba nervioso porque Ithuriel quería más, y porque sabía que conseguir más significaba sumergirse en un pozo del que quizás, no podría salir.

Como viven los ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora