XI. Paradisus

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La purpurina hizo brillar su piel y las plumas que adornaban su ropa, en un resplandor sutil Ithuriel modeló ante el espejo que captó su belleza ignorando el bullicio a sus espaldas de demás cuerpos esbeltos y marcados decorados tan ostentosos com...

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La purpurina hizo brillar su piel y las plumas que adornaban su ropa, en un resplandor sutil Ithuriel modeló ante el espejo que captó su belleza ignorando el bullicio a sus espaldas de demás cuerpos esbeltos y marcados decorados tan ostentosos como el suyo. Se repasó las clavículas con el dedo, arrastrando el brillo con él, y sonrió tenue al descubrir que ni así era capaz de quitárselo todo de encima.

Estaba expuesto, el frío calaba sus huesos y erizaba los vellos en su piel, pero tenía suerte: en realidad, era de los más vestidos ahí. A su alrededor, el espectáculo de cuerpos brillantes, preciosos y esculturales era tan variado y a la vez, con tanta desnudez que a Ithuriel le costó no sentirse cohibido cuando vio a mujeres ir y venir totalmente desnudas y solo con su cuerpo pintado en preciosos patrones, hombres decorados con las más finas joyas en lugares que él jamás pensó podían ser decorados así. La tela, de hecho, era el material menos usado. Pero lo que jamás iba a ser capaz de negar era lo artístico que aquello llegaba a verse, nada era obsceno, quizás demasiado atrevido...pero siempre con el buen gusto por delante.

Uriel, quien había aparecido vestida de blanco con un divino leotardo, con plumas y su melena pelirroja, despampanante como un verdadero arcángel de la mano de Dios les había dado una única orden. Una sola.

"Háganlos sentir en el paraíso"

No había más.

Y era lo único que necesitaba saber.

Estaba nervioso, por suerte el tiempo le había enseñado a ocultar los nervios con preciosas sonrisas capaces de derretir a cualquier hombre y unos ojos que se pintaban de falsedad para ocultar el dolor que llevaba detrás. Era un lugar precioso, y no era casualidad que la decoración de ese bonito penthouse en Iron Hills combinase a la perfección con ellos y la ropa —o la no ropa— que llevaban. Las joyas se asemejaban a las arañas de cristal en el cielo, los patrones sutiles en las telas eran los mismos que llevaban los cojines o uno que otro jarrón aquí y allá; la paleta de colores era preciosa e Ithuriel estaba completamente enamorado de lo armonioso que se veían si se paraban todos alrededor.

Eran parte de la decoración.

Incluso ahí, alejados de lo que fuese que iba a pasar, en una habitación apartada mientras escuchaban música venir del pasillo y veían al catering pasar entre órdenes para el chef y los mesoneros que no cumplirían su trabajo ese día. No, ellos estaban ahí solo para indicarle a chiquillos como él cómo debía llevarse la bandeja de canapés y continuar viéndose increíble.

La situación casi parecía sacada de una película fetichista.

Lo peor era que a ese pobre ángel ya no le sorprendía. Así era el mundo, la realidad superaba la ficción y solo le quedaba tragarse sus preocupaciones, que tenía muchas...y todas llevaban el nombre de Nikolai Doskvchenko.

Debía sentirse culpable por estar ahí, asqueado de ser una muñeca perfecta para un centenar de hombres ansiosos de perversión y placer, debía de estar asustado, quizás angustiado...Pero solo podía pensar en cómo había abandonado el auto de Nikolai noches atrás. Lo que le había dicho, lo que se habían dicho y las palabras que aún flotaban en su cabeza como el verdadero verdugo que le torturaba cuando se paraba a pensar. Quería creerle y dejarse llevar, deseaba poder hacerlo pero para él no dejaba de ser una mentira que lo salvaba de ese pozo oscuro, esa parte suya tan vil e insegura le impedía dar el paso para creer, aunque fuese muy mínimo, una parte de las palabras de Nikolai.

Como viven los ángelesWhere stories live. Discover now