Capítulo XII

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12.

La madre y la hija.

Caminamos a una dirección que conocía a la perfección. Justo a lado de la escuela, cruzando el paso peatonal, se hallaba la casa de los Dupain-Cheng. No fue difícil recordar donde vivía Marinette. Después de todo, siempre pasaba a comprar croissants luego de los entrenamientos por la tarde. Poco y nada recuerdo de verla ahí trabajando con sus padres.

Si esta la imagen de una chica tímida tras la caja registradora, pero ni más palabras cruzábamos. Más que un "Aquí tienes" o un "Gracias". Realmente era muy ciego para darme cuenta de quien estaba frente a mí. Sin pensar en algún momento que esa misma chica que me vendió los croissants más deliciosos de la historia, sería mi fiel salvadora y la primera chica de quien realmente me había enamorado.

Me hubiera gustado charlar más con ella en ese entonces.

—¿Vas a entrar? —Luka pregunto, estando a mi lado y ambos frente a la entrada de la tienda de la familia Dupain-Cheng.

—Si te soy sincero... Me aterra entrar —solté con sinceridad, suspirando ante mis propias falsas esperanzas—. Hace ya un tiempo que no he entrado. Creyendo cruelmente que, al entrar me encontraría a Marinette sana y salva, pero... Es imposible, ¿Verdad? Continua en el hospital después de todo.

Su mano cayó en mi cabeza, desordenando mis cabellos como un padre entregándole apoyo a su hijo.

—Mientras más rápido enfrentes todo, más rápido volverás a verla.

Y tienes todas la razón, como siempre. Si alguien sabía que era lo correcto, era Luka Couffaine. El más sabio de este mundo y un gran amigo en quien confiar.

Tome una gran bocanada de aire, y tome el pomo de la puerta con tal de empujarla hacia adentro.

—Aquí voy.

Di el primer paso que sería el inicio de mi búsqueda. Encontraría a Marinette y tendría que empezar por donde la conocí. Ambos entramos, encontrándonos bastante muchedumbre dentro de la tienda. Mire hacía todos lados, viendo lo típico de una panadería. Pasteles y panes de distintas formas y colores, muy característico de los Dupain-Cheng.

Camine por el lugar, buscando a uno de los padres de Marinette.

Bi-bienvenido... —me tense ante esa voz.

La busqué con la mirada, encontrándome a quien menos creí ver ahí. Justo tras el mostrador. Vistiendo un tierno vestido de color rosa y playera blanca que la mayoría era cubierto por un delantal de flores color salmón. Mientras sus cabellos eran adornados por dos tiernas coletas. Iguales a las que adornaban su cabello en el limbo.

Marinette... ¿Cómo es posible...?

Hola, he venido por lo de siempre —mire a mi lado, observando al chico que pasaba junto a mi anatomía.

Era yo.

Estaba con el uniforme del equipo de futbol. Completamente entierrado y el bolso colgando en mi hombro. Probablemente estaba yendo a casa después del entrenamiento de la escuela y pase a la panadería por mera costumbre.

Cr-croissants de chocolate, ¿No? —tartamudeo y yo como un imbécil, no preste atención. Estaba bien pegado al móvil, viendo una noticia de One piece.

Maldito Otaku, ¡Mírala!

Y como si me hubiera escuchado a mi mismo, aquel Adrien miro a la tierna azabache que en un futuro nos robaría el corazón y salvaría la vida del abismo del olvido.

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