Capítulo III

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3.

Cuenta cuentos.

Mi nombre es Adrien Agreste.

Dieciocho años, estudiante de tercer de preparatoria. Por segunda vez, segundo de preparatoria.

Soy repitente.

Sufrí un accidente. Tengo cicatrices en mi pecho, justo en la zona de mis pectorales y una enorme que va de mi pierna hasta mi cadera.

Tengo el cabello rubio y mis ojos son como el color esmeralda. Mi madre siempre me ha dicho que provienen de lo más profundo del mar. Por ello siempre estaría destinado a encontrarme con él.

Me gusta el soccer, los croissants y pasar tiempo con mis amigos. Tuve una exnovia, me fue infiel y la deje. Soy o fui en verdad medianamente popular, al menos hasta tener el accidente.

Encontré una carta, vi el cielo y luego caí al jodido infierno lleno de verdades. Un mar de verdades y tristezas, junto una carta manchada de mi sangre.

Mi nombre es Adrien Agreste.

Mi nombre es...

Sigo repitiéndome mi realidad, para no volver a creer que todo esto es un sueño. Comprobar que no estaba otra vez en el limbo.

Mis manos temblorosas y el dolor de mis cicatrices son la viva prueba de lo vivo que estoy. El dolor es la viva imagen de la realidad.

Me gustan los croissants de la panadería de los señores Dupain-Cheng. Jugué soccer en el instituto con mis mejores amigos. Me gustan las estrellas.

Mirarlas a tu lado.

—Mi nombre es... —continue repitiendo mi discurso con la mirada perdida. Subiendo y subiendo escalón tras escalón, llegando así al tercer piso de terapia intensiva—. Adrien Agreste... me llamo... Adrien Agreste.

—¿Señor Agreste?

Pegue un tenue respingón, mirando hacia adelante en busca de aquella voz que me llamaba. Era una de las enfermeras. La que estaban al cuidado de ella. Enfermera Ross, una de las veinticuatro horas, es decir, estaba día y noche a su lado. Levante mi mirada, ya que en algún momento de mi caminata a este lugar baje y estaba completamente cabizbajo.

—Hoy llega muy puntual —era verdad. Por lo general me tardaba en comprar algo para comer, pero esta vez me había asegurado de no perder tiempo alguno.

—Espero que sea buen augurio... —musito tratando de sonar gracioso, pero la verdad ni de ayuda había servido.

—¿Qué ha traído hoy para leer?

Ante su pregunta, mis dedos se aferraron de manera automática y fuerte a la correa de mi bolso. La cual estaba llena de distintos cuentos y libros.

Hanzel y Gretel. La cenicienta y... —ese libro rojo aun estaba en mi memoria, repitiéndome la situación en el momento en que lo pedí en la biblioteca—. La caperucita roja.

Igual como ella lo era en el limbo. La niña que paseaba por el bosque con su capa roja y manos cálidas, yendo a la boca del lobo..., para nunca más ver la luz.

—Es muy tierno de su parte. La señorita Dupain-Cheng no suele tener visitas que no sean de sus padres o usted —menciono, sintiendo en mi pecho una leve opresión—. Es bueno saber que tiene buenos amigos en los cuales contar y quienes la cuidan ante su coma.

Es lo mínimo que puedo hacer. Lo único que esta en mis manos en estos momentos es estar a su lado. Igual como ella estuvo conmigo en el otro lado.

—Ella... —quería hablar de su persona, pero no me siento con el derecho de hacerlo, menos después de entender el sacrificio que hizo para salvarme la vida—. Es una buena chica.

Era...

Quise golpearme ante tal pensamiento, aferrándome fuertemente a la correa de mi bolso y lo más probable es que mis emociones me delataran al igual que mis facciones. Marinette continuaba con vida, independiente de que este en coma, ella vive. Por eso, no puedo pensar negativamente. Aunque la probabilidad de volver a ver sus ojos sea nula.

Aunque los doctores digan que el golpe en su cabeza haya provocado un daño cerebral severo. Tengo esperanzas.

No las perdería.

Ella me enseño que lo ultimo que se pierde es la esperanza de volver a vivir.

—Joven Agreste, ¿Se encuentra bien? —conecte otra vez mis esmeraldas a su mirada, sintiéndome observado e idiota.

—S-Si... —mentí, no me encontraba nada bien—. Iré a su habitación.

—Está bien. Recuerde que el horario de visita termina a las siete de la tarde —yo simplemente asentí, dirigiéndome a mi destino.

Mis pies se movieron por si solos. Mi cuerpo ya conocía el camino a esa triste habitación. Todas las puertas eran iguales. Blancas, enormes e impenetrables. Igual que todo el lugar. Más el olor a limpio por todos lados.

Tome el borde de la puerta, estas eran del tipo deslizable. Mis dedos temblaban, era igual que siempre. El miedo a lo desconocido y de verle en ese estado eran mis repetitivas pesadillas.

En fin, tome aire antes de entrar y deslice la puerta. Notando el brillo que cruzaba por la ventana y el sonido de los solitarios bips de las maquinas que le mantenían con vida.

Tomé una enorme bocanada de aire y me dispuse a caminar hacia su cama.

—¡Buenos días, my lady! ¿Cómo has estado hoy? —sin respuesta, como siempre. Ella tiesa sobre esa cama, mientras sus cabellos se esparcían por sus almohadas—. Ey, dormilona. Te he traído una sorpresa hoy.

Metí las manos dentro del bolso, sacando todos los cuentos que le traje para leer.

—¡Tachan! He encontrado los cuentos de los hermanos Grimm, ¿Los conoces verdad? Son bien famosos—sin repuesta. Cambien el cuento que le enseñaba—. También traje a la cenicienta y uno que tal vez sea tu favorito —sonreí entre dientes y le enseñe el de portada roja—. ¡La caperucita roja! Es tu favorito, ¿no? Después de todo, tu traje era de ella —la mire pícaro, buscando molestarle—. Eres bastante infantil, my lady. Aunque le daré puntos a las coletas y la cápita, te veías bastante adorable.

Solo se podía oír silencio y mis facciones se llenaron de tristeza. Sin embargo, me armé de fuerzas y cogí el pequeño asiento que siempre estaba junto a su cama. Me senté como siempre, en el mismo lugar, en la misma posición y sin quitarle ojo de encima.

—Me costó un poco conseguir el cuento y como eres la chica más afortunada de tenerme a tu servicio, mi bella dama, le leeré —como siempre lo he hecho desde que pude caminar sin el jodido bastón—. ¿Cuál es su preferencia?

Me acerque a su rostro, sin invadir su espacio personal. Fingiendo... fingiendo que me respondía alegremente como en el cielo.

—¡Oh! Esas tenemos, ¿verdad? Okey, okey, sus deseos son ordenes —dolía fingir que ella era capaz de oírme—. La caperucita roja será, princesa.

Acomode el asiento, empezando a recitar un cuento que ni siquiera se si es su favorito. No sabiendo si quiera que algún día ella seria capaz de oír contarle un cuento.

Estaba a ciegas. Una venda en mis ojos no me permitía ver la realidad a la cual mi corazón se enfrentaba.

Fingiendo.

Mi nombre es Adrien Agreste.

Me repetí esas palabras cada minuto en mi mente mientras las horas que pasaba al lado de Marinette se hacían eternas.

Mi nombre es Adrien Agreste.

Estoy fingiendo que la chica que amo y que tal vez es un simple sueño..., me está escuchando.

Mi nombre es Adrien..., me lo repito constantemente.

Para no perder la poca cordura que me queda.

|2| Guiare tu camino - MLBWhere stories live. Discover now