CAPÍTULO 35

144 12 0
                                    

Valioso. 

Luego de que uno de los hombres de Ilya nos abra el portón y nos permita acceder al gran establecimiento que nos recibía, puedo decir que estamos en la tierra de los Ackermann, en uno de los palacetes principales de los reyes de Alemania, y lo digo con orgullo, porque nunca antes un agente de la GIA ha podido llegar tan lejos.

Y no puedo dejar pasar por desapercibido todos los controles que hemos tenido que alcoholizar para estar aquí. Unos sirvientes del clan nos esperaron frente a uno de los tantos hoteles de Ilya, y se pusieron a escanear el coche con todo tipo de aparatos y a rebuscarse en cada jodido compartimiento que pudiese tener, al igual que nos escanearon a nosotros con varios detectores de metales y detector de señales, para evitar que tengamos algún micrófono o cámara oculta.

Una vez que quedaron convencidos con que éramos de confiar hicieron que los siguiéramos, haciendo posible que llegáramos al palacete de los Ackermann.

El italiano baja del coche para abrirme la puerta y seguido a eso ofrecerme su mano, no rechazo su oferta y me sostengo de el para poder salir del coche, me acomodo el cabello con la mano libre y le dedico un leve asentimiento con la cabeza para caminar juntos, tomados de la mano hacia la entrada del palacete.

Uno de los súbditos del clan se adelanta y nos abre la puerta principal, dejándonos entrar a la amplia y elegante mansión que poseían los Ackermann. El estilo arquitectónico era georgiano, destilaba clase e historia, podría decirse que era un tanto acogedora pero fría a la vez.

Era espectacular.

Mientras más nos desplazábamos por el palacete podía percatarme de que en el establecimiento prevalecen los tonos blancos, marrones pálidos, marismas y grises, junto con muebles clásicos de la época, cuyo color combinaba exclusivamente con el refinado papel tapiz que vestia las anchas paredes. Los candelabros y lámparas eran los principales iluminadores del ambiente, dándole un toque rustico y distinguido a cada ambiente que poseía la mansión.

Cada mínimo objeto parecía tener historia, mucha historia. Y no era de extrañarse, el clan Ackermann es una dinastía que proviene de varias décadas atrás.

El hombre disminuye el paso y con la mano nos señala una gran puerta.

—El señor los está esperando.

Mi acompañante y yo asentimos con la cabeza y nos adentramos al gran salón, que no era nada más y nada menos que un amplio y distinguido comedor. En la cabecera estaba sentado Ilya Ackermann, quien al percatarse de nuestra presencia se levanta del asiento de un salto, para desviar la mirada y posarla en mí.

No pude evitar barrerlo de pies a cabeza con los ojos, ya que lucia excesivamente peligroso y elegante con un traje de tres piezas marrón claro que le resaltaba los maliciosos ojos azules que posee.

—Ida, Luther. Bienvenidos—saluda en alemán acercándose, para estrecharle la mano a Ferrara y tomar delicadamente mi mano para besar el dorso—. Ida, déjame decirte que estas hermosa esta noche—me halaga sin despegar sus intensos orbes azules de mi cuerpo. Desvío la mirada hacia el italiano y puedo notar como tensa la mandíbula hacia el halago de alemán.

—Gracias.

—No se queden ahí parados, tomen asiento, por favor—insiste, a lo que el italiano y yo nos acomodamos en el otro extremo de la mesa, Massimo ocupa la otra cabecera y yo me ubico a su derecha.

La mesa estaba preparada como para quince personas a lo que no pude evitar preguntar.

—¿Esperaremos a alguien más?

—No, solo seremos nosotros, por esta noche—aclara y puedo notar picardía en su tono de voz cuando me responde.

—Bien. Pues, ¿Cuál es el motivo de tu llamado? —interroga el italiano seco, sin pelos en la lengua.

Al límiteWhere stories live. Discover now