CAPÍTULO 33

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Veneno.

Tasha.

Las puertas de la sección C del reclusorio son abiertas para mí, y camino a paso lento, siendo seguida de una oficial hacia la celda de mi némesis.

Tenía el tiempo limitado, necesitaba volver a Alemania cuanto antes, pero no podía hacerlo sin solucionar lo que tenía pendiente con respecto a Rose.

Había pasado casi toda la tarde en la central, fui a ver a Sam, Jace y a Thatch. Todo iba en orden, McKendall y Braxton están en sus últimas instancias en la central. O'Conelly ya estaba más que recuperado y ya no hacía falta que dos idiotas estén ejerciendo de manera incorrecta un puesto que no les pertenece. Los únicos que estaban haciendo todo el trabajo era mi equipo, McKendall y su perro faldero no hacía nada más que lucirse con los logros de mis compañeros.

Me puse al día con todos los pendientes de mis empresas junto con Susan y Jameson, uno de mis empleados de confianza, encargado de manejar las finanzas del Golden, una lujosa cadena de restaurantes que había adquirido hace algunos años. Las ganancias generadas por el Golden eran impactantes, podría decirse que en estos momentos tengo todo el dinero como para alimentar a toda Nueva York, y Nueva York muy pequeña no es.

—Esta es la sala, por su seguridad mantenga una distancia mínima de tres metros de la mesa—habla la oficial, a lo que asiento con la cabeza, y me adentro a la sala en donde yacía la peor pesadilla de Rose.

—¡Pero miren a quien tenemos aquí! ¡¿Qué es lo que abre hecho para tener a la princesita adorada me honre con su visita?!—exclama Vera sarcástica y no negare que luce como un fantasma. Grandes bolsas violáceas yacen bajo sus ojos, su cabello esta hecho una maraña enredada y larga, esta tan delgada que sus brazos lucen esqueléticos y parece estar por desaparecer.

—Si supiera que te verías así no vendría, joder, casi me matas de un susto. Creí que eras un fantasma—suelto con desdén, y me dedica una mirada envenenada que la hace ver como una muñeca endemoniada

—¿Qué es lo que quieres? —inquiere despectiva mirando sus uñas.

La odio.

—Vengo a ofrecerte un trato.

—Dime.

—Hare que te suban a una celda mucho más equipada y en donde no te faltara comida ni ropa si accedes a decir unas cuantas palabras para un audio—sondeo e intento con todas mis fuerzas no soltar una palabra despectiva en su contra y atacarla con preguntas con respecto al ataque que Rose había sufrido, pero ahora que la veo me doy cuenta de que es imposible de que ella pudo haber sido la causante. Vera no tendría ni la mínima posibilidad de escapar o de establecer contacto con nadie, estando a metros bajo tierra, en una sección en donde no existe la señal telefónica y en la cual no refleja la luz del sol. Mi padre ya me había confirmado después de semanas de investigación de que no se ha tratado de Vera, de que ha sido otra persona, a la cual aún no se la localizo.

Pero yo aún tenía el pensamiento de que podría ser ella.

—¿Por qué estas ofreciéndome eso por un puñetero audio? ¿De quién se trata? Es para la perra de Rose, ¿no es cierto?

—Espero que nunca jamás se te ocurra referirte de esa forma a Rose, porque en vez de cambiarte a una celda más acogedora hare que te internen en una prisión submarina, en donde dormirás parada por el reducido espacio en el cual estarás. Más te vale cerrar la puta boca, Vera, porque si no fuera tan importante no estaría aquí ni si me pagaran.

—Ya suelta lo que tanto quieres y lárgate por donde viniste—escupe sin dejar de escudriñarme con la mirada.

Perra.

Al límiteWo Geschichten leben. Entdecke jetzt