—Beto —me dijo el hombre, extendiéndome su mano—. Mucho gusto.

—Juan —dije.

—¿Puedo ver la hora? —me preguntó.

—Está dañado —contesté, y le acerqué el reloj para que me creyera.

A decir verdad, este tipo no me resultaba nada desagradable; a pesar de su apariencia, me generaba confianza. Usaba una pantaloneta negra y tenía al cuello un rosario de colores, que veía completo porque no usaba camiseta. Se lo notaba muy descuidado, sin afeitarse desde hacía muchos días, con el pelo largo y grasoso. Estaba lleno de pequeños tatuajes que no parecían tener forma o sentido, con rayones como los que haría alguien que tiene un lapicero a la mano mientras habla por teléfono. Tenía una pañoleta roja amarrada en la muñeca derecha. Rondaba los cuarenta años.

—Ya veo —dijo, mientras observaba el reloj con curiosidad.

Se lo arrebaté de la mano.

—¿Y qué más tiene en los bolsillos? —me preguntó.

—Nada.

—Relajado. Yo no le voy a hacer nada. Solo me da curiosidad porque nunca había visto un reloj así. Fíjese a su alrededor: todo está bien y la gente está tranquila. Aquí en la celda nadie lo va a robar.

Ni siquiera yo sabía qué otras cosas llevaba en los bolsillos. Como lo único que podía hacer era confiar en él, revisé en frente suyo. Tenía el papel con las horas de apertura de puertas y rejas, el reloj, una cuchilla de afeitar y un jabón pequeño. "¿Qué es esta mierda?", fue lo primero que atiné a decir cuando vi el contenido de mis bolsillos. Beto me contestó con cierto tono de burla:

—Son los implementos de aseo. Se usan para asearse.

—Sí, pero es que... —hice una pausa—. Lo decía porque no sé estas cosas para qué.

—Para asearse —respondió con una sonrisa irónica.

—Claro.

—Bueno, parcero. A descansar que mañana tenemos que madrugar.

—¿Por qué?

Soltó una risa. Luego, se me ocurrió que debía dejar de hacer preguntas que me hicieran parecer como un recién llegado. Lo justo para adaptarme y lo justo para no despertar sospechas. Evidentemente, me pareció impertinente preguntar por qué madrugábamos. Seguro era lo de todos los días. Beto se volteó y me dio la espalda. "Intente dormir", me dijo. Yo tenía la certeza de que era una pérdida de tiempo intentar dormir, además de parecer una idea muy estúpida por el riesgo que estaba tomando al cerrar los ojos.

Al tratar de acomodarme, como tenía las piernas tan torpes por el adormecimiento, le di un golpe con el tobillo al que tenía delante de mí. Con tranquilidad le ofrecí una disculpa, pero él se sentó sobre la colchoneta, dejando ver que dormía sobre una navaja plegada que se le quedó pegada a la espalda por el sudor que se le secaba en la piel, mientras mascullaba quejas e insultos por el golpe recibido. Al cabo de unos segundos, sintió que la navaja seguía allí y la tomó con la mano, y mientras dio un giro impresionante que lo dejó frente a mí, con una rodilla en el suelo, de una sacudida desplegó la hoja de la navaja, que hizo un sonido espantoso. "¡Quédese quieto, marica!", le gritó Beto, que ya se había levantado de su colchoneta. Le habló otra vez: "Quédese quieto, que usted ya tiene problemas con el pluma. No se vaya a ganar otros dos". Esta amenaza lo hizo retroceder de inmediato, no sin proferir amenazas e insultos, como una fiera derrotada que desaparece gruñendo.

No dormí ni un segundo. Ni siquiera cerré los ojos. Tuve ganas de orinar, pero estaba aterrado y prefería no golpear a nadie más con mis pies. Podría ir al baño cuando todos los demás salieran. Beto estaba roncando y seguramente la misma amenaza no iba a funcionar dos veces. Las paredes estaban llenas de humedad. Antes de que apagaran todas las luces, que fue como una o dos horas después, pude descifrar un mensaje escrito en alguna de las paredes, que estaba escrito con rayones fieros, como si hubiese sido escrito en un momento de ira: "Aquí entra el hombre, no el delito". Tenía todo el sentido del mundo. Me puse reflexivo y pensé en lo deprimente que es el hacinamiento. Estar aislado de la sociedad ya es suficiente castigo. Es que daban asco las paredes.

Atraviesa el túnel o muere en el intentoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant