En un mundo repleto de corrupción tiene que haber un mediador, y no, no estoy hablando de Dios.
Cuatro personas, cuatro personalidades distintas, cada uno conectado al otro por diferentes motivos.
La primera: Adara Nessa. Peligrosa, letal, fría, cr...
К сожалению, это изображение не соответствует нашим правилам. Чтобы продолжить публикацию, пожалуйста, удалите изображение или загрузите другое.
Adara.
Mi cárcel no está hecha para recibir visitas.
Mis presos son aislados totalmente del contacto humano a excepción de las personas que imparten sus torturas, incluyéndome.
Con el pasar de los años, ellos van adquiriendo un estado de delirio permanente; hablan consigo mismos, se autolesionan, comen sus propios fluidos corporales, imaginan cosas, creen que están en otro lugar...
Pero siempre los traigo de vuelta, el dolor es un buen interruptor, te ayuda a poner los pies sobre la tierra, el dolor te hace saber que estás vivo.
Sin embargo, haré una excepción por Gerald Petrescco ya que mi urgencia en descubrir lo que realmente pasó con Declan y poder sacarlo de aquí es más fuerte que cualquier otra cosa.
—¿Estás segura de esto? —pregunta Lanay, no está preocupada por Alesso, está preocupada por mí.
—Esta conversación nos beneficia.
—Dejarlo entrar es un riesgo para ti.
—No estará despierto. Ve con Contad y dile que traiga a Allen.
Ella ladea el rostro hacia un lado.
—No va a dejar que lo droguemos.
—No tiene otra opción —la rubia se encoge de hombros y tras tirarle un beso en el aire a su papá, el cual está tirado en el piso con uno de mis hombres apuntándole en la cabeza, se da la vuelta en busca de Contad.
Me acerco unos pasos a mi padre, no bajo mi arma en ningún momento, él no luce preocupado.
—Voy a necesitar dormirte para poder dejarte entrar —le aviso.
Su ceño se frunce, más por molestia que por confusión.
—Si algo me pasa, toda Italia vendrá por ti —advierte.
—Las amenazas solo me motivan a matarte, Alesso. No me tientes.
—Es solo un aviso —esboza una sonrisa mientras alza las manos en forma de paz.
—Ahórratelos.
Lanay llega junto a Allen veinte minutos después, se ha cambiado de ropa por un pantalón, camisa y arriba su usual bata blanca de doctor.
—Aquí está tu pedido —dice Lanay.
Allen la mira con indiferencia antes de posar sus ojos verdes en mí.
—Es curioso como te gusta estar en mi presencia cuando claramente te dije que no quería verte —dice en voz alta.
Mi padre no hace ningún gesto por lo que no puedo saber si lo ha escuchado o no.
