Capítulo 33

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Alicia

Papá llegó ayer en un taxi junto a Mamá que les invitó Bernie con su aplicación de YourCab, a regañadientes otra vez. Cuando llegaron todo fue agradecimientos y buenos recibimientos. Ya todo el drama y la incertidumbre habían terminado. Y hasta en la noche todo estuvo bien: jugamos Uno, hicimos quehaceres, Bernie se la pasó más bien inmerso en su teléfono, viendo mapas y recorridos virtuales de las calles, y yo tuve que arreglar algunos asuntos con respecto a la escuela —por cierto, les he dado la verdad a medias a mis padres, pues les dije que por culpa del apocalipsis los papeleos del título y la graduación se habían pospuesto indefinidamente. A lo que iría a la escuela sería nada más para ver a Joan—. Ya solo resta una última cuestión que no se ha resuelto y que nos tiene en vela ahora esta mañana: Bernie ha decidido que regresará, pero con una condicionante.

      —¿No crees que es una locura, hijo? —pregunta Papá. Nos encontramos a mitad del pasillo principal de la casa.

      —¿Por qué, Javier?

      —Dices que te faltan cuatro años para rescindir el contrato, o la tutoría de tu padre, ¿no?

      —Sí.

      —Pero si eres menor de edad, dudo que un juez falle a tu favor. Necesitarías un abogado muy bueno o alguien que cambie la cláusula así nada más.

      —Ése es mi plan: conozco algunos abogados.

      Yo no entiendo mucho de lo que hablan. Lo único que se me ocurre preguntarle es:

      —¿Acaso piensas denunciar a tu padre?

      —No, sino obtener mi libertad. Ya no puedo esperar cuatro años.

      —No creo que sea así de sencillo, hijo. No sé nada de Derecho, pero algo me dice que si tú intentas esto no será tan fácil. Además, tu dinero es gestionado por él. De hecho, creo que lo del taxi ya lo sabe él de alguna manera, ¡y podría utilizarlo en un tribunal para meterme a la cárcel!

      —¡Chicos! —exclama Mamá—. ¿Quieren torta, de postre?

      —Sí, cariño —responde Papá, irritado.

      —No sucederá, Javier. —Ahora lo veo no como el Bernie normal, sino como a un hombre, uno ya mayor y metido en el cuerpo de un chico. Tiene una presencia tan seria, segura e imponente, que se siente como un empresario. Tiene pensadas sus propias decisiones y visiones. Mientras, yo me consumo por dentro. Me domina la angustia. Es lógico que debería irse, lo sé, pero temo que todo vuelva a la normalidad, sin él. Espero que nuestro beso en el Full Fun sí haya significado algo.

      ¡No! ¡Qué digo! Él tenía que regresar y yo me había olvidado de que es una estrella de la televisión. Soy una tonta.

      —En Gamelia siempre ha importado más el capital que la ley —continúa—. Y yo soy un producto que genera muchos millones, uno con mente propia que puede elegir y opinar. Además, yo ya no me identifico con ningún rango de edad como ese.

      —Lo sé, hijo, pero ante la ley eres... Bueno, ¿quién soy yo para hacerte cambiar de opinión? Solo me queda una duda sobre el plan que tienes, ¿te enfrentarías a Fripp o a los productores de cine? ¿No hay un problema en este momento entre nosotros y... productores enfurecidos de Hollywood? Es decir, creo que habías mencionado que te fuiste sin decirles. No sé si haya un detallito sobre, digamos: desapariciones, ausencia, incógnitas.

      —No se preocupe, Javier. —Lo veo incómodo. Creo que, al igual que yo, se acuerda de nuestro encuentro con el imbécil del automóvil azul—. No pasará nada.

El gran destello en el cielo ©Where stories live. Discover now