Capítulo 4

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Bernie

Es una gran contradicción cuando le digo a los del elenco que no quiero saber nada de nadie en las vacaciones de fin de filmación, y que, cuando ya me encuentro solo, en medio de un palacio gigantesco como este, comienzo a sentir la crudeza de la soledad. Siempre me encuentro abrumado por las peticiones de Manny para irnos a la playa como dice, y más tarde como que me arrepiento de haberme negado. Quisiera volver el tiempo y decirle que tal vez sí. Y, paradójicamente, me da miedo tal posibilidad. No sé si te has sentido así, en dado caso que seas tan retraído como yo.

      Se supone que le faltan cuatro años para ser mayor de edad y ya vive como un adulto. Hasta sus superiores se dirigen a él como señor Phoenix. La idea de que un niño ande afuera sin medida es un tanto vaga para mí. Debería de estar en casa, con sus padres, como ha sido toda la vida, y como lo han dictado las costumbres, ¿no? Sí, ya sé; soy aburrido y no tengo personalidad. No es la primera vez que me lo dicen si es lo que estás pensando.

      O tal vez te hayas preguntado: ¿cómo que cuatro años para la mayoría de edad, si habías dicho que tenía dieciséis? Pues sí, en Gamelia la mayoría de edad es hasta los veinte. Somos el único país donde existe esta ley, a menos, claro, Estados Unidos, donde allá, en muchos estados, la mayoría de edad es a los veintiuno. De los demás desconozco si se repite tal límite.

      Estaría de acuerdo con esta ley a causa de la gran cantidad de inmadurez que se suele tener aún después de los dieciocho; sin embargo, hay un ligero problema para mí: mientras sea un menor, mi padre seguirá teniendo mi tutela. Él no sabe de mis necesidades. Y no soy malagradecido; gracias a él estoy donde estoy. Tengo el trabajo que sería de ensueño para muchos: una mansión, mucho dinero y disponibilidades. Pero es un martirio no tener el control sobre tu vida. Hago todo lo que él quiere, como lo desea y un sinfín de cosas más. He hecho lo correcto toda mi vida. He seguido a cada director sin rechistar nunca, y estoy en un momento en el que no hay más que esperar, rodeado de lujos, en una situación que no parece avanzar. Ni siquiera sé qué debo hacer. ¿Por qué me siento tan solo y vacío?

      A esto le llamaría el síndrome del bien portado, que consiste en hacer todo bien el resto de tu vida, para que un día sientas que no has decidido por tu cuenta. Es un asunto que no me gustaría reflexionar mucho debido a la vergüenza, pero que sin querer le he puesto nombre.

      Y bueno, aquí estoy, en mi cama, mirando el techo y recordándolo todo. Mi memoria es tan buena, tan brillante dirían algunos, que se vuelve una especie de castigo natural. En mi trabajo soy el que mejor memoriza las líneas. Por esto sé actuar casi tan bien como Manuel, el gordito, pero dudo que sea mi talento o don de la vida.

      «Quizás algún día...»

      Tomo mi teléfono y abro una aplicación que no suelo usar y que está de moda: Slidebum, un parásito de las redes sociales que se apodera de tu mente y hace que deslices tu dedo por la pantalla durante horas. En fin, es un tanto divertida.

      En los primeros videos que me encuentro allí veo chistes sobre la supuesta estrella. Estela ya es tendencia, y cualquier video que se suba con estas etiquetas terminará, lo más seguro, con miles de vistas en menos de un día. Me interesa uno como de divulgación científica que dice que es probable que ocurra un cataclismo, pues, según ellos, Estela tiene un diámetro un poco mayor al sol, y haría mucho más que aventarnos de piedras, aunque Júpiter esté allí para ayudarnos. Los comentarios, por lo normal de gente muy estúpida y mediocre, comienzan a decir que la estrella no existe, que es un invento del gobierno para distraernos. ¡Bien, qué más idiotas pueden ser estos tipos!

      «Te veré algún día, quizá.»

      Por fin me aburro y abro videos con chicas que bailan. Slidebum es una mina de este tipo de contenido. Todas esas chicas mueven el trasero y se degradan por nada, con movimientos muy vulgares. Ya no hay respeto por el género femenino; ya todo es sexualización, tonterías, sexo y más sexo. Está bien, no estés de acuerdo conmigo, pero de todos modos seguiré creyendo que mi generación ya no es como las de antes. A veces me identifico más con los años pasados que con los recientes.

      De pronto abro el panel de búsqueda, como si se me hubiera ocurrido una idea espontánea, y sé qué poner allí. No, tal vez no. Mejor me pongo a ver más chicas que bailan. ¡No, ya sé! Sí, lo haré; me pondré los pantalones y lo haré. Al parecer, mis dedos comienzan a escribir por sí solos estas letras:

      «Alicia H...»

      «Pensándolo bien no —me digo—. ¡Ya qué!»

      Y las sugerencias me ponen lo que tanto buscaba:

      «Alicia Huberi»

      ¡Sí! Ése era su apellido. Su nombre era tan raro, que era imposible que hubiera dos chicas llamadas así. Con mis deseos de saber si es ella y cómo ha crecido, la busco y me salen un montón de videos protagonizados por una muchacha morena y de ojos un poco asiáticos, tal y como la recuerdo. ¡En efecto, es ella! ¡Y se ha puesto bien preciosa! Se pintó el pelo de rosa para el último video, de seguro para sentirse única. ¡Ja! Los reproduzco y me encuentro con la Alicia de mi infancia. ¡Oh, por Rutherford! Quién lo diría. No baila, no agita las nalgas, no se pone minifalda ni ninguna tontería similar, sino que habla a la cámara y dice reflexiones interesantes, como en un diario o blog. Su voz es magistral, hermosa, relajante, y hace uno que otro video extraño donde habla bajito y rasca el micrófono. Es hipnótico escucharla hablar así.

      —...duerman, duerman mis ratoncitos, que mañana los veré pronto —dice, con su acento peculiar y muy dulzón; y es tan así, que puedo oler una especie de perfume artificial de cerezas. La imaginación me parece ridícula y me pongo a reír, emocionado, con lágrimas en los ojos.

      Algunas de sus reflexiones son brillantes, de verdad. Quiero comentarle y preguntarle si se acuerda de mí, pero me doy cuenta de que hay millares de comentarios, sin exagerar. Tiene también miles de corazoncitos y vistas. La gente la adora. Puede ser casi tan famosa como yo y ni lo sabía. Y, sin darme cuenta, me quedo en su perfil de Slidebum durante una hora o dos, viéndola solo a ella, fantaseando con estar a su lado... ¡Hace tantas gracias para divertir a quienes la ven! Como, por ejemplo, en un video se disfraza de payasita, o en otro simula una situación en la que llega tarde a su casa e imita a un hombre borracho.

      —¡Está loquísima! —me oigo decir.

      Después, en un rincón de uno de los tantos videos, encuentro la ubicación y leo Tropicalia como sitio de grabación. ¡Tropicalia! Esa palabra tan nostálgica, tan llena de buenos recuerdos. Sigue allí, por supuesto; todavía es una niña que vive con sus padres. Quisiera ir allá, regresar, encontrarla... Pero, como te digo, tal vez sea una fantasía. No puedo disponer de mi dinero ni ir a ningún sitio, no mientras mi padre tenga mi tutela. Y él no estará de acuerdo con volver allá.

      Silencio.

      Suspiro.

      —Te extraño, Alicia.

El gran destello en el cielo ©Where stories live. Discover now