Capítulo 22

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La noche anterior Bernie había dormido en el suelo de mi recámara. Tenía vergüenza de que mis padres comenzaran a cuchichear situaciones hipotéticas y embarazosas sobre nosotros dos, pero nada de eso ha ocurrido; ellos se han mantenido neutrales con respecto a que se duerma en mi suelo. Había querido darle mi cama, en tanto me durmiera yo en el sillón de la sala —que es bastante cómodo—, pero no quiso. Y ahora repite sin más problemas. Es tan tímido que le da miedo utilizar un centímetro más del piso de mi habitación. Quisiera aprender un poco más de su actitud, porque a mí me resulta imposible no ser una desvergonzada cuando se trata de dormir. Lo hago a pierna suelta como nadie. Siempre me he preguntado por qué las princesas de Disney duermen boca arriba y como muñequitas de porcelana. Al menos Rapunzel rompió el esquema.

      Otra conversación de medianoche se da entre nosotros dos. Él abajo y yo arriba, ambos mirando el techo, nos ponemos a reflexionar sobre los caminos de la vida. La verdad es que ninguno tiene sueño. Ni el Internet ni la luz llegaron, y a Mamá le preocupan en suma los productos que necesitan refrigeración. Por mi parte, mi única angustia, sin contar la condición de Bernie y su padre, que en cualquier momento podría aparecerse y señalarnos como secuestradores solo por ser morenos, es el clima y su mejoría, pues quisiera volver con Joan al menos para sentirme comprendida y escuchada en este horroroso tema de la prueba PAU.

      Y por si te lo preguntabas: sí hubo auroras boreales; de hecho, todavía se pueden ver claramente a través de la ventana. Es propio de Tropicalia tener temperaturas infernales, pero ahora con las condiciones del gobierno el calor es peor; no hay nadie aquí que soporte un confinamiento con ventanas y cortinas cerradas. Por lo menos tenemos turbinas —bueno, así le decimos vulgarmente al ventilador, o abanico, como le digas en tu región—.

      —¿Estás dormida?

      —No. ¿Tampoco puedes dormir por tanto pensar?

      —Mas o menos.

      —¿Qué te preocupa, my huckleberry friend? —Recargo mi cabeza sobre un brazo y lo intento mirar entre la oscuridad. No percibo más que su figura.

      —¿Crees que tus papás se den cuenta de que les mentimos?

      —En absoluto. A mi papá todo le da igual y Mamá nunca sabe lo que sucede a su alrededor, en tanto haya algo hermoso o divertido para que se entretenga.

      Y aun así me da miedo decepcionarlos, ¿no?

      —No seas tan dura con ellos.

      —Los conozco, Bernie, créeme.

      —Estaba pensando... ¿Y si les decimos la verdad?

      —¿Para qué?

      —Pues, nada más. Es lo correcto. Me sentí liberado al mencionar que soy un Fripp.

      —Bueno, no es necesario. —Pienso en la prueba PAU de nuevo. ¡Gracias, Bernie!

      —Es que no me siento honesto. No hay honor en fingir cosas. Yo no te encontré de casualidad.

      —Sí, lo sé.

      —Si se quedan con eso de que te vi en una plaza... ¿Cómo que lo sabes?

      —O bueno, creo que lo sé. —Me encojo de hombros—. No me encontraste de casualidad, ¿verdad?

      —No. Eso también me preocupaba hace un momento.

      —Bernie, ¿cuántas veces en tu vida has mentido con éxito? —digo, socarrona.

      —Ninguna —dice, con un aura demasiado apesadumbrada—. Te busqué, Alicia.

El gran destello en el cielo ©Where stories live. Discover now