Capítulo 29

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Alicia

El traje tal vez me había ocasionado la imposibilidad de percibir el aire en mi piel y cabello. Esta vez siento el fresco atravesar cada centímetro de mi torso y cabeza, y eso me parece muy delicioso. Hace tiempo que en Puerto Rey no había habido un día nublado. La avenida se encuentra ante mí, extensa, aunque repleta de obstáculos. Respiro con la ambición de un ave. Ahora comprendo por qué Luna adora tanto subirse a estas cosas y cabalgar hacia el atardecer. La vida no me suele regalar pausas tan deliciosas como esta.

      —¡Alicia!

      Mi momento de libertad se difumina apenas oigo la voz de mi amigo, que lleva en sí un tono de preocupación.

      —¿Qué? —replico, un tanto irritada.

      —Nos viene siguiendo un coche.

      —¿Cómo? ¿Cuál?

      —No sé.

      —¿Por qué?

      —¡No sé! —El temor que noto en su voz me hace creer que sabe más de lo que admite.

      En tanto escojo un camino recto, en el que no haya por lo menos basura o automóviles destruidos que estorben, miro hacia atrás y veo a un auto acercarse a velocidad moderada. Vuelvo al camino y lo primero que se me ocurre es tomar otra calle. Ya no reviso si aquel continúa detrás de nosotros, pero Bernie me advierte de nuevo que allí se encuentra el conductor desquiciado. No nos lo podemos quitar de encima. ¿Qué querrá?

      Hago curvas y elijo caminos cualesquiera para ver si perdemos al perseguidor. Una vez que nos encontramos en otra parte de la ciudad, más alejada del hospital todavía, Bernie se asusta y me pellizca la piel de los hombros. El dolor hace que me queje y me enoje con él, pero está tan enfrascado en advertirme que el tipo se acerca cada vez más, que la furia hace que desee detenerme y preguntarle directamente quién es y qué quiere.

      —¡Se acerca!

      —¡Con un demonio! —Todos mis intentos por perderlo acaban en nada. La frustración hace que comience a lanzar palabrotas aleatorias.

      —¿Quién es?

      —¡No sé!

      —¡¿Cómo de que no?!

      Ahora temo que el sujeto que nos persigue se trate de uno de sus compañeros o representantes que aseguran su seguridad y bienestar. Ya solo pienso en que acabaré en la cárcel por tener a Bernie en mi casa. Como para asegurarme de qué clase de persona está atrás de nosotros, volteo y veo la parrilla de su coche apenas a dos metros por atrás de la rueda. Giro el manubrio y hago zigzags por la vía, que sigue bien contaminada, y la inexperiencia me impide que haga más de lo que podría.

      —¡Bernie! —dice la voz del conductor, en inglés—. Bájate y vente conmigo.

      «¡Por Rutherford! Es su papá.»

      —No, Fritz.

      «¿Fritz?»

      —¡Es tu obligación! Tú padre quiere que regreses a Cálida. Te necesita.

      —Yo no quiero nada de él.

      —No seas tonto. No hagas este problema más grande de lo que ya es.

      —Trata de perderlo —me dice en la oreja, ya en español—. Es el asistente loco de mi padre. Este tipo es un insufrible, y me cae demasiado mal.

      —Perderlo es lo que he intentado.

      —Haz más curvas o vete por donde no quepa un coche. Súbete a las aceras.

El gran destello en el cielo ©Where stories live. Discover now