Capítulo 15

60 9 40
                                    

Bernie

Camino entre decenas de personas tal vez pertenecientes a Buenavista. Llevan pancartas y repiten la misma frase: «¡fuera separatistas!». Muchos de ellos llevan mochilas, de modo que puedo deducir que sí son estudiantes. Y como estoy caracterizado de un desconocido, un chico que solo llevaría un encargo para su madre, nadie me presta atención. Pero esta gente se aglomera cada vez más. Me provoca un sentimiento de desesperación, como claustrofobia, que me hace pensar que quizá me he metido en terreno peligroso. Gracias a los lentes nadie me ha reconocido. Se amontonan también periodistas, o personas vestidas de civiles que llevan cámaras y que toman video cada cierto tiempo. He notado también que los negocios y tiendas que están en las inmediaciones de Buenavista han cerrado sus puertas. Por el contrario, en las plazuelas están hacinados muchos de los simpatizantes de esta causa. Y, lo que es peor, las esquinas de la gran avenida que lleva a la entrada de la escuela preliminar están asediadas por policías antidisturbios, enfilados ya para iniciar cualquier tipo de operación en contra de los estudiantes.

      No debería estar aquí.

      Mientras tengo miedo a que la bomba me estalle en la cara, no dejo de recorrer el infierno.

      La muchedumbre da un grito con puños en alto y comienzan a saltar.

      Seguro te habrás preguntado qué hice todos estos días. He entrado en contacto con mi aguda nostalgia, aquí en Puerto Rey. He recorrido la ciudad, ignorado más llamadas de mi padre y he buscado mi casa, casi todo con muy poco éxito, pues todo ha cambiado. También me ha dado un poco de miedo interrumpir así, de la nada, la vida de Alicia; creo que no es tan fácil después de todo. Estas meditaciones me han comido días del plan. Incluso he visto entre tanta noticia devastadora y política mi propia desaparición. Hace un día o dos que vi que me consideraban persona desaparecida en Caña, bajo la internacional Alerta Amber. He buscado con ahínco a Alicia, en varios intentos. No es la primera vez que vengo a Buenavista para ver si me la encuentro. Todo el tiempo entran y salen muchos alumnos.

      —¡Luna!

      Allá atrás siguen gritando cosas que ya no entiendo bien. Me detengo un momento a mirar a mi alrededor, por si acaso la viera a ella, pero más y más gente me perturba. Me dan ganas de echar a correr. El calor comienza a quemarme la piel y a enrojecerla, aunque la visera y los lentes me han protegido lo suficiente.

      —¡Luna! —vuelve a decir esa voz femenina. Me parece muy conocida, así que volteo hacia la persona que grita así—. ¡Luna, amiga!

      Entonces veo a la chica que busca a su amiga llamada Luna. Me quedo estático cuando la reconozco; es ella, es su cabello morado, o rosa. Alicia, pedazo de mi pasado, vínculo de mis raíces, la niña de mis recuerdos. Pasa tan rápido el tiempo, que se siente como si nada de aquello que recuerdas hubiera sucedido; pero enseguida encuentras una reliquia, una conexión, y sabes que todo fue real. Nada persiste por sí solo. Siempre hay una evidencia que te lo confirma todo, y tus fantasías dejan de serlo. Alicia, tu cuerpo ha cambiado y tu vida también. Ya eres más guapa, más soñadora, buscas tu lugar en el mundo y planeas un futuro. Quiero ser parte de él, volverte a conocer y saber en qué piensas, qué problemas tienes y qué ideas nuevas has tenido. ¿Quién eres ahora?

      De repente, alguien dispara una bengala hacia arriba. El pitido nos distrae a todos, y el estallido en el cielo hace que nos quedemos mudos ante las chispas que caen. La tensión comienza a apoderarse de los presentes. La bengala ha sido disparada por los representantes de la ley, que ya acuden a la cita con autobuses que tienen rotuladas esta palabra: «SHOCK».

      ¡Mierda! Han reaccionado los antimotines, los que llevan a cabo las redadas. ¿En serio? ¿Contra los alumnos de una escuela preliminar? Uno podría decir que solo somos un grupo de jóvenes enfrentándose al Estado, pero no es así; también parece haber profesores y padres de familia.

      Otra bengala ilumina nuestras cabezas como fuegos artificiales. El espectáculo sería divertido y ameno en caso de ser un siete de noviembre, pero, obvio, no es el caso de hoy. La gente comienza a dispersarse, y surgen de entre nosotros más estudiantes que se cubren sus rostros y se arman de palos y piedras. Algunos llevan consigo bombas incendiarias y petardos que lanzan contra el ejército de uniformados que avanzan hacia nosotros. Sus botas resuenan en el asfalto; las marchas de aquellos hombres se aproximan y resisten los ataques de los estudiantes con sus escudos transparentes. Muy cerca de mí comienzan a llover cápsulas de gas lacrimógeno y rocas, además de que las detonaciones me ensordecen y me obligan a retroceder.

      ¡No encuentro a Alicia!

      Los autobuses y camionetas blindadas de la SHOCK invaden las plazuelas y destrozan a su paso postes y barricadas de fuego, que habían sido fabricadas con pupitres y trozos de madera. Por fin, los uniformados corren y comienzan a golpear con sus macanas a todo quien encuentren a su paso, ya sean periodistas o manifestantes, y la impresión consigue que me horrorice. Ahora corro a donde sea, mientras no dejo de buscar a Alicia.

      «¡Malhadados horrores!»

      Vidrios rotos, gente golpeada, lluvia de bombas que inician flamas tan altas como árboles, y destrucción, mucha destrucción. El tiempo parece que me entierra, o que nada de esto que sucede es real. Veo a muchos chicos, unos hasta menores que yo, agarrarse sus narices ensangrentadas, arrastrando a sus amigos, quienes han caído quizá inconscientes por los puñetazos, o a muchachas agredidas que lloran y escapan de los antidisturbios, y que no pueden zafarse de aquellas manos enguantadas de negro. Como yo voy de un lado para otro, estos oficiales me miran y me amenazan con sus barras; si entro en su camino probablemente corra con la misma suerte.

      —¡Luna! —oigo detrás de mí.

      —¡Alicia! —le grito, aunque sería inútil.

      Sin embargo, al intentar acercarme, soy testigo de cómo un oficial toma a una chica negra de sus cabellos coloridos y la arrastra, mientras le atiza un par de patadas en las costillas, para llevársela a uno de aquellos camiones repletos de otros jóvenes golpeados.

      —¡No, déjenla! —se desgañita Alicia, en medio de una rabieta muy dolorosa—. ¡Es mi amiga!

***

Para alivianar un poco la cosa, les presento el logotipo de la agencia espacial nacional (algunos dicen que son la mano derecha de la NASA, pero no les hagan caso; mienten jajaja)

Para alivianar un poco la cosa, les presento el logotipo de la agencia espacial nacional (algunos dicen que son la mano derecha de la NASA, pero no les hagan caso; mienten jajaja)

Deze afbeelding leeft onze inhoudsrichtlijnen niet na. Verwijder de afbeelding of upload een andere om verder te gaan met publiceren.
El gran destello en el cielo ©Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu