Capítulo 3

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Alicia

Por lo menos es día libre y puedo seguir reflexionando en la comodidad de mi habitación. Cruzo el enrejado de la tapia, veo la puerta blanca de la entrada y siento una especie de mal presentimiento cuando recuerdo el color de mi cabello. Escucho también que alguien manipula herramientas en la camioneta; es mi padre, que le encanta hacer eso todo el día, así que hago como que no lo veo y paso de largo hasta el tapete de la entrada, casi yendo de puntillas. Debería haberme oído, pero como se entretiene tanto con ello, ignora mi presencia y continúa acostado ahí, debajo del vehículo, mientras gira no sé qué tantas tuercas.

      Adentro, en la espaciosa sala de mi casa, veo que no hay nadie, y de pronto siento la necesidad de echar a correr a las escaleras y encerrarme sin que mi madre me descubra; pero una vez que pienso ejecutar la idea, ella aparece detrás de mí y me pega un susto de muerte. Había salido detrás de la barra de la cocina; creo que intentaba recoger algo debajo de la nevera.

      —¡Alicia! —grita de nuevo—. ¡Por Rutherford! ¡¿Qué malhadados horrores te has hecho en el pelo?!

      —¿Esto? Ah, pues nada, un retoque.

      —¿Un retoque? Ay, condenada pazguata. Tienes cada idea de lo más rara.

      —No me digas pazguata, ya tengo diecisiete. —En Gamelia le dicen pazguatos a los niños. Creo que en otros países, quizá en el tuyo, esta palabra signifique tonto o algo así—. Solo me pinté las puntas. Me dejé lo demás negro. Mamá, no se ve tan mal.

      Su semblante cambia de enojo a burla, tan rápido como solo el suyo puede hacerlo. Es una mujer de emociones muy intensas. Y así, de un momento a otro, estalla en risas. Puede parecer extraño que en este planeta haya alguien que se ría más fuerte que yo; pues sí, ella lo hace.

      Se toma el estómago y trata de hablar, pero sus risotadas endiabladas no se lo permiten.

      —Pareces... Pareces... ¡Ah! —Y sigue, y sigue. Yo solo arqueo las cejas y me cruzo de brazos—. Te pareces a un payaso.

      —¿En serio? ¿Tanta risa por eso? Un payaso... Pensé que dirías algo más gracioso.

      Pero sigue, casi ahogándose. Al final, después de como media hora de ataques risueños, mi madre por fin coge aire y se abanica la cara con una mano. Me pasa por un lado y sale a la puerta que da al jardín.

      —¡Javier! ¡Javier! Mira, ven.

      —¿Qué pasa? —pregunta desde su posición. Como la camioneta no le permite ver nada, se levanta y se acerca, en tanto se sacude la mugre de las manos con un trapo. En cuanto me ve solo se sonríe de lado, como quien encuentra algo ridículo, pero no halla la suficiente gracia en el asunto. Estaba claro, mi madre se ponía muy histérica por cualquier detalle insignificante, apenas ridículo.

      —¿Y de eso te ríes? Tus carcajadas se oyen en todo el vecindario, Dolores.

      —¡Es que se ve bien chistosa!

      —¿Qué hay de comer?

      —Bueno, tú apenas terminas de trabajar ahí y ya tienes hambre. Está bien, vénganse que ya está lista la cena.

      Mientras comemos vemos la tele, que se puede ver desde la mesa del comedor sin obstáculo alguno. Vemos las imágenes de los disturbios de Puerto Rey, por ejemplo, y ella comienza a quejarse de la represión y de las ideas de los que prefieren al separatismo.

      —Pero, Dolores —dice mi padre—, ya te he dicho que tarde o temprano estas cosas pasarían.

      —¿Por qué? —pregunta ella, airada.

      —Es que... Bueno... No deberías ver las cosas con solo tu manera. Quítate el cristal de los ojos, ese que te pinta todo del mismo color, y piensa en que ellos también tienen su motivo para pensar así. No todo debe ser negro o blanco.

      —¡Ya parece que se va a acabar el mundo! —los interrumpo—. Todos peleándose, guerra por acá y acullá, las familias divididas por ideologías políticas distintas. Yo solo quiero encontrar mi lugar en el mundo, para lo que soy buena.

      —Y hablando de acabarse el mundo —dice mi madre ahora, como si no le hubiera dicho un tema tan importante para mí—. ¿Ya viste, Alicia, que dijeron que una estrella podría acercarse al Sistema Solar?

      —Una que brilló hace como treinta años y apenas lo notamos, ¿no?

      —Sí, esa. Ahora resulta que podría pasar muy cerca de nosotros. Están diciendo que sería capaz de mandarnos meteoritos, ¿verdad, Javier?

      —No sé.

      —Están dándole mucha cobertura como para que no sea nada. En TVG, sobre todo, se la pasan diciendo que no pasa nada, que no hay peligro, y bien que se ven todos tensos los científicos esos muricanos que entrevistan.

      —¡Fine! ¿Para qué busco una carrera, pues? —me quejo de manera exagerada. La verdad solo quiero que mis padres sepan el dilema por el que estoy cruzando.

      —No se va a acabar nada —replica mi padre, quien se levanta a dejar el plato en la tarja—. Se me hace ilógico que algo así pueda suceder, tanto que se separe Gamelia como que una estrella nos lance meteoritos. —Y se va a arreglar su camioneta.

      Con un desánimo enorme, y con el sentimiento de ser incomprendida por mis padres y la sociedad entera, voy a mi habitación y pongo una canción que vaya más o menos con mi manera de sentir. Decido escuchar Playground Love, el tema de Vírgenes Suicidas. Y entonces miro por la ventana para reflexionar un poco.

      Qué gracioso que al llegar mi madre riera por algo que yo había planeado como un distractor para lo que de verdad no le haría gracia: el tatuaje de Harry Potter; y qué contradictorio lo que hay más abajo también, pues llegaba de una batalla campal entre policías y personas manifestándose. Pude haber salido en la tele y ellos ni en cuenta. A veces me pregunto si mis problemas solo deberían estar adentro, de donde no parecen salir para ser notados, o debo ser más clara al respecto. ¡Es tan difícil decirlo y que te hagan caso!

      Me pongo a ver la calle, los jardines de enfrente, el cielo, como si allí hallara a aquella estrella, y ahora me pregunto si acaso tendría sentido preocuparse por estas cosas. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si de verdad se acabará el mundo, Gamelia, todo? Este es mi hogar; el planeta, la isla, Tropicalia. ¿Qué tal si todo acabará como parece? ¿Qué me depara el futuro entonces? ¿Ya no habría fuegos artificiales los sietes de noviembre, o festivales de terror en el Carnaval de las Ánimas los treinta de octubre? No sé qué debo hacer. Tal vez me ahogo en un vaso de agua, o quizá estoy abrumada, nada más que eso.

      Es increíble cómo el mundo puede ser tan opresivo para una sola persona.

El gran destello en el cielo ©Where stories live. Discover now