Capítulo 28

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Theo & Bernie

Minutos antes...

      Recobrar la consciencia en un hospital es de las peores cosas que a uno le pueden ocurrir, sobre todo si la piel arde, si los ojos se sienten como si les hubiera caído jabón, o si estuvieras vestido con un mameluco patético y de color mostaza. Pero hay buenas noticias: me han descontaminado el teléfono móvil y lo puedo usar; Estela dio tregua a las comunicaciones, aunque ahora se las estropea a los malhadados chinos; y no voy a morir como había creído. La enfermera aquella, la que habla como perico, me dijo que he desarrollado algunas células cancerígenas que deben suprimirse con quimioterapia. Y el maldito tratamiento intravenoso ha resultado doloroso y nefasto, pues ahora me han conectado a un tubo que hace que mi cabeza quiera estallar, o que mis músculos se quieran separar en dos. Además, me quedaré sin cabello.

      Todo esto me suena tan... familiar.

      Muevo la cabeza, veo el medicamento que gotea y giro los ojos hacia el móvil. Pretendo alcanzarlo para realizar mi primera llamada del día. Primero no sé qué demonios quiero hacer, si llamar a Bernie o preguntarle a Fritz si está aquí, que más le vale. No es garantía que el Cáncer Violeta desista en mi organismo, pero sé que podría dispararse en un futuro. ¿Qué sentido tendrá si salgo de aquí con vida? ¿Deberé disponer de más herramientas, opciones? Evidentemente tendré que pensar en un plan nuevo, uno alterno que se adecúe a todas las posibilidades.

      Sin embargo, mientras muerdo el aparato y pienso en una alternativa satisfactoria, una personita muy especial entra a mi campo visual. No es propio de mí, pero sonrío cual desquiciado al ver a Bernie posarse en el umbral de la habitación. ¡Por Wellington! No puedo creer en esta coincidencia. De todos los hospitales a los que pude dar, doy en uno donde mi hijo aparece como si nada. Puedo reconocerlo aunque va caracterizado. Pero ¿a quién sajados vendría a visitar, si es obvio que su motivo no soy yo?

      —¿Protección de qué?

      —De vodanio... —La voz de la mujer se va al fondo cuando lo veo caminar al lado de una niña morena y aborigen aunque preciosa. ¡Es increíble! ¡Bernie se ha juntado con una manílkara! La sola visión me produce una náusea y lucho por sentarme sobre la cama. Quiero gritarle para que me vea, pero en un principio me sale un quejido. La cortina impide unos metros más adelante que tanto yo como él pudiésemos encontrarnos.

      «¡Horror! ¡Horror de los más fétidos!»

      No puedo creer que mi hijo haya venido para juntarse con esos estúpidos manílkaras. Debí haberlo sabido; Tropicalia es una tierra repleta de indígenas como ellos. Jamás pensé que él fuese a relacionarse con gente así.

      Escucho la conversación. Hablan con un hombre. Por lo visto ha estado mezclándose en sus asuntos también. Excelente, Bernie; vives con ellos, como si fuesen tu familia, tu sangre, y te diviertes en tanto yo estoy preocupado por ti, buscándote y maldiciendo al mundo, que se acaba y se destruye en mis narices. ¿Te sentías solo y recurriste a unos aborígenes para pasar el tiempo? ¡Bah! Esto no puede continuar así.

      Enciendo el teléfono, que solo tiene la función de llamar, por aquello de las estúpidas reglas, e introduzco el número de mi fiel asistente. El tono suena por una, dos, cuatro y hasta seis veces.

      —Contéstame, cobarde.

      Otro tono más.

      —¿A merced?

      —¡Fritz! ¿Dónde has estado?

      —¡Oh, jefe! Lo siento, he tenido algunos contratiempos, pero ya estoy en Puerto Rey. Como verá, el Costa a Costa ha...

El gran destello en el cielo ©Where stories live. Discover now