El olor de la pólvora

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—Todo lo relacionado con el túnel se tiene que manejar con mucha prudencia y discreción, nada de bobadas. Pero te lo dije la vez anterior: es algo muy delicado y no cualquier persona puede conocer lo que sucede. 

—Sí, sí, todo eso ya lo tengo muy claro —dije con aburrimiento; el cuento del túnel y tanto misterio me tenía así ya. 

—Para poder conocer el túnel —dijo Natalia—, el cuerpo y la mente deben estar satisfechos y en reposo. Esto ocurre después de comer o cuando hemos estado muy relajados en un lugar tranquilo. Solo entonces podremos llegar a la boca del túnel y solo entonces podremos explicarte, por eso te estamos diciendo que primero vamos a ir a comer, ¡ush!

—¿Qué pasa si no estoy relajado y entramos? —pregunté con mucha curiosidad. 

Los dos respondieron casi al mismo tiempo: 

—Te morís. 

Entonces había un problema enorme: para poder llegar a un lugar muy peligroso, en donde enfrento el riesgo de morir, hay que llegar tranquilo y relajado. ¡No pues! ¡Qué fácil! Seguramente para Gustavo esto era más fácil de hacer, pero para una persona como yo, que no está acostumbrada a las emociones fuertes, un evento de esta magnitud es difícil de controlar para mi mente. Mi corazón estaba acelerado, las manos frías, nervioso por el miedo de contestar alguna estupidez, y tratando con todas mis fuerzas de estar tranquilo, lo cual suena bastante paradójico y contradictorio. 

Pero traté de calmarme. Fuimos a un lugar a comer pizza. Olía bien, pero yo estaba lleno de angustia, así que no se me antojaba y solo quería que ese momento se terminara rápido. Por mi cabeza pasaban muchos pensamientos. El ambiente parecía tornarse incómodo, porque ellos hablaban poco y a mí francamente no se me ocurría nada para decir (que no fuera acerca del túnel; ¿en qué otra cosa podría pensar?). Finalmente terminaron de comer. 

—¿Ya estás relajado? —me preguntó Gustavo. 

Después de contestar con una mentira, nos subimos a la camioneta e iniciamos un recorrido saliendo de la ciudad por el Occidente, cerca del Zoológico. Entramos a una pequeña vereda cercana a un municipio. Ya eran las 10:00 pm. Empezaba a preocuparme un poco la ubicación, puesto que sentía que la camioneta andaba, andaba y andaba y no llegábamos a ninguna parte. De repente, en medio de la nada en una carretera vieja y destapada, Gustavo frenó la camioneta de golpe. 

—¿Llegamos? —pregunté incrédulo. 

—Perdoname por esto, parce —me respondió él. 

—¿Por qué? —pregunté.

Volteé a ver a Natalia: tenía un pañuelo en la nariz, con el que se cubría también la boca. Iba a preguntarle por qué hacía eso, y luego noté que Gustavo estaba haciendo lo mismo. "¿Por qué se tapan?", les pregunté. Y ahí dejé de recordar. 

Abrí los ojos nuevamente. Me sentía confundido, no sabía en dónde estaba ni qué me había sucedido. Todo estaba borroso. Cuando pude reconocer las formas, Gustavo estaba sosteniendo mi cabeza con la mano y yo estaba tirado en el suelo. Natalia estaba de pie frente a mí, pero dándome la espalda y volteando a mirarme con auténtico fastidio. 

—¿Cómo te sentís, parce? —me preguntó Gustavo. 

—¿Qué me pasó? —le pregunté entre dientes, sintiendo que apenas volvía a la realidad. 

—Lo que pasa es que todavía no te podés enterar de cómo llegar al túnel, por eso tuvimos que dormirte para que no vieras el camino. 

—Pero ¿qué te pasa, Gustavo? ¿Estás loco? ¿No me podías haber pedido que cerrara los ojos o algo así? ¿Cuánto tiempo estuve desmayado?

Atraviesa el túnel o muere en el intentoWhere stories live. Discover now