Capítulo 23: Chris

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La última vez que hablé con Gia me informó que pasó las entrevistas y al día siguiente tenía los exámenes. Desde ese momento no me dirigió ni siquiera un llamado, me preocupaba, pero decidí dejarla tranquila hasta hoy. Es martes y no dió noticias de si va o no a asistir a nuestro almuerzo semanal.

Trato de no pensar mucho en ella mientras me enfoco en un trabajo que tengo que entregar para la facultad. Necesita un tiempo sola, tal vez se le pospusieron los exámenes y todavía está estudiando intento convencerme a mí mismo. La información de Anatomía me parece inútil e inentendible, pero me fuerzo a no levantarme del escritorio hasta terminar el trabajo.

***

Recién termino a las cinco de la tarde. Reviso mi celular, pero no tengo ningún mensaje de mi novia. En cambio, la única notificación de WhatsApp es de Oli, que me invita a pelotear un rato. No lo pienso mucho y acepto, necesito distraerme. Voy en auto hasta el club y me encuentro a mi mejor amigo en la puerta. Pago mi invitación, porque desde que terminó el verano del último año de secundaria no soy socio, y entramos. Nos dirigimos al playón de cemento gris con aros de básquet a los dos lados, Oli alquila una pelota y comenzamos a hacer pases y embocar.

-No sé, amigo, me preocupa. Ella siempre me avisa, me da miedo que le haya pasado algo.

-Probablemente esté bien y te estás volviendo loco.

-No me estoy volviendo loco, Oliverio -le aseguro y le paso la pelota con fuerza. Él me fulmina con la mirada porque odia que lo llame así.

-Bueno, espera hasta hoy a la noche y si no te manda nada cuando salís de acá vas a su casa. No es tan difícil, Chris. Te aseguro que todo está bien.

-Sí, tal vez sus padres volvieron de alguno de sus viajes y quieren pasar más tiempo con ella. O le pusieron mucha tarea en el colegio. O se le rompió el celular.

La pelota llega de golpe y me da en el pecho. Miro con mala cara a mi mejor amigo y él me dedica una sonrisita.

-Dejá de sobrepensar, Christian, y divertite un poco. Dale, uno a uno.

-El que llega a diez gana.

-Te voy a destrozar.

-¡Olvidate!

***

Terminamos jugando tres partidos, gané uno y perdí dos.

-Es injusto -reprocho molesto por la derrota. -Vos sos un basquetbolista casi profesional.

-Sí, ya quisiera.

-Pero es obvio que ya estás mejor, desde hace un montón.

-Ajá, igual tengo que esperar hasta el año que viene.

-Ya falta poco, Oli. Vas a arrasar. Ya vas a ver -digo dándole una palmada de aliento en la espalda.

-Eso espero... Ahora vamos a comer un cono de papas bien grasosas. Obviamente pagas vos, voy a devolver la pelota, te veo en el kiosco -suelta mi mejor amigo y se aleja todo sonrisas, aunque sé que en el fondo todavía está bastante mal.

Por la ventanita me atiende una señora mayor y con el pelo entrecano. Le doy la plata y ella me entrega en cambio un cono de cartón blanco que, al instante, me llena las manos de grasa. Las papas del club no deben ser las mejores ni las más sanas del mundo, pero son las más ricas por afano. Antes de alejarme del kiosko decido comprar un agua, estas cosas tienen tanta sal como aceite.

Alguien me roba una papa. Oliverio, obviamente. Caminamos por el puentecito destartalado para ir a la playa del río. Cuando pisamos la arena ya no hay más papas -el básquet nos dejó con hambre, como siempre desde que teníamos seis años-, así que tiro el cartón en un tacho de basura. Nos sentamos en un montículo de pasto y me saco las zapatillas para enterrar los pies en la arena. Nos quedamos así, viendo cómo van y vienen los que hacen remo, hasta que el cielo se vuelve oscuro y aparecen las estrellas.

***

Ni bien salimos del club dejé a Oli en su casa y tomé el camino a la casa/mansión de mi novia. Ahora son las nueve y veintisiete y estoy parado en su puerta, decidiendo si tocar el timbre o no. Hay dos opciones: 1) Gia piensa que soy un perseguido y obsesivo, 2) Gia lo toma bien y agradece que haya venido. No entiendo porqué me hago tanto lío, es mi novia, es más normal verla que no verla. Aún así me decido por irme y esperar a que ella me contacte. Sin embargo, la puerta se abre a mis espaldas.

-¿Christian? -pregunta Paula que, aparentemente, salía para dejar la basura.

-Hola, Pau. Venía a ver a Gia, pero me parece que mejor me voy.

-¿Qué? No, querido, pasá. La chica está encerrada en su cuarto desde hace tres días, apenas sale para ir al colegio. Vuelve y se encierra otra vez, vamos a ver si vos me la sacás de ahí.

Asiento y paso. Subo los escalones de dos en dos, con el corazón latiendo a toda velocidad, seguro de que la preocupación es evidente en mi rostro. Recorro el pasillo y abro la puerta de mi novia sin siquiera golpear.

-¿Gia? -mi pregunta se mezcla con sus sollozos. -Hermosa, ¿qué pasa?

Me acerca a su cama, donde ella está hecha un ovillo, llorando. Me siento junto a ella y la envuelvo en mis brazos intentando calmarla, pero sus sollozos solo aumentan. Le acaricio el pelo con delicadeza y le susurro palabras que ni yo entiendo.

-Gia -digo con la mayor calidez del mundo y le seco las lágrimas con la manga de mi campera. -¿Qué pasó, hermosa? Contame, por favor. -Silencio solo interrumpido por el sorbido de sus mocos. -¿Te fue mal en los exámenes? -Ella niega con la cabeza y llora más fuerte. Me esfuerzo por entender qué pasa, pero no lo logro. -Gia, cuando estés más calmada necesito que me cuentes el problema, no me voy a ir hasta entonces, hermosa.

Mi novia se aferra a mi remera que poco a poco va quedando empapada. Los minutos pasan despacio y poco a poco ella se va calmando. Deja de ser un llanto angustiado para convertirse en lágrimas silenciosas. Su respiración ya es más tranquila. Finalmente se endereza y apoya su cabeza en mi hombro.

-¿Ahora sí me podés contar qué pasó? -pregunto entrelazando mi mano libre con la suya. Asiente con cuidado.

-Pasé los exámenes, me aceptaron -explica con un tono melancólico.

-¡Gia, eso es increíble! ¡Vas a poder cumplir tu sueño!

-Pero nosotros también somos uno de mis sueños -dice con un susurro roto y nuevas lágrimas recorren su rostro que me apresuro a correr con mi pulgar.

-¿Eso qué significa, hermosa?

-Diez mil kilómetros, Chris, por al menos cuatro años. ¿Qué va a impedir que este sueño -nos señala a nosotros dos- se rompa?

La miro atónito. Cumplió su sueño, pero está triste porque puede perdernos a nosotros. Tiene miedo de irse porque lo nuestro puede romperse.

-No va a romperse -respondo con seguridad. -No vamos a rompernos.

-¿Quién lo asegura?

-Gabriel García Márquez.

-¿El autor de "Cien Años de Soledad"? -pregunta ella confundida. Yo asiento mientras, con una sonrisa, recito la frase.

-"La distancia no es un problema. El problema somos los humanos, que no sabemos amar sin tocar, sin ver o sin escuchar. Y es que el amor se siente con el corazón, no con el cuerpo." -Suelto un extraño suspiro mezclado con una risa y le levanto el mentón para que nuestros ojos se encuentren. -Te amo, Gia. Y aunque nuestros cuerpos estén separados, nuestros corazones siguen latiendo a la par. Espero que mi corazón lata por vos hasta que se rompa, Gianna, porque nunca amé a alguien así. Sé que está mal depender de otra persona, pero siento que te necesito para respirar, y no me importa que estés a diez mil kilómetros de distancia, mientras sepa que seguimos estando el uno para el otro todo va a estar bien. Pocas cosas duran para siempre y el amor es una de ellas, con vos no tengo dudas de eso.

Por una NotaWhere stories live. Discover now