Capítulo 12: Gia

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Ya voy por el capítulo 24 de "Papeles en el Viento". Todavía sigo con mi obsesión por leer Sacheri y, realmente, no tengo intención de dejarla: el tipo es un muy buen escritor. A mitad de la página escucho movimiento en el silloncito de mi lado y crujir de papas fritas. Lili terminó la llamada con su novio. Aunque pasaron cada hora del fin de semana juntos y ella está en mi casa para estudiar se tomó unos minutos —más de media hora— para hablar con él.

—Amo que tu habitación sea tan grande.

—¿Para poder hablar con tu novio y que yo no escuche sus cursilerías? Sí, es una gran ventaja —digo sarcástica y ella se ríe.

—O sea, sí, pero también podés hacer un millón de cosas en este lugar.

Le doy un vistazo rápido a mi habitación: la cama tamaño queen, el corcho con fotos y frases de libros, mi vestidor enorme, los silloncitos y la mesa ratona, el ventanal que da al patio y mi gloriosa biblioteca. La amo, seguramente tiene más de trescientos libros y definitivamente es mi parte preferida de toda mi habitación. En realidad, es la única parte que me gusta, el resto refleja la necesidad de mis padres de compensar su ausencia cuando era chiquita. Nunca entendieron que solo me importaba estar con ellos y no tener una habitación de tamaños descomunales.

—En fin... —Lili rompe mi línea de pensamiento, supongo que se dió cuenta de la forma en que se me ensombreció el rostro y se me fue la sonrisa. —Ya estudiamos, ya hablé con mi chico, ahora vos me tenés que hablar del tuyo.

Una sonrisa reluciente, de oreja a oreja, hace aparición en mi rostro.

—Ay, Lili... No sabés lo que es ese pibe.

—No, no sé, contame de una vez, ¡por favor!

—Bueno, fui a verlo en el partido.

—¿Ganaron?

—Sí, estaba re contento. Me hizo dar vueltas en el aire y me hizo cosquillas.

—¡Me muero! —comenta Lili y las dos nos reímos.

—Después fuimos a uno de los restaurantes de la costanera. —Me decanto por omitir la parte de las bachatas en el auto, prometí no contar nada. —Y yo... le conté de Gabs.

—Ay, Gia...

—Me derrumbé, Lili. Tal vez no tendría que haber hablado de ella, pero necesitaba hacerlo, no sé porqué. Solo no esperaba terminar tan mal. Me puse a llorar, muy feo. Él me abrazó, pagó y me sacó del restaurante. Me dejó apoyar su cabeza en su hombro hasta que me calmara. Cuando volví a la normalidad me ofreció traerme a casa, yo me negué rotundamente, sabés que me habría sentido muy culpable.

—Sí, ya sé. ¿Te sirvió contarle? —pregunta temerosamente y yo asiento. Mi amiga sonríe y me pide que cuente el resto.

—Nos compré helado de postre. Me sentía horrible por haberlo hecho pagar la cena debido a mi crisis, así que era lo menos que podía hacer. Caminamos un rato por la costanera y, cuando terminamos los helados, nos pusimos a ver las estrellas mientras escuchábamos música.

—¿De verdad?

—Literalmente y después... no, vas a pensar que es estúpido.

—Ni de broma. Dale, decime.

—Me agarró de la mano.

—¡¿De verdad?! —pregunta sorprendida.

—¡Sí! ¡Dios, es demasiado tierno! —digo y me tapo la cara con las manos, sé que tengo las mejillas coloradas.

—Es muy dulce, Gia.

—Demasiado, pero en la medida justa. Después me trajo a casa. Creo que se sorprendió de lo grande que es. —La vez anterior le había pedido que me dejara unas cuadras antes, la gente siempre juzga por cosas como estas y no tenía ganas de que Chris pensara cosas que no son.

Por una NotaWhere stories live. Discover now