Capítulo 10: Gia

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Le doy un pequeño sorbo a mi jugo de naranja antes de responder al recordatorio de Chris sobre la promesa que le había hecho en el auto. (Al final terminamos en uno de los restaurantes de la costanera en vez de en los foodtrucks, preferimos sentarnos en sillas en vez de tener que sentarnos en el pasto lleno de rocío. Él pidió pastel de papas y yo ñoquis con salsa rosa.)

—Bueno, conocí a Juan Luis Guerra por mis papás. Antes de que ellos... sean como son ahora (por así decirlo), hacíamos muchos viajes de fin de semana y siempre ponían un CD de él. Escuchábamos las canciones más viejas: "La Bilirrubina" y "Bachata Rosa". Siempre me gustó su música, pero cuando... —sacudo un poco la cabeza, para sacar el recuerdo de mi cabeza. —En fin, en un momento dejamos de hacer esos planes y dejé de escucharlo.

—¿Qué significa "antes de que ellos sean como son ahora" ? —pregunta él sutilmente, con interés genuino, a veces me sorprende su habilidad para leerme.

—Ahora somos tres.

—Perdón, pero sigo sin entender.

—Yo... —se me hace un nudo en la garganta al mismo tiempo que se me cristalizan los ojos y una avalancha de recuerdos (que hace mucho estoy evitando) inundan mi mente.

—Gia, —Chris aprieta mi mano con gentileza y me devuelve a la realidad. —Si no querés hablar de eso podemos cambiar de tema, ¿te parece bien?

Aunque una lágrima rueda por mi mejilla niego con la cabeza: quiero hablar de esto, necesito liberarme. Con su pulgar me limpia la pequeña gota que se desliza por mi rostro y me sugiere tomar más jugo, le hago caso. El nudo que me quitó el habla se deshace poco a poco. Suelto un suspiro tembloroso y me dispongo a hablar.

—Antes éramos cuatro: mi mamá, mi papá, Gabriella y yo.

—¿Una hermana?

Asiento.

—Gabs... —respiro hondo y permanezco unos segundos en silencio antes de continuar la frase: —ella falleció hace casi diez años, ahora el dos de noviembre es el aniversario de su muerte.

Chris me da una caricia muy suave en la mano y se apresura a darme las condolencias —eso me hace sonreír, es dulce—. Después se calla, dándome espacio para seguir si así lo quiero. Pero no lo hago, primero me concentro unos minutos en mi comida y él hace lo mismo.

—Aunque teníamos ocho años de diferencia éramos muy unidas. Gabs fue la que eligió mi nombre, mis papás me querían poner el nombre de mi abuela, Úrsula, pero ella no iba a permitir que me llamara como la mala de "La Sirenita" —digo con una pequeña risa—. Siempre me cuidó y me acompañó a todos lados. Ella me enseñó muchas de las cosas que sé. Siempre fue mi ejemplo a seguir... Pero de la nada empezó a actuar raro, estaba irritada todo el tiempo y a veces se le dificultaba caminar. Una vez la encontré vomitando en el baño, pero me dijo que no le dijera nada a papá y mamá, que no era nada y no quería molestarlos con pavadas. Yo le hice caso y ahora me arrepiento tanto de haberlo hecho... Después dejó de hacer deporte y todo el tiempo estaba con dolores de cabeza, ella no decía nada, pero yo me daba cuenta. Un día, cuando estábamos cenando, tuvo una convulsión. Esa fue la gota que rebalsó el vaso, por así decirlo. La llevaron al hospital y la internaron. Tras varios estudios nos enteramos que su cáncer había vuelto.

—¿Cómo? ¿Ya había tenido cáncer? —asiento.

—Cuando yo tenía dos y ella nueve la operaron y le extirparon el tumor. Estuvo bien por mucho tiempo...

—¿Pero por qué volvió el cáncer?

—Nunca lo supimos, pero en ese momento ya era tarde: el tumor estaba muy avanzado para volver a operarlo. Probaron con quimio —respiro hondo—, pero no funcionó. La fuimos perdiendo de a poco, aunque para mí fue muy rápido, ya no era la misma Gaby. Igualmente, si tenemos en cuenta el promedio, ella aguantó bastante. Por lo menos tuvimos un año para despedirnos... —se me quiebra la voz y las lágrimas salen a montones.

Por una NotaWhere stories live. Discover now