Capítulo 1: Chris

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La chica del vestido negro da una vuelta sobre sí misma y desaparece entre la multitud con una sonrisa. Cansado por el baile miro la hora en el reloj de mi muñeca: las 4:07, todavía falta un buen rato para que esto termine. Poco a poco me abro paso entre la multitud que no para de moverse y saltar al ritmo de la música atronadora y las luces encandilantes. Me cuesta entender cómo logramos acostumbrarnos a esto.

Por fin, después del tramo lleno de obstáculos, logro llegar a la barra. Espero a que el barman se acerque y pido un trago suave, no quiero perder la consciencia faltando tan poco para que esto termine. Pacientemente tamborileo los dedos sobre la mesada de un material parecido al mármol cuando un grito eufórico —mucho más fuerte que los demás— me quita de mi ensimismamiento. Desvío mi vista al lugar donde creo que provino y veo a una chica morena —probablemente de mi edad— bailando encima de una tambaleante banqueta con, lo que creo que es, una cerveza en la mano. Está muy en pedo. Las personas a su alrededor la corean; no puedo evitar plantearme si ellos también están borrachos o si son unos inconscientes: probablemente las dos. Dejo mi lugar en la barra para acercarme y ver mejor, no creo que la chica dure mucho ahí arriba antes de que se caiga y se de un porrazo contra el piso. Al hacerlo descubro que la conozco, por lo menos a medias: es la chica que recibió la bandera nacional el año anterior en mi egreso, la recuerdo perfectamente por el discurso que nos regaló —una hermosa reflexión acerca del pasado, de dejar atrás y adentrarse al futuro desconocido—. Si mal no lo recuerdo su nombre me pareció inusual al oírlo por primera vez... creo que se llama Gianna —había escuchado el nombre Gianella antes, pero nunca el suyo—. Sin dudarlo me abro paso entre su público y me paro a su lado. Le toco la pierna, pero ella solo me mira y se ríe. Respiro hondo y suelto un fuerte suspiro. Apoyo un brazo en la parte baja de la espalda y otro en la parte de atrás de las rodillas de la casi desconocida —en ese momento agradezco inmensamente que sea bajita—. En ese instante, ella da un traspié y cae en mis brazos. Tarta de incorporarse y volver a su lugar en la banqueta, pero no lo logra porque la retengo contra mí. La gente que la rodea, y ella misma, sueltan quejas y abucheos. Si bien Gianna sigue resistiéndose la acomodo un poco mejor y comienzo a encaminarme hacia la salida. Aunque me golpea el pecho yo no me inmuto y sigo atravesando la muchedumbre. Es por su bien, me repito constantemente.

Cargar a una chica de diecisiete años en brazos por un boliche no es nada fácil, pero finalmente logramos llegar a la salida. Cuando logro respirar el hermoso viento de afuera me relajo y apoyo a Gianna en el piso. Termino de comprobar que está destrozada cuando da unos pasos hacia adelante y comienza a vomitar. Rápidamente me acerco para sostenerle la larga cabellera marrón. Al terminar la ayudo a sentarse en el cordón de la vereda y me colocó junto a ella.

—¿Por qué estás acá? —le pregunté con verdadera curiosidad, aunque no sabía si sería capaz de contestarme.

—Desaprobé un examen —susurra.

—¿Por eso viniste a emborracharte?

Gianna asiente y yo la miro estupefacto.

—¿¡Por qué!?

—Porque yo nunca desapruebo, eso no tiene que pasar, mis notas tienen que ser perfectas —dijo con la voz quebrada y se puso a llorar.

La miro boquiabierto y, por instinto, la abrazo. Llora por unos buenos minutos pegada en mi pecho para después limpiarse la nariz con mi remera blanca —¡genial!—.

—Vamos, te llevo a tu casa.

—No —responde y la miro confundido.

—¿Por qué no?

—Porque no tengo llaves.

—¿Y tus papás?

—No están.

—¿Y cómo haces para entrar a tu casa entonces?

—Me iba a quedar en lo de una amiga hasta que mis papás volvieran. Vine con ella, pero desapareció con el novio —una mueca que no logro describir aparece en su rostro.

—¿La podés llamar?

—Mi celular está en su cartera.

—Te llevo hasta su casa entonces.

—La verdad, es que no puedo acordarme dónde queda —dice con una sonrisa tímida. —Además se debe haber ido a lo del novio.

Suelto un suspiro grave e intento pensar en una solución. La casa de sus padres no, su amiga tampoco, ¿dónde la voy a dejar? Una idea pasa por mi cabeza, pero me parece demasiado. Me devano los sesos intentando encontrar otra opción. Ninguna lamparita se prende y me veo obligado a sucumbir ante la única solución posible.

—Bueno, venís a mi casa —declaro y al ver a Gianna descubro que está dormida, no puedo evitar soltar una risa.

Me pongo en cuclillas y la vuelvo a levantar en brazos para ir al auto. Como puedo abro la puerta de mi pequeño auto, recuesto a Gianna en el asiento de atrás y le abrocho los cinturones para que no se caiga al piso en el medio del viaje. Me subo a mi lugar, acomodo el espejo retrovisor para poder ver a la casi desconocida y emprendo el camino a casa.

A los diez minutos llegamos y hago el trabajo inverso. La llevo en mis brazos al interior de mi pequeña casa, pero ella se despierta y noto que va a vomitar, así que corro, aun con ella encima, hasta el baño. La apoyo en el piso y acerca su cara al inodoro para vaciar su estómago. Sostengo su pelo, le acaricio suavemente la espalda y puedo ver como las lágrimas corren por su rostro; sé muy bien lo que se siente, ese sabor ácido que te quema y la sensación de que vas a expulsar todos tus órganos. Cuando termina le seco las lágrimas con mis pulgares, la ayudo a levantarse y la llevo al lavamanos para que pueda enjuagarse la boca.

Después de todo ese trajín, como puedo (porque Gianna va dando tumbos y no puede mantenerse en pie), la conduzco a mi habitación. Abro mi cama y, tal como está la dejo sobre las sábanas blancas. Le saco las plataformas, la tapo con las mantas y me permito observarla unos segundos. En primer lugar, pienso en lo extraño que me parece tener a una chica casi desconocida en mi cama. Luego reparo en el vestido azul marino que la hace parecer mayor de lo que en realidad es. De igual manera, Gianna me causa ternura, aunque hace una que otra mueca, se ve muy pacífica durmiendo.

Finalmente logro salir de mi ensimismamiento, entonces agarro una de las almohadas, apago la luz y susurro un pequeño buenas noches para luego salir de la habitación. Recién en este momento me doy cuenta de que voy a tener que dormir en el sillón. Dolor de espalda, ¡allá vamos! pienso con ironía.

Por una NotaKde žijí příběhy. Začni objevovat