Capítulo 15: Chris

102 17 43
                                    

El timbre suena a las seis en punto. Me acerco al teléfono y compruebo que es ella. La dejo subir y me paro frente a la puerta. Un minuto después, los golpecitos repiquetean en la madera y abro con una sonrisa radiante.

—Qué puntual, compañera de lectura —comento al verla, tan hermosa como siempre, y me corro a un costado para dejarla pasar. Cierro la puerta.

—Cuando se trata de libros no se puede perder ni un minuto.

—Claro, porque yo no importo...

—Obvio que importás, Chris —dice y me da un inesperado abrazo. Es tan bajita que puedo apoyar mi pera en su cabeza, es muy tierno.

—Bueno, hice mucho café y tengo unas galletitas que hizo mi mamá, ¿te presento el sillón?

—Sería todo un placer.

Avanzamos unos cortos pasos y, ante nosotros, aparece el pequeño living que no cuenta con más que un sillón, una mesa ratona, la televisión y un par de repisas. Le digo a Gia que se ponga cómoda y voy a buscar a la cocina las cosas que acababa de mencionarle. Tomo la bandeja que tenía preparada sobre la mesada y vuelvo con ella. Dejo todo en la mesa ratona, agarro el libro de uno de los estantes y me siento junto a Gia.

—¿Lista para el intercambio? —pregunto y ella saca su libro de la mochila.

—Lista —responde y me entrega "Ve y pon un centinela", mientras que yo le doy "Matar a un Ruiseñor". —Amo esto, es muy divertido.

—Si esto sale bien, tendríamos que hacerlo de vez en cuando.

—Ay, sí, por favor.

Con esa última frase cada uno se acomoda en una punta del sillón. Me saco las zapatillas y le informo que si ella también quiere hacerlo no hay problema. Así que, tras un poco de duda, Gia se saca sus pulcros borcegos negros y me permite ver unas tiernas medias de Stitch. Sus cachetes se ponen colorados al ver que reparo en ellas, pero le digo que me parecen muy lindas y ella sonríe. Al instante se sumerge en la lectura y se pierde en su propio mundo.

***

De la nada pasa una hora. Las tazas están vacías y de las galletitas solo quedan migas. Ya avancé unas cuarenta páginas y, aún así, no tengo mucha idea de lo que va del libro porque no puedo concentrarme completamente. El problema es que tengo Gia sentada a un par de centímetros de mí, leyendo un libro que la tiene muy interesada y, aunque el pelo le cubre un poco la cara, puedo ver el brillo hermoso que hay en sus ojos. Como si supiera que la estoy observando, ella levanta la vista y me mira extrañada.

—¿Qué pasa?

—Me gusta verte leer —suelto sin pensarlo mucho. Sus mejillas se encienden y siento cómo las mías también arden. ¿Por qué me está pasando esto? Esto nunca me pasa a mí.

—Gracias, supongo. Pero... ¿por qué?

—No estoy muy seguro. Es que cuando lees o hablas de libros tenés un brillo especial en los ojos y hace que te aparezca una sonrisa que nada más leer te saca. Te hace ver todavía más hermosa de lo que sos. —¿Desde cuándo mi boca tiene dominio propio?—.

—¿Pe... pensás que s... soy linda?

—Pienso que sos hermosa, Gia —confieso y ella me mira con los ojos como platos. Ayuda, ¿qué me está pasando? Controlate, Christian—.

Nos quedamos en silencio. Volvemos a la lectura, pero intercambiamos miradas constantemente. Ahora puedo concentrarme menos que antes. Otro diálogo interno invade mi mente: "Ya empezaste, ahora terminalo. ¿Qué? ¡No! Me va a odiar. No te va a odiar, Christian. No debe sentir lo mismo por mí. Mirala, Christian. Es hermosa e inteligente, te gusta un montón desde hace un montón, ¿no vas a hacer nada? ¿Tengo que hacer algo? ¡Tenés que hacer algo! Pero... ¡Sin peros! ¡Decile lo que sentís, miedoso! No soy miedoso. Demostralo. Está bien, voy a hacerlo, deseame suerte. ¡Suerte!"

Por una NotaWhere stories live. Discover now