—Me alegra saber que Alexander ha podido rehacer su vida después de lo de Magnus —su tono de voz nostálgico no pasa desapercibido para mí.

—Te aseguro que algún día tu también podrás rehacer la tuya —poso mi mano sobre su hombro y le doy un ligero apretón. Me llevo la copa a la boca y acabo el contenido de una—. Necesito otra copa.

Me levanto de mi silla sin darle tiempo a hablar. Mentirle a mis padres, de esas mentiras piadosas o propias de adolescentes que todos dijimos alguna vez en nuestra vida no se compara a la culpabilidad que siento viendo a todas estas personas aparentemente felices, celebrando un amor inexistente entre él y yo. La bilis se me subía hasta la garganta cada vez que alguien me felicitaba por mi compromiso. 

—¿No crees que llevas ya muchas? —su perfume lo delata.

—No las suficientes —le respondo de manera seca mientras sirvo la copa hasta arriba—. No he tenido tiempo de decírtelo, pero te ves guapo.

Raphael enarca su ceja, y me mira como si hubiera dicho algo malo: —¿Entonces el resto de los días estoy feo? —ambos compartimos una suave risa—. Tú también estas preciosa, aunque no irradias la misma luz que otros días.

Aprecio en su comentario la tristeza. Raphael fue junto mi padre, el que más presencio mi miedo ante esta situación. Si había aceptado esto era por el bien común, o al menos eso es lo que me he estado repitiendo hasta la saciedad. Uno debe creerse sus propias mentiras para que los demás también lo hagan, ¿no?

—¿No te parece suficiente vino por hoy? —la mano de mi madre surge de la nada arrebatándome mi copa y dejándola sobre la mesa—. Si le pedí a Isabelle que no pusiera barra para cócteles ni cubatas fue por esto.

—¿Una boda sin barra libre? —la miré con una de mis cejas arqueadas—. Ya entiendo por que esta tan aburrida.  A los invitados les falta alcohol, en especial a la novia.

—¿Sabes lo que le falta a la novia en verdad, Hera? —el desprecio en su tono de voz no pasa desapercibido para mi—. Pasar más tiempo con su marido, porque desde el beso en el altar no os habéis vuelto ni a mirar.

Así como vino se fue, dejando detrás de ella ese perfume de colonia demasiado dulzón para mi gusto. Sentí la pesada mirada de Raphael, y como este abrió la boca queriendo decirme algo, más yo me fui del salón antes de que eso sucediera.

—Veo que el invernadero es tu refugio —Jace se toma la libertad de sentarse a mi lado en el banco de piedra sin respaldo que llegados a este punto, me está durmiendo el culo.

—Si bueno —mantengo mi mirada fija en las diversas flores y plantas—, parecía ser el único lugar donde podía estar sola.

—Auch —se lleva la mano al pecho, fingiendo dolor—, eso me ha dolido.

Ruedo mis ojos y finalmente lo miro. Bajo la escasa luz que se cuela por el techo de cristal sus ojos azules se ven incluso más impresionantes. Podría naufragar en ellos y aún así no hacer el esfuerzo por salvarme.

—Una lástima —le muestro una sonrisa tensa.

—¿Ahora se supone que debo llamarte cuñada o algo así? Porque ni borracho me dirigiré hacia ti como directora —arranca una de las flores rosadas más próximas a él y empieza arrancar sus pétalos uno a uno.

—No eres hermano de Alexander, así que no debes llamarme cuñada —farfullo. Prefiero callarme lo que tengo que decirle al respecto sobre el término de directora—. De hecho, mejor no me llames en general.

Ambos permanecemos en silencio unos segundos más; él arrancando más pétalos de las inocentes flores, y yo disfrutando del silencio. Fingir ser una mujer recién casada feliz y enamorada es más agotador de lo que imaginaba. 

—Sabes que estás a tiempo de coger todas tus cosas e irte, ¿verdad? —sus ojos no me miran, más se que el resto de sus sentidos están atentos a mi reacción.

—¿Tan mal te caigo para que quieras convencerme de que me vaya? —sonrío de manera sutil mientras alzo la cabeza mirando el cielo nocturno. No hay una sola estrella, solo una Luna solitaria, al igual que yo.

—Sí me cayeras mal no estaría aquí contigo —su voz suena profunda, ronca y varonil. Todo al mismo tiempo. Ahora sus ojos si se posan en mi al mismo tiempo en que yo lo hago. El azul de su mirada me ahoga, aunque no tanto como el nudo en mi garganta que me permite respirar a duras penas.

—Si me cayeras mal no seguiría aquí contigo.

Ambos compartimos una sonrisa silenciosa, casi cómplice. Ese mismo Jace que vio conmigo aquellas dos películas de Marvel parece estar de vuelta. 

—No sé porque acepté la propuesta de matrimonio —confieso por primera vez a alguien y también a mi misma—. Algo superior a mi me empujó. Cuando me quise dar cuenta, el "si" ya había salido de mi boca, y Alexander todavía de rodillas me miraba entre aliviado y asustado al mismo tiempo.

—Al principio yo tampoco entendía esa necesidad de ayudar a Clary, de perseguirla allí a donde fuera —él mismo brillo que se instaló en la mirada de Alexander cuando me habló de Magnus estaba esta vez presente en la azulada de Jace—. Se lo atribuí al echo de que yo sabía lo que es sentirse perdido, abandonado. Pero la niña, la medio shadowhunter como la llamaba Alec, me atraía de una forma que todavía no comprendía porque nunca antes me había pasado.

—Si estás insinuando que yo siento algo por Alexander ya te advierto de antemano que vas por mal camino —solté sin pena alguna. 

Jace negó con su cabeza, se mordía el labio inferior y parecía haberle hecho gracia mi reacción tan reacia ante tal insinuación. 

—¿Tan malo sería sentir algo por Alec? —esta vez me miró, sin molestarse en ocultar la curiosidad que mi siguiente respuesta le producía.

—Sí —respondí segura—. Sería algo muy doloroso porque jamás sería recíproco. Un amor no correspondido suena a putada —reafirmo nuevamente con seguridad. 

—¿Y si a Alec también le gustasen las mujeres? —propuso. Parecía...¿esperanzado?

—Sería distinto —me encogí de hombros robándole la nueva flor que había arrancado. A diferencia de él me limité a acariciar los pétalos—. Las posibilidades ya no serían tan remotas, aunque no me vería con él en una relación, quizás algo de una noche, pero hasta ahí.

—Oh venga ya —choca su hombro con el mío—. No sois tan incompatibles.

Hago una mueca, mientras trato de imaginarme a un Alexander heterosexual interesado en mi persona de una forma romántica o al menos sexual. El chico no está para nada mal, todo hay que decirlo, y si me llegase a proponer una noche de sexo salvaje sin ataduras no iba a ser yo quien le dijera que no, eso desde luego. Pero uno debe saber diferenciar entre una atracción sexual, y una compatibilidad a la hora del sexo, a una relación seria e informal donde están implicados los sentimientos y la personalidad de cada uno. Si bien podía hacerme la idea de él y yo follando, no nos visualizaba en una relación romántica. 

—Pero lo somos —insisto. Detestaba que todo el mundo pareciera ver una compatibilidad entre ambos que desde luego, yo no apreciaba—. Así que deja de hacerte ideas en la cabeza. Quizás si en otra realidad alternativa Alexander fuera hetero o  bisexual podría ser, pero en esta realidad no.

AlecOnde histórias criam vida. Descubra agora